Cuán fácil es pasar por alto pequeños defectos y debilidades de carácter, desentenderse de las pequeñas negligencias en que incurrimos o de la poca atención que prestamos a las cosas de menor importancia. Estas naderías, si no se corrigen, oscurecen y perturban el pensamiento y eventualmente se manifiestan en falta de armonía corporal y en discordancia en nuestras relaciones con los demás. Ellas pueden describirse en el vívido lenguaje de la Biblia como “las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”. Cant. 2:15;
No obstante, gracias a la Ciencia Cristiana, estos errores, aparentemente sin importancia, pueden corregirse mediante la comprensión de que Dios es la única Mente inteligente, o Principio, que gobierna todos los pensamientos y acciones del hombre. Esto lo comprueban a diario los estudiantes de la Ciencia Cristiana. Ellos están aprendiendo a despojarse de rasgos de carácter perjudiciales e irritantes. Defectos tales como la obstinación, sarcasmo, mal humor, impaciencia, irritabilidad, extrema sensibilidad — para nombrar sólo unos pocos — están cediendo a un concepto más elevado de lo que es el hombre como reflejo de la naturaleza amante y perfecta de la Mente divina.
Este concepto espiritual de que el hombre mora en el Amor infinito y expresa su naturaleza, se revela en la Ciencia Cristiana como la idea-Cristo que Jesús vino a enseñar y a demostrar, la cual imparte armonía. Pablo, fiel seguidor del Maestro, nos dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Cor. 5:17;
El seguir nuestro curso sin hacer un esfuerzo sincero por deshacernos de nuestras idiosincrasias negativas puede ser desastroso. Estos defectos constituyen una forma menor de pecado, y a menos que se enfrenten como tal y se corrijan, tienden a manifestarse en discordancia — y hasta en enfermedades físicas. En la Ciencia Cristiana toda enfermedad se considera como un estado mental discordante que se proyecta en el cuerpo humano, el cual, en realidad, es en sí mismo un fenómeno mental y mortal. Este cuerpo es un concepto falso, limitado, de la identidad verdadera y espiritual del hombre creado por Dios, el Espíritu, a Su imagen y semejanza.
Cuando estas proposiciones metafísicas básicas se comprenden y aceptan como un hecho, tenemos el poder para enfrentar y destruir como flagrantes falsedades tanto “las zorras pequeñas” que parecieran causar nuestros males como sus efectos posteriores sobre el cuerpo. Ambos deben ser vistos como mentiras, porque el hombre real ni tiene una mente propia en la cual albergar rasgos discordantes — su mente es la Mente divina — ni tampoco tiene un cuerpo material sobre el cual proyectar la falsa condición.
La mayoría de nosotros admitirá — si somos honestos con nosotros mismos — que hemos sido considerablemente apáticos o del todo rebeldes cuando nos hemos visto en la necesidad de purificar el pensamiento. Argumentamos que nuestras tendencias temperamentales, aunque desagradables, nos son naturales y que, por lo tanto, son hechos establecidos los cuales sería inútil tratar de eliminar. La Sra. Eddy percibió esta debilidad de la naturaleza humana y nos lo dice así: “La naturaleza del individuo, más terca que la circunstancia, argüirá siempre en su propio favor — sus hábitos, gustos e intemperancias. Esta naturaleza material se esfuerza por inclinar la balanza en contra de la naturaleza espiritual; pues la carne lucha contra el Espíritu — contra todo o contra quienquiera que se oponga al mal — e inclina poderosamente la balanza contra el alto destino del hombre”.Escritos Misceláneos, pág. 119;
No obstante, cada vez que voluntariamente enfrentamos un rasgo falso y lo destruimos con la verdad acerca de nosotros mismos como reflejos de Dios, nos elevamos un tanto en la escala del ser. Aumentamos nuestro dominio, y lo que es aún más importante, estamos mejor preparados para ayudar y sanar a otros. Así progresivamente silenciamos el falso sentido de identidad que parece ligarnos a la limitación y falta de armonía, y logramos estar más conscientes de la unidad del hombre verdadero con Dios.
En otras palabras, podemos comprobar que los defectos de carácter no son inextirpables. A veces puede que parezcan ser inextirpables debido a creencias en condiciones hereditarias y al ambiente e historial en que se desarrolló la infancia. Pero si somos pacientes y persistentes para erradicarlos, reconociendo nuestro origen espiritual y que Dios ha sido, es, y eternamente será nuestra única Mente y Vida, entonces la victoria es segura.
Por cierto que existen otros defectos además de aquellos que la gente denomina rasgos de carácter, contra los cuales debemos mantenernos alerta si es que hemos de demostrar nuestra herencia de salud y armonía. Lo que se ha denominado “pequeñas mentirillas piadosas”, pueden arrojar una sombra sobre nuestro sentido de la Verdad. Y lo mismo puede ocurrir con la falta de estricta adherencia a la honestidad, como por ejemplo, el recurrir a subterfugios para eludir pagos de impuestos. Todos necesitamos percibir claramente que el bien genuino sólo puede venir como resultado del proceder correctamente. Y cuando decimos bien genuino nos referimos al gozo, paz, satisfacción y plenitud inapreciables que son la recompensa de estar a tono con la naturaleza de Dios.
Otra sugerencia insidiosa que puede acometer a estudiantes de la Ciencia Cristiana es que no hay nada malo en la ingestión moderada de bebidas alcohólicas. El argumento es que es un pasatiempo social, por consiguiente, ¿qué hay de malo en beber solamente un coctel o un vaso de vino para acompañar la cena? Pero cada vez que uno hace tal cosa, está inconscientemente fortaleciendo la creencia de que el hombre es un mortal limitado sujeto al pecado, la enfermedad y la muerte. Está permitiendo que una forma sutil de sensualidad empañe su visión saludable de la realidad, está excluyendo en creencia el verdadero sentido de la compleción del hombre como la expresión plena de Dios, el Alma que todo lo satisface.
En cualquier forma que “las zorras pequeñas” surjan en nuestra experiencia, ellas pueden destruirse en la proporción exacta en que las enfrentamos con la comprensión purificadora de lo que es nuestra verdadera identidad y su inherente unidad con Dios. A medida que conscientemente caminamos con Dios y sabemos que Él es la sustancia de nuestro ser y el verdadero ambiente en que vivimos — reconociendo y aceptando con gratitud que Él es el Principio divino de cada uno de nuestros pensamientos y acciones — la verdadera identidad se hará cada vez más evidente.
La meta de la perfección puede alcanzarse; de otro modo Cristo Jesús no habría exhortado a sus seguidores y a toda la humanidad: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48; Es obvio que, por lo general, la demostración completa de esta meta elevada se produce gradualmente, pero todo esfuerzo sincero por vencer nuestros defectos nos acerca más a esta meta y, en consecuencia, recibimos una recompensa actual y práctica que se evidencia en salud y felicidad.
Con afectuoso estímulo la Sra. Eddy dice: “ ‘Llevad a cabo la obra de vuestra misma salvación, es la demanda de la Vida y el Amor, porque para este fin Dios obra en vosotros. ‘¡Negociad... hasta que yo venga!’ Aguardad vuestra recompensa, y ‘no os canséis en el bien hacer.’ ” Luego más adelante continúa: “Cuando el humo de la batalla se disipe, percibiréis el bien que habéis hecho, y recibiréis conforme a vuestro merecimiento. El Amor no se apresura en librarnos de la tentación, porque el Amor quiere que seamos probados y purificados”.Ciencia y Salud, pág. 22.