Cuando nació nuestra segunda hija me di cuenta de que algo andaba mal. Durante el embarazo había solicitado tratamiento de una practicista de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), quien me ayudó a comprender que Dios forma y crea a cada uno de Sus hijos perfecta y espiritualmente. Esta comprensión me permitió permanecer tranquila y confiada. Solicitamos a la practicista que orara para mí cuando el parto se presentó difícil; la niña nació pronto y bien. Después me informé de que la criatura había estado en peligro.
Pronto se hizo evidente que las capacidades y desarrollo mental de esta niñita estaban retardados. Aun cuando el caso jamás fue diagnosticado por la profesión médica, acusaba síntomas de autismo. Le gustaba estar sola en su pequeño mundo y comenzó a desarrollar características que la aislaban de los otros niños. A la edad de tres años no había hablado ni una sola palabra. Tenía además una anomalía en los ojos.
Esta época fue de gran prueba para mí. Hasta entonces mi vida había sido tranquila, libre de problemas. Tenía un marido buenísimo y nuestra primera hija era extraordinariamente brillante, alerta y articulada. Mi hogar parecía haber perdido mucho de su felicidad.
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