Miqueas fue contemporáneo de Isaías de Jerusalén. Ambos se destacaron por su fervor profético; pero eran totalmente diferentes en su posición social y en el estilo de vida. Isaías era esencialmente un habitante de la ciudad, que vivía en la ciudad de Jerusalén o cerca de ella. Según lo sugerimos anteriormente, parece que Isaías se mantenía en contacto cercano con oficiales de la corte y con los sucesivos monarcas judíos — Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías; sin embargo, Miqueas también los nombra a todos ellos, menos a Uzías, en su breve libro.
Los antecedentes de Miqueas parecen haber sido más humildes; conclusión sacada del hecho de que el nombre de su padre no está registrado. A diferencia de Isaías, Miqueas vivió en una pequeña aldea en el campo, en una comunidad llamada Moreset-Gat, ubicada a unos treinta kilómetros al suroeste de Jerusalén, en una ondulada pero fértil región agrícola, a menudo conocida como la Sefela, que proporciona una frontera natural entre Filistea en la costa del Mediterráneo y la región montañosa de Judá. Es incierto si Miqueas fue o no un granjero, pero parece haber estado profundamente interesado en los apremiantes problemas de los campesinos de su región.
El nombre de Miqueas es significativo porque su derivación presenta esta pregunta sublime: “¿Quién es como Yahweh (Jehová)?” Por cierto que él contribuyó a entender la naturaleza y el poder de Jehová al registrar lo que la Deidad había hecho en el pasado por Su pueblo (ver Miqueas 6:4, 5). Además, indicó la protección continua que Dios les aseguraría si ellos obedecían Su Palabra y tomaban una posición firme en contra de la idolatría y del mal.
Parece que algunas de las profecías de Miqueas fueron pronunciadas en fecha tan temprana como el año 722 a.C. Su breve libro está compuesto de una vívida serie de declaraciones contrastantes que difieren tanto en su presentación, que algunos comentaristas se han inclinado a sostener que sería muy difícil que hayan sido escritas por la misma persona. Asimismo, es quizás justo recordar que muchos profetas parecen haber usado conscientemente el arte literario del contraste para aclarar su mensaje y hacerlo más específico. Así es que mientras los tres primeros capítulos del libro de Miqueas presentan mensajes de juicio y amenazas contra Judá y Samaria, su parte central consiste mayormente de pensamientos de redención y protección, de promesa y paz (ver capítulos 4 y 5). Por otra parte, el capítulo 6 y la primera parte del 7 son en su mayor parte severos y melancólicos; luego el libro concluye con un entusiasta poema de triunfo y perdón.
Mientras que el hogar del profeta estaba ubicado dentro de los límites de Judá y no muy lejos de Jerusalén y su templo, el profeta tenía un mensaje desafiante que compartir no solamente con Jerusalén, sino también con el pueblo del reino del norte de Samaria, y aún más lejano — con toda la tierra. “Oíd, pueblos todos; está atenta, tierra, y cuanto hay en ti; y Jehová el Señor, el Señor desde su santo templo, sea testigo contra vosotros” (1:2). ¿Cuál fue entonces el severo juicio que el profeta proclamó contra la gente de su generación?
En el mismo comienzo de su ministerio profético, Miqueas el moresita tuvo la convicción de que la caída de la ciudad de Samaria era inminente. Proclamó que las grandes piedras de esta afamada ciudad, pronto se derramarían por el valle y sus ídolos serían destruidos. Muchas personas del pueblo perecerían. Esto iba a convertirse en un acontecimiento histórico que se llevó a cabo por manos de Sargón el asirio en el 721 a.C., poco después del comienzo de la misión de Miqueas.
