La labor sanadora de Eliseo fue una característica sobresaliente de su vida, y podemos aprender mucho al considerar su relación con la valiente sunamita a quien la Biblia describe como “una mujer importante” (2 Reyes 4:8). Ella reconoció que él era “varón santo de Dios” (versículo 9), le dio la bienvenida como su huésped en varias ocasiones, y, con su marido, dispusieron un aposento especial para el uso del profeta.
Agradecido por su generosidad, y sabiendo que ella no tenía hijos, él le aseguró que dentro de un año daría a luz un hijo varón, a pesar del hecho que su marido, un granjero próspero, tenía una edad avanzada. La promesa de Eliseo fue al principio más de lo que ella estaba preparada para aceptar, pero a su debido tiempo se cumplió.
Una mañana, varios años después, el muchacho, quien acompañaba a su padre en el campo de la cosecha, fue repentinamente atacado por intensos dolores en la cabeza. Si bien fue enviado rápidamente a su madre para que cuidara de él, alrededor del mediodía falleció en sus rodillas.
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