La propensión a contraer enfermedades no es una condición de la existencia verdadera. Al entender este hecho espiritual, cada uno de nosotros puede tomar medidas eficaces para protegerse durante una epidemia y para ayudar a detener el contagio.
Ustedes y yo a veces parecemos vulnerables sólo porque damos nuestro consentimiento, consciente o inconscientemente, a la convicción humana general que la materialidad es la esencia de la vida. Pero, en realidad, como Dios ha creado al hombre y al universo, la vida es espiritual y está gobernada únicamente por las leyes de Dios, la Verdad. Por lo tanto, la enfermedad no tiene validez — no tiene origen.
¿No hay enfermedad? No. El hombre y el universo son la autoexpresión de Dios. Reflejan Su bondad — la indestructibilidad de la Vida, la armonía y la belleza del Alma, la comprensión inteligente de la Mente. Este reflejo, esta acción autoexpresiva de la Mente divina, es la única comunicación que en realidad tiene lugar. Dios le comunica todo el bien al hombre, toda la alegría, belleza y salud, y así hace que el hombre manifieste estas cualidades, que refleje la naturaleza divina. La enfermedad, la decadencia y el temor nunca son comunicados al hombre ni él los comunica, porque no existen en la totalidad del Principio divino, la Vida. No tienen ni punto de partida ni curso de acción. En resumen, todo es Dios, el bien. No hay nada más. La Sra. Eddy escribe: “Del Amor y de la luz y armonía, que son la morada del Espíritu, sólo reflejos del bien pueden venir”.Ciencia y Salud, pág. 280;
Cuando apelamos con inteligencia a la verdad espiritual, esta verdad tiene autoridad irresistible en nuestra experiencia. Nos inmuniza contra los tumultos ilusorios del temor humano y al mismo tiempo neutraliza la supuesta acción nociva del temor.
Cristo Jesús entendió y ejemplificó totalmente el derecho indiscutible de la Verdad, el Amor, de gobernar la vida de hombres y mujeres, y dio a los que lo escucharon enseñanzas valiosísimas. “Cuando ores,” dijo, “entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6; Es en el lugar secreto de nuestra fe y entendimiento espiritual que la verdad invisible de la Vida, el Espíritu, se percibe y retiene, y las tal llamadas leyes del contagio se ven por lo que son: conceptos equivocados que no tienen validez. Privada de su credibilidad, la enfermedad desaparece. Un salmo muy conocido nos habla de la protección que proviene de la consciencia elevada, que recibe inspiración de la oración: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente... No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. Salmo 91:1, 10;
Pero entrar en el aposento de la oración y cerrar la puerta, no es pasar por alto negligentemente las corrientes de la creencia médica ni apartarse con temor de ellas. Por el contrario, es afirmar de todo corazón — y a veces vigorosamente — que toda persona, por ser la eterna representación espiritual de Dios, es perfecta y libre ahora mismo. Y es negar con la misma sinceridad que pueda existir aun un microbio de enfermedad o temor en alguna parte. A veces tal vez necesitemos declarar específicamente que ninguna fase de la creencia humana material, o magnetismo animal, puede hacer que se difunda la enfermedad, porque la Mente gobierna todo lo que realmente existe y ni envía ni permite la enfermedad. Cualesquiera que sean las verdades específicas que utilicemos en nuestra oración, es nuestra firmeza y fidelidad a la Verdad lo que niega a la enfermedad un punto de apoyo y la destruye.
La oración científica e inspirada tiene efectos de largo alcance. Ayuda a limpiar el pensamiento humano colectivo trayendo la luz de la Verdad directa y específicamente a los temores que alimentan el contagio. Puede detener la más temible de las epidemias.
Recurrir a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana para el bienestar y la seguridad personales es un buen punto de partida. Pero estas enseñanzas son mucho más que un mejor sistema de curación. Elucidan la verdad del ser, la prístina y única Ciencia de la Vida. Si en la actualidad estamos satisfechos con el concepto equivocado que dice que somos personas protegidas por la oración y que estamos rodeados por otros que no lo están y que están atormentados, o si estamos adormecidos por el pensamiento que sugiere que el mero hecho de negarnos a ser vacunados nos protege de los efectos de las creencias médicas, entonces no hemos logrado entender el significado profundo de lo que el Maestro, Cristo Jesús, vino a demostrarnos. Y nuestra ciudadela mental todavía no está completamente fortificada.
La oración en la Ciencia Cristiana es una afirmación sincera de la totalidad de Dios y un reconocimiento de la realidad divina. “La piedra de toque para toda oración”, escribe la Sra. Eddy, “consiste en la contestación a estas preguntas: ¿Amamos a nuestro prójimo más debido a este ruego? ¿Seguimos en pos del viejo egoísmo, satisfechos con haber orado por algo mejor, aunque no demos pruebas de la sinceridad de nuestras peticiones llevando una vida en armonía con nuestra oración?” Ciencia y Salud, pág. 9;
La oración profundamente cristiana tiene un poder enorme y trae una libertad maravillosa. Justo en medio de una epidemia ustedes y yo podemos ver demostrada en nuestra vida la veracidad de la descripción siempre oportuna de la Sra. Eddy: “La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de la Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana — que calma los temores del hombre, lleva sus cargas, lo llama a la Verdad y al Amor y a la dulce inmunidad que éstos ofrecen contra el pecado, la enfermedad y la muerte”.Escritos Misceláneos, pág. 320.