En una edición de un diario se publicaron dos artículos sobre animales. El primero mencionaba el caso de una ballenita enferma que había sido arrojada a las playas de Nueva Inglaterra. Con el propósito de salvarle la vida la pusieron en un estanque grande y la cuidaban día y noche; cuatro asistentes se encargaban de alimentarla, darle masajes y de atender a todas sus necesidades.
El otro artículo se refería a la matanza anual de focas en otro país. Se estimaba que para el final de la temporada un cuarto de millón de cachorros de focas serían matados a garrotazos a pesar de las acongojadas protestas de sus madres.
Estas dos noticias tipifican las actitudes extremas de los seres humanos hacia los animales. Por un lado, personas sin escrúpulos ni compasión, cazan y matan animales por deporte o por ganancia y, por el otro, hay personas que se consagran a salvar la vida de los animales. Muchas tienen animales domésticos a los que miman y de los que dependen mucho por la compañía que éstos les brindan — a veces los tratan con más consideración que a sus amigos y familiares. Al mismo tiempo puede que sean completamente indiferentes a la matanza en masa de las especies no domesticadas. Pensadores confundidos bien pueden preguntarse cómo pueden pensar correctamente acerca de los animales, cómo debieran actuar y cuál debiera ser su responsabilidad hacia ellos.
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