Si a usted le preguntaran hoy día cuál es la fuente o la razón de su felicidad ¿qué respondería? ¿Contestaría sin titubear: “Dios es la fuente de mi felicidad”, o sería el nombre de un ser querido lo que de inmediato le vendría al pensamiento?
En su obra Escritos Misceláneos la Sra. Eddy dice: “Un concepto falso de lo que constituye la felicidad es más desastroso para el progreso humano que todo lo que un enemigo o la enemistad pueda imponer a la mente o implantar en sus propósitos y logros para impedir los goces de la vida y aumentar sus penas”.Esc. Mis., págs. 9–10;
Está bien que amemos tiernamente a otras personas. Pero depender de ellas para nuestra felicidad puede ser peligroso si es que ello tiende a alejarnos de Dios y a interesarnos más en amar la personalidad que el Principio divino. Si caemos en tal error puede que inconscientemente cerremos nuestro corazón y nuestros oídos a las oportunidades que Dios nos brinda constantemente para escuchar los mensajes del Cristo.
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