Caminando andaba por el yermo
cayendo varias veces, sin valor,
entre lo amargo de sudor y lágrimas
la soledad aquella, de pronto, floreció.
Y yo, que tanto tiempo en el desierto
había hurgado entre las piedras, por amor,
no hallando más que polvo y tierra seca
persistiendo en la huella del dolor,
al ver todo aquello ante mis ojos
de improviso tornarse en esplendor,
quité de mis pies aquel calzado
que llevé en la ignorancia y el temor.
Y ya descalza y libre de creencias
arrodillada en silencio y oración,
escuché la voz del Padre-Madre único
decir que siempre he estado donde estoy.
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