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Cuando nació nuestra segunda hija me di cuenta de que algo andaba...

Del número de enero de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando nació nuestra segunda hija me di cuenta de que algo andaba mal. Durante el embarazo había solicitado tratamiento de una practicista de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), quien me ayudó a comprender que Dios forma y crea a cada uno de Sus hijos perfecta y espiritualmente. Esta comprensión me permitió permanecer tranquila y confiada. Solicitamos a la practicista que orara para mí cuando el parto se presentó difícil; la niña nació pronto y bien. Después me informé de que la criatura había estado en peligro.

Pronto se hizo evidente que las capacidades y desarrollo mental de esta niñita estaban retardados. Aun cuando el caso jamás fue diagnosticado por la profesión médica, acusaba síntomas de autismo. Le gustaba estar sola en su pequeño mundo y comenzó a desarrollar características que la aislaban de los otros niños. A la edad de tres años no había hablado ni una sola palabra. Tenía además una anomalía en los ojos.

Esta época fue de gran prueba para mí. Hasta entonces mi vida había sido tranquila, libre de problemas. Tenía un marido buenísimo y nuestra primera hija era extraordinariamente brillante, alerta y articulada. Mi hogar parecía haber perdido mucho de su felicidad.

Un pensamiento me molestaba de continuo: ¿Por qué se me había presentado este problema? Yo había pasado clase de instrucción antes de que esta niñita naciera. Durante el embarazo había leído entero Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Recuerdo haber deseado estudiar este libro más que ninguna otra cosa. Fue un maravilloso período de desarrollo espiritual.

Estos interrogantes humanos me hicieron ver mi gran necesidad. Como Científica Cristiana comprendí que ésta era mi gran oportunidad para confiar en Dios sin reservas. Me di cuenta de que debía poner a esta chica totalmente al cuidado infinito de Dios y de Su amor que lo abarca todo.

Cuando leí Ciencia y Salud en aquella ocasión me llamó mucho la atención esta frase (pág. 61): “Los hijos cuyos padres tengan la mente evangelizada heredarán más intelecto, mentes más equilibradas y constituciones más sanas”. Me sentí impulsada a demostrar la veracidad de esta declaración.

Estas palabras de Cristo Jesús me alentaron mucho (Mateo 19:26): “Para Dios todo es posible”. También, cuando a Jesús le preguntaron por qué cierto hombre había nacido ciego, él rechazó todo argumento humano sobre el tema y enfocó el caso exclusivamente de modo divino. No buscó una causa material. Para mí, sus palabras señalaron hacia el origen verdadero y espiritual del hombre y su estado perfecto e intacto: “...para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3).

Comencé a glorificar a Dios todos los días. Llegué a estar más y más consciente de Su grandeza y bondad y de mi gratitud hacia Él. Agradecí de que en el reino espiritual de Dios esta niñita era Su reflejo, que jamás había nacido en la materia sino que Dios la conocía como idea divina. Sentí gratitud de que mi esposo me alentara a trabajar este problema en la Ciencia Cristiana, aun cuando él en ese tiempo no estudiaba esta Ciencia. Ninguno de los dos jamás nos sentimos inclinados a consultar la opinión médica.

Durante este período de estudio espiritualmente científico dos errores en mi pensamiento se hicieron evidentes. Uno fue el hábito de estar comparando a esta niñita con su hermana mayor y con otros niños de su edad. El otro error que tenía que vencer era el martirizante pensamiento: “¿Qué pensará la gente?”

A medida que con toda devoción me dedicaba a ver a esta niñita como la expresión completa de Dios, me liberé del orgullo y de un falso sentido de responsabilidad. Una actitud en extremo sensitiva y siempre a la defensiva comenzó a desvanecerse. Las opiniones y curiosidad de la gente me molestaban menos. Discipliné mis pensamientos a preguntarme mentalmente: “¿Cómo ve Dios a esta criatura?”

Algo curioso ocurrió. La gente dejó de hacerme preguntas acerca de cuántos médicos y clínicas terapéuticas habíamos consultado. Nuestra hijita respondió a este nuevo enfoque inspirado y comenzó a mejorar visiblemente.

Pudimos matricularla en un jardín infantil. Estaré siempre agradecida a la escuela y a la maestra, que era Científica Cristiana. Bajo su afectuoso cuidado nuestra hijita aprendió a adaptarse a sus compañeros de clase, a tomar parte en las actividades en grupos y a atender solita a sus necesidades.

Al cumplir cuatro años todavía no hablaba ni una palabra. Una tarde me sentí sobrecogida por la desesperación y lloré amargamente. Si ella nunca va a hablar, me dije, entonces nunca va a poder recibir una educación normal. En ese tiempo me encontraba esperando a nuestro tercer hijo y me llené de temor por esta nueva criatura.

La condición era tan agobiadora que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana inmediatamente. Con gran calma y confianza en la omnipotencia de Dios la practicista me recomendó que leyera la historia de Moisés narrada en el cuarto capítulo del Éxodo. El siguiente diálogo me conmovió más de lo que las palabras pueden expresar (Éxodo 4:10–12): “Dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra... porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ... ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar”.

Mientras meditaba en el significado espiritual de la comunión de Moisés con Dios, un gran cambio se operó en mí. Todo temor, toda duda, me dejaron. Estuve consciente de la presencia de Dios como nunca antes. Sentí el poder de Su infinitud, de Su absoluta compleción y de Su perfección rodeándome a mí y a la niña. Me di cuenta de que mi consciencia humana había recebido un influjo divino y de que todo estaba bien. Fue en ese instante que comprendí que la niña había sanado.

Continué orando y pensando devotamente. La siguiente declaración en Ciencia y Salud (pág. 89) fortaleció mi sentido de curación: “La influencia o acción del Alma confiere una libertad que explica los fenómenos de la improvisación y el fervor de labios incultos”.

Esto ocurrió cerca del día de Acción de Gracias. Desde entonces nuestra hijita comenzó a hablar normalmente y con gran entusiasmo. No hubo lucha ni esfuerzos. Sencillamente las palabras fluían. A la llegada del Año Nuevo su vocabulario y dicción eran como los de otros niños de su edad, y en septiembre, en el próximo año escolar, pudo participar en un programa de su clase de kindergarten que la preparó para leer.

Todo vestigio de incapacidad mental y física desaparecieron finalmente. Llegó a ser una muy buena estudiante y obtuvo notas sobresalientes en sus estudios secundarios. Ahora asiste a la universidad. Cuando cursaba las humanidades pasó el examen de la vista para su licencia de manejar sin dificultad y sin lentes.

¿Puede sorprender de que yo esté decidida a ser Científica Cristiana toda mi vida? Comprender en cierta medida el Principio divino, Dios, y Su poder científico sanador — ejemplificado por Cristo Jesús y explicado por la Sra. Eddy en Ciencia y Salud— es el más grande tesoro que una persona puede poseer. Hace del hogar un cielo.


Yo soy el padre de la niña y desearía confirmar la veracidad de la curación narrada, la que se realizó solamente mediante tratamiento en la Ciencia Cristiana.

Hemos tenido además muchas otras demostraciones de curaciones por la Ciencia Cristiana en nuestra familia como resultado de la devoción de mi esposa a las verdades sanadoras de esta religión. Huesos quebrados han sido ajustados y sanados mediante la oración. Nuestras metas y deseos se han encauzado por nuevas vías y ha habido curaciones del hábito de fumar y beber. Éstas son sólo unas pocas de las bendiciones que ha experimentado nuestra familia durante los últimos veinte años.

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