Por lo general la gente considera que lo que se llama “mente” es algo material, personal, limitado y se supone que debe llenarse con conocimientos materiales mediante un proceso de aprendizaje que comprende maestros, estudio, memorización, razonamiento, repetición, aciertos y desaciertos. Es verdad que la mayoría de esos elementos tienen su lugar en el desarrollo del pensamiento humano. Pero muchas veces se cree que la consciencia humana no sabe nada a menos que lo haya aprendido por este proceso; que somos inteligentes debido a lo que aprendemos de esta manera o a causa de una habilidad heredada. El pensamiento humano se limita a sí mismo al no entender la verdadera naturaleza de la consciencia y la inteligencia.
Dios es la Mente única, la fuente única de inteligencia. Él conoce todo lo que es verdadero, porque Él lo creó. La Mente divina conoce que su propia creación, incluyendo al hombre, es perfecta, que expresa todas las cualidades de la Mente, tales como inteligencia, sabiduría e inspiración. De la misma manera el hombre, el reflejo espiritual de Dios, conoce lo que es verdadero y correcto; conoce lo que Dios conoce. El hombre nunca ha estado en una condición en la cual haya algo que no conozca y que ahora deba aprender — nunca ha experimentado un estado de ignorancia que debe llenarse.
En la medida en que percibimos que somos verdaderamente el hombre de la creación de Dios y que reflejamos la inteligencia y el conocimiento precisos e infinitos de Dios, nuestra habilidad para aprender aumenta. Estamos mejor capacitados para encontrar las respuestas que necesitamos, para discernir entre el aprendizaje más provechoso y menos provechoso, para facilitar y acelerar el estudio mediante una nueva claridad e intuición. Vemos que todo el proceso de aprender se acelera, se hace más productivo y exacto.
Aun cuando el aprendizaje humano pueda ayudar a ampliar nuestra manera de pensar, nunca será el salvador de la humanidad. Pero el reconocer y aplicar la verdadera fuerza de la Mente, que impulsa el aprendizaje constructivo, elevará el nivel de comprensión tanto en lo escolástico como en los negocios, para que éstos sean más provechosos al progreso genuino de la humanidad. La Sra. Eddy escribe: “El hombre es la imagen y semejanza de Dios; todo lo que es posible para Dios, es posible para el hombre como reflejo de Dios. Por medio de la transparencia de la Ciencia aprendemos esto y lo aceptamos: aprendemos que el hombre puede cumplir con las Escrituras en toda ocasión; que si abre la boca, le será llenada — no en virtud de las escuelas, o la erudición, sino por la habilidad natural que ya le ha sido conferida por ser el reflejo de Dios, para dar expresión a la Verdad”.Escritos Misceláneos, pág. 183;
Cuando estamos en constante contacto con la fuente de todas las ideas espirituales, de todo conocimiento verdadero, nos damos cuenta de que estamos cada vez más conscientes de la respuesta acertada y de la decisión correcta en cada momento. La honestidad, la integridad moral y los motivos correctos aumentan nuestro aprendizaje, porque estamos viviendo de acuerdo con la inteligencia divina e infinita. El expresar todas las cualidades derivadas de Dios — aun las que parecen no tener relación con el aprendizaje, tales como la bondad, la humildad, la pureza y el amor — incrementa nuestra capacidad intelectual.
El comprender esta base más espiritual para el estudio ha bendecido a nuestra familia. Hemos podido probar, por medio de la Ciencia Cristiana, que, como explica la Sra. Eddy: “La mente no depende necesariamente de procesos educativos. Posee de por sí toda belleza y poesía, v el poder de expresarlas”.Ciencia y Salud, pág. 89;
La gente que escuchó a Cristo Jesús cuando enseñaba se preguntó en cierta ocasión cómo era que él sabía tanto “sin haber estudiado”. Jesús contestó: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”. Juan 7:15, 16.
El conocimiento intuitivo que proviene del entendimiento de que hay sólo una Mente trasciende el intelecto centrado en un cerebro. El primero está libre del yo; el segundo está centrado en el yo. El primero está a nuestra disposición universalmente y sin límites; el segundo está inherentemente limitado. El conocimiento genuino e intuitivo trae grandes resultados en cada aspecto de la vida humana, desde las relaciones personales hasta el descubrimiento científico y la curación espiritual.
En cualquier momento podemos darnos cuenta de que la fuente constante de todo conocimiento está a nuestra disposición, y podemos recurrir a ella. Cuando estamos dispuestos a reflejar en todo momento el conocimiento de Dios, participamos en el más significativo proceso de aprendizaje y vemos que todo lo que hacemos es más exacto y eficaz.
