Si a usted le preguntaran hoy día cuál es la fuente o la razón de su felicidad ¿qué respondería? ¿Contestaría sin titubear: “Dios es la fuente de mi felicidad”, o sería el nombre de un ser querido lo que de inmediato le vendría al pensamiento?
En su obra Escritos Misceláneos la Sra. Eddy dice: “Un concepto falso de lo que constituye la felicidad es más desastroso para el progreso humano que todo lo que un enemigo o la enemistad pueda imponer a la mente o implantar en sus propósitos y logros para impedir los goces de la vida y aumentar sus penas”.Esc. Mis., págs. 9–10;
Está bien que amemos tiernamente a otras personas. Pero depender de ellas para nuestra felicidad puede ser peligroso si es que ello tiende a alejarnos de Dios y a interesarnos más en amar la personalidad que el Principio divino. Si caemos en tal error puede que inconscientemente cerremos nuestro corazón y nuestros oídos a las oportunidades que Dios nos brinda constantemente para escuchar los mensajes del Cristo.
Dios nos habla mediante Sus ángeles, y estos ángeles son pensamientos espirituales que inspiran y elevan. En su cariñoso mensaje intitulado “Ángeles”, la Sra. Eddy guía a aquellos seres que están sedientos de una expresión de amor, hacia la idea espiritual de Dios, el Cristo, para su bienestar, alegría y compañerismo. La Sra. Eddy nos dice en ese mensaje: “Cuando nos visitan ángeles, no oímos el ruido apacible de alas, ni sentimos el suave toque del emplumado pecho de una paloma; pero reconocemos su presencia por el amor que despiertan en nuestros corazones. ¡Oh, que sintáis este toque! — no se trata del apretón de manos, ni de la presencia de algún ser querido; es más que esto: ¡es una idea espiritual que ilumina vuestro camino!” ibid., pág. 306;
Cristo Jesús era sumamente afectuoso, y su amor y compasión para los demás siempre estaban listos para ayudar dondequiera que hubiera una necesidad. No obstante, este gran amor que sentía por la gente nacía de su profundo amor por el Principio divino, Dios. Después de su resurrección, la primera persona con quien Jesús habló, según el evangelio de San Juan, fue María Magdalena. La constante fidelidad de María para con Jesús después que éste la sanara, testifica del profundo afecto que sentía por él. Pero aun a ella las primeras palabras que Jesús le dijo fueron: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre”. Juan 20:17; El inmaculado Jesús estaba constantemente en guardia para que un mero amor personal no lo fuera a hacer caer del elevado nivel de su demostración. Nosotros también tenemos que reconocer la necesidad de velar.
Si alguien se siente acosado por la tentación de adorar la personalidad de otro ser humano, puede encontrar una tierna reprensión en estas palabras de Ciencia y Salud con las cuales la Sra. Eddy inicia la interpretación espiritual del Padrenuestro:
“Padre nuestro, que estás en los cielos:
Nuestro Padre-Madre Dios, del todo armonioso,
Santificado sea Tu nombre.
Único adorable”.Ciencia y Salud, pág. 16;
Es a Dios a quien debemos adorar y amar con todo nuestro corazón. Esto de ninguna manera implica que hemos de dejar de amar a otros o que nuestra actitud deba ser tan impersonal que con su fría indiferencia ofenda a los demás. La Ciencia Cristiana nos dice que Dios es Principio, pero también nos dice que Dios es Amor divino. La persona que realmente reconoce que su identidad refleja tanto el Principio como el Amor, será a la vez disciplinada y tiernamente afectuosa en su trato con los demás.
Una manera de aprender mejor a lograr este balance es comprendiendo que todo el bien que vemos expresado en otros realmente procede de Dios. Cuanto más identificamos el bien como la expresión de Dios tanto más nuestros pensamientos se dirigen primeramente y con mayor naturalidad a Dios en lugar de a la personalidad humana. Entonces nos damos cuenta de que todas las buenas cualidades que nos son tan preciadas y buscamos en otra persona ya nos pertenecen porque tanto ella como nosotros somos expresiones de Dios. A veces es bueno hacer una lista de las buenas cualidades que otros expresan y esforzarnos por expresarlas nosotros mismos más plenamente en nuestra vida. Así podremos seguir adelante sin ansiedad, soledad o sentido de posesión. El bien que anhelamos nos acompañará de continuo y encontraremos que siempre, tanto nosotros como aquellos con quienes tratamos, somos objeto de este bien.
