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Cediendo a la bondad de Dios

Del número de noviembre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo vivía en el duodécimo piso de un edificio de departamentos, la ventana de mi dormitorio daba al este abriéndose a un cielo colosal, típico del Estado de Colorado. Hacía algún tiempo que una promesa del libro de Job me había venido una y otra vez al pensamiento durante varios día. Continuamente se me repetía, “... serás como la mañana”. Job 11:17 (según la versión King James); Al final empecé realmente a escuchar su mensaje más profundo.

Una mañana, con esta promesa bíblica aún presente en mi pensamiento, vi cómo la oscuridad iba cediendo a un gris violáceo, luego a matices rosa y azul. Suavemente, como el amanecer mismo, apareció una nueva idea, y vi lo que me parece ser el secreto de la novedad de la mañana: el incesante proceso de ceder sin esfuerzo — la oscuridad cediendo al fulgor de la luz. El resultado de este ceder fue lozanía y una belleza emocionante.

En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “El sol es una representación metafórica del Alma fuera del cuerpo, dando existencia e inteligencia al universo”.Ciencia y Salud, pág. 510; Ahora podía ver la lozanía de la mañana como una metáfora de la consciencia humana, que expresa lozanía y belleza al ceder a la luz y al poder del Alma — esa luz más brillante fuera del cuerpo, que da “existencia e inteligencia” a cada uno de los hijos de Dios.

La Ciencia Cristiana revela el hecho de que el hombre, en su naturaleza verdadera, esa naturaleza que deriva de Dios, siempre refleja el Alma radiante, Dios. Es la comprensión de esta relación divina entre Dios y el hombre la que mantiene nuestro estado de incesante lozanía y belleza. Es el ceder, la total sumisión a Dios, lo que ilumina nuestro camino y lo hace menos pesado. ¿Hemos abandonado tales cosas como opiniones imprudentes, convicciones deficientemente estructuradas, y creencias inflexibles acerca de nosotros mismos, nuestro prójimo, y nuestro creador? Ser “como la mañana” es ceder a la bondad de Dios, a la gloria maravillosa siempre a mano.

¿Y qué es la esencia de la bondad de Dios? ¿No es acaso Su amor? Este amor del Amor bendice a toda la tierra y a todas sus criaturas; como reflejo de Dios, el hombre conoce el amor del Amor en toda su abundancia. Con autoridad bíblica y certeza científica, la Ciencia Cristiana hace de la palabra “Amor” con A mayúscula un sinónimo absoluto de Dios; revela así que el Amor es supremo sobre todas las cosas — irrebatible y sin contrario puesto que el amor del Amor, no conociendo ni preferencia ni prejuicio, brilla sobre todas las cosas con ternura y afecto.

Jesús reiteró en todo lo que dijo e hizo la naturaleza omnímoda del Amor. Insistió en la necesidad de que amemos a Dios y que nos amemos unos a otros. Nos dijo que volviésemos la otra mejilla, que anduviésemos la milla adicional, que tratásemos a los demás como quisiéramos que se nos trate, y que perdonáramos — que siempre perdonáramos. Jesús era incansable e inquebrantable en su deseo de mostrarnos que el cielo sólo puede alcanzarse mediante el amor.

Es interesante darse cuenta de que a medida que nos sometemos a las exigencias del Amor, la nobleza y humildad que se requieren para amarnos los unos a los otros sirven de catalizadores para la corriente de ideas divinas, las cuales siempre está impartiendo Dios. Aptitudes vivificadas y nuevas oportunidades para cumplir con la ley del Amor vienen a ser una evidencia tangible de esta corriente. Cuando cedemos a la exigencia cristiana de amar — de amar a nuestros enemigos como también a nuestros amigos, a amar al forastero que habita entre nosotros como también al miembro más íntimo de nuestra familia — percibimos que el tesoro de la inspiración del Amor se extiende hasta llegar a incluirlo todo.

