En cierta capital asiática en estado de confusión, un corresponsal del The Christian Science Monitor se apresuraba a presenciar el incendio de una biblioteca americana por manifestantes comunistas y reportar lo ocurrido. Atravesando una callejuela para acortar su camino, se vio frente a un grupo de revoltosos que abandonaban la escena. La turba, gritando enfurecida, lo acorraló entre dos automóviles.
“¡Es un americano — matémoslo!” gritaban en el idioma de ellos.
“No pueden hacer eso. Aquí todos somos hijos de Dios”, dijo para sus adentros el corresponsal del Monitor; entonces uno de entre la turba defendió al periodista víctima de la agresión.
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