Cuando estaba en la escuela sentí en varias ocasiones un arraigado afecto personal por algunas maestras simplemente porque eran bondadosas conmigo. No pensaba en nada ni en nadie más que en ellas todo el tiempo — en lo que decían y hacían, y las elevé a la posición de dioses en mi vida. Más tarde, debido a que esta tendencia a adorar a las personas no había sido aún sanada con la Ciencia Cristiana, me sentí profundamente apegada a una Científica Cristiana, cuyas oraciones metafísicas me habían sanado de problemas físicos. Pero a medida que mi amor hacia Dios aumentaba, fue aumentando también mi anhelo de liberación emocional. A menudo oraba humildemente para liberarme. Negaba que hubiera una mente mortal para mesmerizar a la humanidad con su pretensión de adoración personal. Y afirmaba que Dios es la única Mente del hombre. Reconocía que la individualidad espiritual del hombre vive como una expresión completa y satisfecha del Amor, sin tener que aferrarse a personas para su felicidad o salud.
Poco a poco me fui liberando: a medida que fui reconociendo mi inseparable unidad con Dios, el Amor divino, y viendo que era digna de ser amada por Él. Entonces el extremado apego emocional que sentía por mi amiga desapareció. Pero el afecto profundo permaneció y se desarrolló en una mayor bendición para ambas. Todavía somos queridas amigas, pero ahora puedo tomar mis propias decisiones basándome en una comprensión del Principio y no en consideraciones meramente personales.
Es realmente el amor de Dios hacia nosotros lo que nos obliga a alejarnos de la falsa creencia de que necesitamos de una determinada persona humana para nuestra felicidad. Nada material es eterno y permanente. Por lo tanto, nuestra gran necesidad es descubrir el sentido espiritual del amor y la amistad, el cual no puede ser afectado por condiciones corpóreas.
Es aquí donde el Cristo, la idea espiritual de Dios, viene a rescatarnos. Nos dice que en realidad todos somos la eterna expresión de la Vida inmortal, Dios, y que la identidad indestructible se encuentra sólo en el Espíritu. Por lo tanto, debemos esforzarnos por obtener una comprensión más profunda de la naturaleza incorpórea de Dios y del hombre. Entonces podemos reconocer la eterna identidad de nuestros seres queridos, la cual jamás puede ser destruida por la muerte ni por el tiempo.
En su transfiguración Jesús habló libremente con sus amigos, Moisés y Elías, quienes, para los sentidos físicos, se habían ido de esta esfera de existencia siglos atrás. Pero Jesús encontró primero su unidad con Dios. Entonces descubrió la identidad inmortal de sus amigos. Y ésta es la manera en que nosotros también siempre podemos conocer a nuestros seres queridos. ¡Cuán sabio es, por lo tanto, comenzar a reconocer que el Amor infinito y sempiterno es el Todo-en-todo!
Desprenderse de un falso sentido puede parecer difícil. Pero el Amor divino jamás nos pide que demos pasos para los cuales no estamos aún listos. Hay medios sencillos de comenzar. Por ejemplo, podemos dejar que el Amor, y no el sentido personal, nos diga con qué frecuencia telefonear a un ser querido. Podemos recurrir al Padre en busca de dirección para saber cuándo consultar a nuestro maestro de la Ciencia Cristiana o a un practicista. Y podemos también comenzar a emancipar a nuestros esposos y esposas dejándolos en libertad para que tomen sus propias decisiones y sigan el curso de acción que elijan para el desarrollo de sus asuntos. Esta manera de proceder, lejos de enfriar afectuosas relaciones humanas las libera de las pretensiones del egoísmo, del sentido posesivo y del temor, que tan a menudo obstruyen la libre corriente del gozo que emana del amor natural que existe entre los hijos de Dios.
No debemos temer este proceso de liberación. Todo lo que es bueno y justo en las relaciones entre dos personas es eterno, por cuanto el bien fluye del constante amor con que nuestro Padre-Madre Dios nos ama. No se nos pide renunciar al afecto o a nuestra relación con aquellos que amamos. Sólo se nos pide renunciar a esos pensamientos que entronizan a la persona en lugar de entronizar el Principio, actitud que finalmente acaba en sufrimiento. Si amamos sinceramente a alguien, no tenemos que poner término a nuestras relaciones con tal persona debido a la falsa creencia de que para amar a Dios supremamente debemos renunciar a la felicidad humana. Por el contrario, dejaremos que la alegría de nuestras conversaciones y momentos juntos fluya de un afecto basado espiritualmente y no de un impulsivo estado emocional humano.
Podemos, por lo tanto, comenzar ahora mismo a dejar que Dios, y no la adoración personal, nos reúna con nuestros seres queridos en el momento oportuno y de la manera acertada. Y Él lo hará si confiadamente ponemos nuestra felicidad en Sus manos. La Biblia nos asegura: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17. El amor es el don permanente que nos otorga el Padre.
