Carlos a menudo se quedaba a un lado solo mientras los otros niños jugaban. A ellos no les gustaba jugar con Carlos porque siempre estaba sucio. Además era tímido porque no podía hablar como los demás. Se esforzaba mucho para formar las palabras pero generalmente no podía hablar con claridad y no le entendían.
Nadie sabía dónde Carlos vivía. Simplemente aparecía donde los otros niños estaban jugando. Algunos hasta pensaban que sería gitano.
Josefina había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que todas las personas son hijos de Dios. Dios los ama a todos porque Él es el Padre de todos. Josefina también sabía cómo portarse con el prójimo porque lo había aprendido de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas. Había aprendido que todos tienen que amarse unos a otros, tal como Cristo Jesús amó a la humanidad y la ayudó. Josefina comprendió que esto también incluía a Carlos.
A menudo lo tomaba de la mano y lo traía al grupo de sus compañeros de juego. Pero a ellos no les gustaba que lo hiciera y bien pronto ya no quisieron jugar más con Josefina. Pero a ella no le importó mucho esto. Ella quería ayudar a Carlos.
Entonces Josefina por primera vez le hizo una invitación a Carlos. Lo invitó a comer a casa de su abuelita. Cuando Carlos llegó, miró con ojos muy grandes todo a su alrededor. Casi no podía hablar, pero estaba feliz de sentirse bienvenido.
Después de comida Josefina lo llevó al patio y se sentó a su lado. Comenzó a hablarle acerca de Dios, de Jesús y de los Diez Mandamientos. Carlos nunca había escuchado nada de esto antes. Se sentó muy quieto y puso mucha atención. Quería entender cada, palabra.
Josefina entonces comenzó a enseñarle el primer mandamiento. Muy lentamente y con mucha claridad le pronunció las palabras: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3; “Ahora tú las repites”, le dijo, ayudándolo a hacerlo. Carlos se esforzó muchísimo para repetirlas y poco a poco fue formando las palabras una tras otra. Al principio no lo hizo bien, pero Josefina cariñosamente se las repitió una y otra vez. Y él se esforzó más para decirlas hasta que pudo pronunciarlas mejor.
Entonces Josefina le habló de la Escuela Dominical a la cual ella asistía. Estaba muy contenta de poder contarle a su amiguito cuánto ella quería la Escuela Dominical. ¡Y todo esto era una novedad para Carlos!
Un domingo, muy temprano por la mañana, alguien llamó a la puerta de la casa de la abuelita. Era Carlos. Había venido porque quería jugar con Josefina. Como de costumbre, parecía que nadie se había preocupado de él. La abuelita le dijo que hoy era domingo y que dentro de un rato todos iban a ir a la iglesia. “Pero si tú le pides permiso a tu familia y te lavas un poquito”, le dijo, “puedes venir con nosotros. ¿Te gustaría?”
Carlos salió como si lo llevara el viento. No pasó mucho tiempo antes de que el timbre sonara otra vez. Aquí estaba Carlos nuevamente. Ahora muy limpiecito. Hasta se había puesto calcetines. Muy orgulloso abrió una mano y mostró unos pocos centavos que había traído para la colecta. Feliz fue con Josefina a la Escuela Dominical.
Ésta no fue la única visita de Carlos. Con la ayuda de Josefina aprendió que él, al igual que todos, era hijo de Dios y que era amado. Un día su hermano mayor también vino a casa de la abuelita porque quería ir con ellos a la Escuela Dominical.
Josefina ha continuado ayudando a Carlos a hablar y a comprender a Dios. Ahora cuando a Carlos le preguntan acerca de Dios responde con los ojos brillantes de entusiasmo: “¡Dios es bueno, Dios es bueno!” Y todos entienden lo que dice. Ahora los otros niños ya no lo echan. Juegan con él porque aprendieron de Josefina que amar a Carlos es la cosa más natural del mundo. Y Josefina ha aprendido lo que significan estas palabras de la Sra. Eddy: “La bondad nunca queda sin recompensa, porque la bondad hace de la vida una bendición”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 165.