Lo que Miqueas había predicho con respecto al destino de Samaria fue acertado, pero fue evidente que él comprendió que esto era el primer estruendo de una tormenta continua que pronto estallaría en Jerusalén misma. Miqueas describe vívidamente el destino de Samaria y lo ve como un contagio que estaba destinado a expandirse hacia el sur. “Su llaga es incurable, y llegó hasta Judá... hasta la puerta de mi pueblo, hasta Jerusalén” (1:9 según la versión King James). Además, el castigo que esperaba a Jerusalén, según parece considerarlo él, es igual, si no mayor, que el sufrido por Samaria.
Si bien Miqueas fue muy severo al advertir a Jerusalén respecto a los ataques de los que pronto iba a ser objeto esa gran ciudad, sintió y expresó claramente un interés más personal en las aldeas cercanas a la suya en la Sefela, aldeas que, al igual que la capital, pronto iban a conocer los peligros de la invasión. Con humor irónico, que se refleja en la traducción del pasaje hecha por el Dr. Moffat, Miqueas hace un juego de palabras con el significado literal de los nombres hebreos de algunos pueblos pequeños de las cercanías que eran, sin lugar a dudas, bien conocidos por el profeta. “Llora en el pueblo del Llanto... revuélcate en el polvo en el pueblo del Polvo... camina desnudo en el pueblo de la Belleza... no te muevas en el pueblo del Movimiento” (1:10s).
Al principio del segundo capítulo de su libro, Miqueas da más pruebas de su profunda preocupación por la condición de sus vecinos en el campo, territorio que le era tan familiar y que tanto quería. Se admite generalmente que esos hombres eran pequeños agricultores relativamente prósperos, pero que una y otra vez se veían enfrentados a la injusticia y opresión infligidas por los ricos y arrogantes. Miqueas se quejó de que estos usurpadores: “Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad” (2:2). El profeta denunció que no solamente los campesinos mismos habían sido vejados despiadadamente, sino que a sus esposas las habían echado sumariamente de los hogares que amaban; y, por consiguiente, sus hijos habían sido privados de tener una niñez normal y feliz (ver versículo 9).
Con todo lo impopular que su mensaje debe haber sido entre una generación que estaba más ansiosa de escuchar promesas “de vino y de sidra” (versículo 11), el vidente advertía a sus oyentes adinerados que la aflicción que habían impuesto a otros se volvería contra ellos mismos (ver 2:10; 3:1–11). La misericordia y el arrepentimiento parecían brillar por su ausencia. Miqueas sostenía que una actitud como ésa, sólo podría traer el desastre a los ricos terratenientes que vivían en Jerusalén, hombres que a su debido tiempo bien podrían ver a Sion arada como los campos que ellos menospreciaban y su propia ciudad desolada y en ruinas (ver 3:12).
En el capítulo cuatro de su libro (versículos 1 al 7), Miqueas se eleva a una atmósfera de alegría y esperanza, que contrasta vivamente con su denuncia de los líderes adinerados de Jerusalén y de la censurable conducta contra los amigos y vecinos del profeta que viven en el campo. Su profecía del enaltecimiento de Jerusalén “en los postreros tiempos” se parece tanto a las que usó su contemporáneo, Isaías hijo de Amoz, que hasta pone en tela de juicio quien fue su autor original (ver Isaías 2:1–5).
Miqueas previó el completo restablecimiento futuro de Jerusalén y un reino de paz y armonía. Al igual que Isaías, utilizó el tema del remanente en sus vívidas profecías sobre el pueblo (ver Miqueas 2:12; 4:7; 5:7). Lo que es más, llega a presentar una de las indicaciones más claras de la venida del Mesías, a quien concibe nacido en la aldea judía de Belén. El Mesías no solamente será “Señor en Israel”, sino que será “engrandecido hasta los fines de la tierra” (5:2, 4).
Una de las más memorables declaraciones de Miqueas, y que proporciona un vívido resumen del mensaje presentado por los profetas del siglo ocho a.C., quienes denunciaron no sólo los males de su época sino también el ritualismo, sostiene la necesidad de bondad y justicia, misericordia y humildad (6:8): “Él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.