En el curso de su trabajo diario los practicistas de la Ciencia Cristiana generalmente escuchan muchos detalles de la vida privada de sus pacientes. Algunas historias pueden parecer más increíbles que ficción. Embrollados problemas matrimoniales y familiares, intrigas en el trabajo, esperanzas, temores, incertidumbres, remordimiento, dificultades en la iglesia, en el hogar, en la oficina, problemas con el vecindario — y hasta confidencias de culpabilidad por violación a la ley. Los practicistas tienen la obligación de guardar todo lo que escuchan en estricta confidencia, sin divulgar ni el más mínimo detalle a nadie.
La Sra. Eddy hizo de lo confidencial una regla para su Iglesia al incluir en el Manual de La Iglesia Madre un Estatuto bajo el título “Practicistas y pacientes”. El primer párrafo dice: “Los miembros de esta Iglesia deberán mantener en sagrada confidencia toda comunicación privada que reciban de sus pacientes; así como cualquier información que reciban como resultado de la relación entre practicista y paciente. El incumplimiento de este punto expone al infractor a la disciplina de la Iglesia”.Man., Art. VIII, Sec. 22;
Este reglamento bien podría compararse con el juramento de Hipócrates, que todavía juran los graduados en muchas escuelas de medicina contemporáneas. Parte de este juramento lee: “Todo lo que habré visto u oído durante la cura o fuera de ella en la vida común lo callaré y conservaré siempre como secreto, si no me es permitido decirlo”. La ética en la conducta de los practicistas de la Ciencia Cristiana requiere la más estricta obediencia a mantener en confidencia lo que le comunican sus pacientes durante el período de tratamiento, y aun después de efectuada la curación. Hasta la más mínima alusión a su participación en un caso, aun después que la curación haya llegado a un feliz término, puede ser perjudicial.
Si las reglas de lo confidencial ponen a prueba la capacidad del practicista de ser reservado, también pueden poner a prueba su capacidad de percibir y demostrar la falta de poder de las condiciones humanas y la nada de la horrible naturaleza del mal. El practicista deberá proteger sus pensamientos contra la acumulación de temor, sensualismo, superstición, odio, injusticia, dolor — ya sea éste físico o mental — involucrados en tantas de las confidencias de los pacientes. A menos que el practicista vea la irrealidad de estos males, ellos pueden grabarse en su propia consciencia y oscurecer su visión del verdadero ser al punto que puedan ser un peligro para su salud. Más aún: si el Científico Cristiano no reconoce claramente que Dios, el bien, lo es Todo y que, por lo tanto, el mal es irreal, entonces no podrá destruir las pretensiones del mal en el pensamiento de sus pacientes y, por consiguiente, no podrá sanarlos.
Pero nuestra Guía, la Sra. Eddy, dice: “Bien puede el sentido humano maravillarse ante la discordancia, mientras que para el sentido más divino, la armonía es lo real y la discordancia lo irreal. Bien podemos asombrarnos ante el pecado, la enfermedad y la muerte. Bien podemos estar perplejos ante el temor humano, y aun más consternados ante el odio, que levanta su cabeza de hidra, mostrando sus cuernos en las muchas maquinaciones del mal”. Y luego añade: “Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” Ciencia y Salud, pág. 563;
¿Por qué, entonces, vamos a tratar los errores de la existencia mortal como algo asombroso, sorprendente u horrible? ¿Por qué hemos de darles importancia volviendo a pensar en ellos o temiendo que puedan repetirse toda vez que, como la Ciencia Cristiana insiste, Dios, el Amor divino, es el único creador, y Su creación refleja Su perfección y la completa armonía de Su gobierno? El practicista a quien se le ha encargado la curación de un caso, sólo puede hacerlo reconociendo la nada de la creencia de que el pecado o la discordancia es real; no magnificando el problema, describiéndolo a otros, chismeando acerca de él y, en general, haciéndolo parecer real.
El tratamiento en la Ciencia Cristiana por lo general es más eficaz cuando se lleva a cabo reservadamente, fuera de la hoguera de la publicidad de la mente mortal. La Sra. Eddy enfatiza la importancia de proteger al paciente de opiniones mortales y pensamientos adversos que presentan resistencia a los inspirados pensamientos de curación y pureza que Dios imparte al practicista, y que constituyen el tratamiento. La Sra. Eddy dice: “Si bien es cierto que la Mente divina puede quitar todo obstáculo, no obstante necesitáis alcanzar el oído de vuestro auditor. No es más difícil conseguir que vuestros pacientes os oigan mentalmente, mientras que otras personas estén pensando en ellos o conversando con ellos, si entendéis la Ciencia Cristiana — la unidad y la totalidad del Amor divino; pero es conveniente estar a solas con Dios y los enfermos durante el tratamiento de la enfermedad”.ibid., pág. 424; Cuando Cristo Jesús resucitó a la hija de Jairo, se enfrentó con una casa llena de dolientes. Se burlaron de él cuando insistió en que “no está muerta, sino duerme”. No hay duda de que el Maestro estaba tan seguro de su unidad con la consciencia divina que habría podido resucitar a la niña aun en medio de la presencia de los incrédulos. Ya había efectuado muchas curaciones de enfermos o inválidos en presencia de multitudes. Pero en este caso la Biblia nos dice que Jesús, “echando fuera a todos”, tomó la mano de la niña y la resucitó, restaurándola a una vida normal. Ver Marcos 5:38–43.
¿No debemos ver en la acción de nuestro Mostrador del camino — y en su admonición a los padres de “que nadie lo supiese”— una lección para ahora? Nuestro trabajo de curación se llevará a cabo más fácil y rápidamente en el silencioso refugio de la comprensión espiritual, y la manera discreta en que el practicista conduzca el caso puede ayudar a mantener la atmósfera mental libre de pensamientos antagónicos. El paciente, por su parte, puede contribuir a mantener su consciencia en una atmósfera pura y promover su propia curación, manteniendo en privado su relación con el practicista, aun después de efectuada la curación.
La discreción es un muy valioso aporte al trabajo de curación. La idea-Cristo opera en la consciencia tan silenciosamente como se desarrolla la semilla en lo profundo de la tierra, pero con una seguridad y fortaleza infinitamente mayores. Cuando tanto el practicista como el paciente buscan primero comprender la Verdad divina y aprecian su amanecer en la consciencia, entonces no la expondrán a la malicia de la mente mortal. La mantendrán a salvo hasta que haya alcanzado su madurez y la curación haya sido firmemente establecida.