En una edición de un diario se publicaron dos artículos sobre animales. El primero mencionaba el caso de una ballenita enferma que había sido arrojada a las playas de Nueva Inglaterra. Con el propósito de salvarle la vida la pusieron en un estanque grande y la cuidaban día y noche; cuatro asistentes se encargaban de alimentarla, darle masajes y de atender a todas sus necesidades.
El otro artículo se refería a la matanza anual de focas en otro país. Se estimaba que para el final de la temporada un cuarto de millón de cachorros de focas serían matados a garrotazos a pesar de las acongojadas protestas de sus madres.
Estas dos noticias tipifican las actitudes extremas de los seres humanos hacia los animales. Por un lado, personas sin escrúpulos ni compasión, cazan y matan animales por deporte o por ganancia y, por el otro, hay personas que se consagran a salvar la vida de los animales. Muchas tienen animales domésticos a los que miman y de los que dependen mucho por la compañía que éstos les brindan — a veces los tratan con más consideración que a sus amigos y familiares. Al mismo tiempo puede que sean completamente indiferentes a la matanza en masa de las especies no domesticadas. Pensadores confundidos bien pueden preguntarse cómo pueden pensar correctamente acerca de los animales, cómo debieran actuar y cuál debiera ser su responsabilidad hacia ellos.
Una de las primeras declaraciones que probablemente recuerden las personas familiarizadas con la Biblia se encuentra en el primer capítulo: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Gén. 1:26; Sin embargo, antes de suponer que esto nos da poder supremo para hacer lo que queremos con los animales del mundo, haríamos bien en recordar que el primer capítulo del Génesis no es una declaración literal de la historia de la creación física. Es una ilustración metafórica de la creación espiritual de la Mente divina. Para entender su significado, tenemos que interpretarla espiritualmente, y la Ciencia Cristiana nos da la clave al enseñar que cada objeto mencionado en el relato, ya sea animado o inanimado, simboliza ciertos elementos y atributos de la Mente divina y no son animales y cosas como se los conoce humanamente.
Por ejemplo, hablando de las dos grandes lumbreras creadas por Dios, la Sra. Eddy dice: “El sol es una representación metafórica del Alma fuera del cuerpo, dando existencia e inteligencia al universo”.Ciencia y Salud, pág. 510; Refiriéndose a los grandes monstruos marinos y a las aves aladas creadas por Dios, ella dice: “El Espíritu es simbolizado por la fuerza, la presencia y el poder, y también por pensamientos sagrados, alados con Amor”.ibid., pág. 512; Este relato bíblico de la creación, interpretado espiritualmente, ofrece una semejanza simbólica del universo espiritual, absoluto, de la Mente divina y de los elementos que lo constituyen.
Las criaturas que reconocemos diariamente como aves, bestias, peces y reptiles son tan reales y permanentes en su ser espiritual y genuino como lo son los hombres y las mujeres — y son igualmente inofensivas y armoniosas. Dios, la Mente divina, las forma individualmente y mantiene sus identidades distintas y eternas. No son materiales sino espirituales. Son pensamientos perfectos de Dios, que están eternamente comprendidos en la Mente divina. Tienen su lugar y propósito en el universo de Dios, la Mente, y expresan y glorifican a Dios en una forma individual.
Debiéramos considerar a los animales como pensamientos espirituales del Amor — como lo demuestra una carta de la Sra. Eddy que se refiere a los peces en el estanque de su casa de Pleasant View. Ella escribió: “Los pececillos de mi fuente tienen que haber sentido mi presencia cuando yo me detuve silenciosamente junto a ella, pues salieron en fila bien ordenada a la orilla donde yo estaba parada. Luego alimenté a estos pequeños seres tan apacibles y que, sin temerme, acudieron a mí en busca de alimento”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 247.
Destacándose entre las a veces salvajes y bestiales características de los animales, a menudo podemos percibir una cualidad más elevada del Alma, otorgada por Dios, tal como la valentía y la fortaleza del león y la aguda percepción del águila. Estas cualidades nos permiten reconocer la verdadera sustancia e identidad espirituales de los animales; y manteniendo en el pensamiento la naturaleza de su ser verdadero, que es real, ideal y creada por Dios, y negando las características bestiales, podemos ayudar a sanarlos cuando parezcan estar enfermos o sufriendo.
La epizootia — una enfermedad que afecta a un grupo de animales — es impuesta a sus víctimas por una creencia mortal falsa. Puede vencerse cambiando la creencia mediante el Cristo, la verdadera idea de Dios. Es necesario que entendamos la presencia de la naturaleza real y espiritual de las criaturas de Dios en lugar de la imagen imperfecta y llena de enfermedad que parece estar presente.
Tenemos la misma responsabilidad para con los animales que para con las personas — la de ser testigos de su verdadera naturaleza como representantes mentales de la Mente divina. No es la utilidad que le prestan al hombre mortal la que determina su valor, sino su utilidad a Dios como representantes de Sus cualidades. Dios creó al hombre y a la bestia, y cuida de ambos con el mismo grado de ternura. Bajo Su ley, deben de morar juntos en armonía y respeto mutuo.