La situación parecía amenazadora. En algunos aspectos se asemejaba a un microcosmos de asuntos mundiales. Pocos días antes se había desatado una lucha racial en una zona densamente poblada de esta ciudad. El saqueo, el lanzamiento de bombas incendiarias y apedreo habían casi cesado. Pero en el fondo la ira y el resentimiento parecían mantenerse al acecho. Un periódico informaba: Superficialmente la situación parece tranquila pero en el fondo está muy agitado.
Poco después de los disturbios, un Científico Cristiano llegó a esta zona de la ciudad por asuntos de negocios pero se sintió lleno de temor. Temía por su seguridad. Anticipando dificultades las encontró. La gente le rehuía o lo trataba con desdén. Algunos hasta lo amenazaron con agredirlo. Se apresuró a salir de allí — desilusionado, frustrado y llevando en su pensamiento impresiones desagradables de prejuicio que hasta ese momento jamás creyó que podría mantener.
De regreso en la seguridad de su hogar se dio cuenta de pronto de lo insensato de la situación. Su temor y ansiedad habían sido respondidos con el temor y ansiedad de los demás. Empezó a comprender que era necesario renovarse interiormente antes de que pudiera operarse un cambio exterior.
Comenzó a pensar en la hermandad — la unidad del hombre espiritual bajo la paternidad de Dios. Sinceramente creyó en lo que leyó en la Biblia: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gál. 3:26, 28;
Se liberó del temor y la desilusión, reemplazándolos con una comprensión acerca de Dios y del hombre, y con un gozoso reconocimiento de la hermandad entre los hombres.
Meditó después sobre estas palabras de la Sra. Eddy: “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma”.Ciencia y Salud, pág. 269;
¿Cuáles son los conceptos que se deben cambiar con respecto a la inquietud civil, tensiones nacionales o conflictos internacionales? Algunos de ellos son: lucha racial, guerras, crisis económica, privación y desorientación social, además de desastres naturales. Éstos provienen de la pretensión elemental de que el hombre es un ser material sujeto a los caprichos de las supuestas leyes materiales. Dicha pretensión y los errores que de ella provienen, deben destruirse con la verdad fundamental del ser — a saber, que Dios, el Espíritu, gobierna al hombre. Esto se logra mediante la oración y una firme convicción de que el hombre es espiritual, que no es víctima de la materialidad sino el constante beneficiario de la plenitud y abundancia de su Padre-Madre Dios.
Muy pronto el Científico Cristiano regresó no a una comunidad agitada y enardecida sino a una comunidad más tranquila. Donde antes se enfrentara con el odio, ahora encontró más armonía y paz. Habló amigablemente con algunas personas de la comunidad sobre distintos problemas. Era evidente que todavía había una gran necesidad de amplia reforma y curación. Pero ahora el pensamiento del visitante estaba apoyado por una base fundamentalmente espiritual, y su disposición mental estaba predispuesta a ayudar y sanar. Ahora veía a su prójimo desde el punto de vista de su Padre.
La Sra. Eddy escribe: “Un Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad de los hombres; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’...”ibid., pág. 340;
Es obvio que esta clase de hermandad, bajo el tierno cuidado de Dios, no se basa en la materialidad. No puede ser definida geográficamente o dividida políticamente. Tampoco es vulnerable a discriminaciones raciales, nacionales, religiosas, sociales, económicas o a cualquier otra forma de discriminación. Y esto se debe a que los hijos de Dios no son pecadores mortales, sujetos a leyes arbitrarias y materiales de herencia o de ambiente. Los hijos de Dios son ideas espirituales que moran juntos en eterna hermandad. Su herencia es dominio, no lucha. La actividad correcta es propia del ser verdadero. Al vislumbrar esta realidad, encontramos nuestro lema en las palabras de Pedro: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios”. 1 Pedro 2:17;
Cuando el estudiante de Ciencia Cristiana establece en su consciencia cuál es la verdadera comunidad, entonces comienza a vivir en armonía con ella. No está tratando de que el mal se aleje por sí solo, sino que está refutando la falsa creencia de que el hombre es un mortal sujeto a los dramas trágicos de la discordia humana, y está descubriendo la realidad fundamental del ser. Está reemplazando el débil escenario humano con la verdad metafísica del ser — Dios perfecto y hombre perfecto, coexistentes y eternos.
Imbuido en esta verdad uno se mantiene imperturbable ante los conceptos fluctuantes de gobierno y creencias de que las comunidades se desmoronan en un mundo inestable. La Sra. Eddy nos tranquiliza al decirnos: “Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 393.
La extensa comunidad de Dios no está ni agitada en la superficie ni llena de ira en el fondo. La paz y el bienestar están incluidos en ella. En efecto, está aquí — en todas partes — y podemos comenzar a discernir ese hecho.
