Si encontramos al compañero adecuado y decidimos contraer matrimonio, ¿cómo podemos mantenerlo unido? ¿Cómo puede un matrimonio superar con éxito los desafíos que surgen durante los años en que el hombre y la mujer viven como una unidad económica, social y familiar?
Un punto importante es darse cuenta de que, en realidad, no son dos mentes pequeñas separadas que tratan desesperadamente de ver la manera de relacionarse entre sí. Ahora y para siempre, Dios es la única Mente, el único Ego divino, expresándose continuamente en el varón y la hembra de la creación espiritual. En su definición de “El Yo o el Ego”, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy declara: “No hay sino un solo Yo o Nos, un solo Principio divino o Mente divina, gobernando toda la existencia; el hombre y la mujer, intactos para siempre en sus caracteres individuales, al igual que los números, que jamás se mezclan entre sí, a pesar de ser regidos por un mismo Principio”.Ciencia y Salud, pág. 588;
Pero supongamos que la relación se vuelve desagradable, se hieren profundamente los sentimientos, surge el enojo, la ira, la culpa y una amarga desilusión. ¿Es demasiado tarde para que se produzca algún cambio y se reparen los males?
Nunca es demasiado tarde para que la unidad del hombre con Dios se comprenda y demuestre. Nunca es demasiado tarde para comprender que el hombre no es un animal social sino un ser espiritual. Cuando esta identificación correcta comienza a manifestarse, la idea de compromiso con Dios, el Padre-Madre Amor, reemplaza el concepto limitado y vulnerable de compromiso hacia otra persona, sin disminuir nuestra obligación hacia el matrimonio mismo. Podemos desechar ese sentimiento de “lo que yo quiero es correcto” en obediencia a la oración de Jesús: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10;
Reconociendo que Dios es el único “Yo o Nos”, dejamos de creer que hay muchas mentes pequeñas que deben someterse a las otras (a menudo sin éxito). Vemos que no hay mentes personales en absoluto, sino sólo la única Mente divina expresándose a través de su creación.
Puede parecer que un hombre y una mujer estén tratando desesperadamente de vivir bajo un mismo techo con goteras y tal vez con muy poco dinero y mucho disgusto; pero en ese mismo momento, Dios, el Padre-Madre, el único Yo; o Nos, está declarando la armonía y bondad de Su creación. Cuando buscamos sinceramente, no que la otra persona cambie sino que comprendamos más claramente nuestra relación con Dios, se presentan ideas nuevas y maravillosas y vemos las soluciones. “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad”, dice la Sra. Eddy, “y la felicidad se lograría más fácilmente y se guardaría con más seguridad, si se buscara en el Alma”.Ciencia y Salud, pág. 60; El problema surge cuando pensamos que los recursos que hacen funcionar un matrimonio, vienen personalmente de nosotros.
Hace algunos años me sentía incomprendida y aislada. No recuerdo las razones ahora, sino sólo los sentimientos desdichados de enojo y justificación propia que sentía. Aunque pensaba que el culpable era mi esposo, finalmente recurrí a mi relación con Dios, orando más bien tristemente: “Padre, guíame”.
Debo admitir que al principio la respuesta no fue muy bien recibida. Vino en las palabras de un poema de la Sra. Eddy:
Si tu palabra o acto cruel
la caña destrozó,
pide al Señor el don de aquel
que al hombre amó y sanó.Escritos Misceláneos, pág. 387;
¡Yo pensaba que era mi esposo el que necesitaba el cambio, no yo!
Comencé a preguntarme acerca de ese espíritu que Cristo Jesús impartía. ¿Cómo sanaba él a la humanidad? Y esto me llevó a leer en el evangelio según San Mateo, cuando alguien se dirigió a Jesús como “Maestro bueno” y él respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Mateo 19:16, 17.
Medité sobre esto por un largo rato y vi que la habilidad de Jesús como sanador y pacificador procedía del claro entendimiento de que la bondad, poder, inteligencia, derivaban de Dios, el Padre. Mediante la comprensión de su relación como el Hijo, pudo manifestar el poder divino para aliviar las condiciones humanas.
Comprendí que yo podía acudir a Dios para que proveyera todo el bien, el amor e inteligencia que fueran necesarios. De mi relación con Dios procedería la armonía en otras relaciones. Comencé a ver más claramente que el hombre es espiritual, la expresión del Amor y no de la materialidad; que la vida del hombre, su inteligencia, su individualidad, todo derivaba de su Hacedor. Muy pronto el peso de la justificación propia y de la ira contenida desaparecieron, y esos sentimientos en particular no volvieron a molestarme.
El comprometerse es un concepto al que se le da mucha atención estos días. Muchos temen que no podrán mantener un compromiso duradero. Pero podemos reflexionar sobre la relación entre Dios y el hombre para percibir la verdadera naturaleza y posibilidades del significado de comprometerse. Todo lo que el Padre, la Mente, sabe y expresa, el hijo, como reflejo, también lo sabe y lo expresa. Podríamos decir que, porque el Principio, la Mente, el bien infinito, está permanentemente comprometido con su idea, el hombre — y mantiene al hombre como su reflejo perfecto eternamente — el hombre está comprometido al bien eterno.
Es esencial amarse a sí mismo para poder amar a otro, y por supuesto que esto es cierto en las relaciones matrimoniales. El amarse verdaderamente a sí mismo es estar consciente de nuestra identidad espiritual, es comprender las verdades espirituales de la existencia y dejar que todos nuestros pensamientos y acciones estén en conformidad con ellas. El amarse a sí mismo es reconocer la presencia de la idea divina, el hombre, aunque lo que pueda parecer como “yo”, deje mucho que desear.
Al recurrir a la única Mente divina se alivia la pugna entre dos mortales, que se supone que uno tiene razón y que otro está errado. Nos muestra que no hay pequeños egos mortales que pueden ganar o perder argumentos, carecer de cualidades o sufrir por sentirse heridos en sus sentimientos. Existe sólo un Ego divino, que imparte bendiciones perpetuas a su creación.
Este entendimiento está siempre a nuestro alcance para solucionar la situación humana, aunque la solución no siempre es la que nosotros esperamos. A veces el resultado de la oración es darnos cuenta de que podemos desprendernos de las costumbres establecidas acerca de quién debe manejar las finanzas y quién cocinar. A veces el resultado puede ser una convicción de que podemos y debemos defender nuestro punto de vista en ciertos asuntos.
Aun un buen matrimonio puede tener sus desafíos. El matrimonio no es la única situación humana sobre la cual edificar una vida feliz y satisfactoria. Pero el aislarse a sí mismo voluntaria o temerosamente del gozo de esta clase de compañerismo, sería como decir: “No puedo confiar en que el Amor divino sea el único poder”. El hecho es que ningún supuesto poder, sea físico, emocional o social, puede impedir al Amor divino ser el Todo.
Al enfrentarse con cualquier clase de decisión respecto al compañerismo o compromiso, uno puede regocijarse en el hecho espiritual de la dirección infalible de la Mente, que siempre provee todo recurso necesario para la realización del hombre.
El himno 134 en el Himnario de la Ciencia Cristiana nos muestra claramente el bien que se obtiene al recurrir a Dios para que nos guíe:
Te busco en mi necesidad
y siempre Te hallaré;
al roce Tuyo, eterno Amor,
renace el bienestar;
pensando en Ti vencer podré
el mal, la pena y el dolor. Tú llenas, fiel, mi soledad
y todo es bueno en Tu amor.
