Médicos e investigadores en el campo de la medicina, por mucho tiempo han estado buscando técnicas, medios y equipos adecuados para que la gente tenga una vida más larga y más plena. Y para algunos los resultados de estas investigaciones parecen ofrecerles mayor longevidad. Pero ¿conduce esto a una vida más abundante?
La respuesta, por supuesto, depende de nuestra comprensión de lo que verdaderamente es la vida. La vida verdadera procede de Dios, quien es Vida divina. Es espiritual y no material. Es inmortal. La vida verdadera de usted y la mía expresan Vida — y la Vida divina se sostiene a sí misma.
Esto significa que el sentido mortal de la vida — la vida que se vive en un cuerpo que debe morir — no es vida verdadera. Por tanto, confiar la vida a órganos transplantados y a pacificadores plásticos para el corazón, significa confiarla a una ilusión. Y el resultado de esta confianza sincera, pero mal puesta, es a menudo la frustración y la amargura — y esto está lejos de ser una vida más plena.
Quienes hayan buscado medios materiales para prolongar la vida, sólo para encontrar desengaño, pueden reconocer la verdad de estas palabras de la Sra. Eddy: “La materia no se sostiene por sí misma. Sus falsos apoyos caen uno tras otro. Sólo presentándose falsamente bajo la vestidura de ley, la materia triunfa por algún tiempo”.Ciencia y Salud, pág. 372;
Por tanto, en el mejor de los casos, los progresos médicos no pueden hacer sino prolongar un sentido mortal de la vida. Quienes deseen vivir por más tiempo y llevar una vida más plena deben recurrir a Dios, la Vida, para que los sostenga.
Quizás sea muy fácil decirlo. Pero ¿cómo lograrlo? Un primer paso es tener una vislumbre de que la Vida divina es eterna.
Muchas personas se aferran a un sentido mortal de la vida porque creen que ésa es la única manera en que se manifiesta la vida. Temen que la muerte terminará con la vida cual viento helado que sopla y apaga una vela para siempre.
Y si esto no es así, se preguntan a dónde puede recurrir la gente para encontrar la verdad. Bueno, podemos recurrir a Dios. La Biblia nos advierte: “Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad”. Salmo 37:3.
Dios, la Vida, nos da vida. La verdad de la Vida que vislumbramos en nuestra vida humana, también procede de Dios. A medida que confiamos en Dios vamos vislumbrando esa verdad. Estamos más y más conscientes de la naturaleza espiritual de la Vida. Y cuando obtenemos esta consciencia espiritual, comprendemos que Dios, el Espíritu, a través del verdadero espíritu de Él, o el Cristo, cuida de nuestras necesidades de alimento y abrigo y también sostiene nuestra vida humana.
Otra cosa que podemos hacer es comprender lo que es la vida basada en la materia. Es una mentira. Es una contradicción de términos que acarrea confusión. La vida que se vive en la materia — con sus deseos por placeres físicos y su temor de dolor físico — se mueve en una sola dirección: hacia su propia destrucción. Ese sentido de la vida debe morir, o corregirse al verlo como la mentira que es.
También podemos afirmar que nuestra vida verdadera procede del Espíritu. Que existimos no como mortales destinados a morir, sino como ideas espirituales. Que no vivimos en un cuerpo físico, sino en Dios, como Su reflejo.
Podemos recurrir a Dios y no a nuestro cuerpo en busca de vida y salud. Y siempre que nuestro cuerpo nos quiera decir “estoy lastimado”, “tengo un dolor” o “¡qué gran sensación!” — podemos negar que la materia es nuestra vida. En cambio debemos saber que Dios lo es.
Y así aprendemos a confiar más en Dios. Y, a medida que lo hacemos, nuestra creencia en la mortalidad comienza a desvanecerse. En cierto sentido morimos un poco menos cada día. Comenzamos a ver que la vida es espiritual y que la materia no puede, realmente, prolongar algo que ya es eterno.