No es sólo vital que aprendamos a amar activa y sinceramente; es igualmente esencial para nuestro bienestar que nos purifiquemos de toda tentación a abrigar el vestigio más mínimo de odio. El odio está muy a menudo disfrazado y oculto en una fría indiferencia hacia los demás, o en un juicio falso, o en una crítica imprudente, o en una envidia y un fariseísmo perniciosos. Antes de que podamos sentir la cordialidad y vivacidad del amor, debemos hacer ceder esos hábitos negativos de pensamiento a la luz más brillante, al Alma de nuestro ser, el Amor. Pagamos un precio exorbitante cuando nos aventuramos a descuidar u olvidar nuestra necesidad de someter tales hábitos. La Sra. Eddy aclara este punto: “No odiéis a nadie; pues el odio es un foco de infección que propaga su virus y acaba por matar. Si nos entregamos al odio, nos domina; al que lo tiene le ocasiona sufrimiento tras sufrimiento, en todo momento y más allá de la tumba”.Escritos Misceláneos, pág. 12;

Un adolescente amigo mío tuvo una bella experiencia al elevarse con la luz del Amor para dominar la tentación de entregarse a la justificación propia y al resentimiento. Había sido objeto de un plan artero, maquinado engañosamente y cruelmente llevado a cabo. Debido a que el golpe fue dado sin previo aviso por aquellos a quienes amaba y en los cuales confiaba, la justificación propia argumentaba que debía sentirse profundamente afendido. El amor propio susurró que había perdido algo muy querido. La voluntad humana insistía en que pagara el mal con el mal. Y la curiosidad fue despertada por la intensidad del odlo donde antes sólo había conocido amor.

Todas estas sugestiones tentadoras fueron silenciadas. Fueron reconocidas como influencias degradantes y ofuscadoras. Prefirió ir en busca de la luz. Prefirió amar. Fortaleció su posición con estas palabras de la Sra. Eddy:

En vez de miedo y odio, quiero amar,
pues Dios es bueno y Él me hará triunfar.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 207;

Por supuesto que no prefirió amar la iniquidad. Pero prefirió amar a quienes habían sido sus amigos. Sabía que podía hacerlo sólo al someter el cuadro grotesco que los proyectaba como herramientas dispuestas a la envidia, el temor y el engaño. Al reflexionar sobre el sublime ejemplo de amor de Cristo Jesús, hizo un constante esfuerzo en profunda humildad para verse a sí mismo como una completa expresión individual de Amor e inteligencia. Obtuvo una visión más clara de sí mismo — de que era de carácter íntegro, de que sus motivos eran puros, y tierna su actitud hacia los demás. Un día exclamó: “Sencillamente no es natural odiarlos, no puedo odiarlos. Los amo, y la mascarada que está desfilando no puede engañarme”.

Aunque un hosco rechazo todavía era la respuesta a toda oferta de amistad, se estableció la inocencia de mi amigo. Había estado muy ocupado regocijándose en la bondad de Dios como para consumirse en una morbosa atmósfera mental. La pureza de su amor se reflejaba en un rostro feliz y en una manera rápida y fácil de hacer nuevos amigos, aceptar nuevos desafíos y salir al encuentro de experiencias más amplias. Se regocijó en el buen éxito de sus variados empeños. Aparte de eso, le fue posible dar aliento a varios de sus nuevos amigos, cuyas dificultades eran grandes.

Pude ver muy claramente que si este joven hubiera dado acogida al odio, si hubiera abrigado resentimiento o amargura, no hubiera estado listo para experimentar regocijo, libertad y buen éxito. Recordé las palabras de San Juan: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros”. 1 Juan 4:12.

La experiencia anterior es sólo una pequeña gota en el mar de acontecimientos del mundo, pero su sustancia abarca toda situación. El amor que elevó el punto de vista de mi amigo y disipó la carga de haber sido engañado y desdeñado es el mismo amor, derivado del Amor, que siempre está a mano en toda situación humana. Es conveniente recordar que la naturaleza del Amor incluye la exigencia de ceder a él. En medio de la turbulencia del mundo, cuando el odio, la violencia, y la indiferencia egoísta en cuanto a los muchos sufrimientos de la humanidad son sumamente evidentes, la habilidad de someterse a esta exigencia imperativa parece a veces ilusoria, si no del todo inalcanzable. Pero el Amor que exige que lo hagamos es el Amor que nos ama. Si recurrimos al Amor, de seguro que nos ayudará a abandonar nuestras tontas maneras de proceder y a ceder a la luz divina de la Mente. Ciertamente nos ayudará a amar con un amor universal. Por cierto que nos ayudará a ser “como la mañana”.

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