Cuando leemos sobre batallas y amenazas de guerra, hambre, pobreza y crisis de energía, es conveniente recordar un hecho espiritual sencillo y básico: que, en realidad, todos tenemos un mismo creador — Dios.
Parece como si fuéramos una raza de mortales discordantes, que compiten desesperadamente por conseguir escasos recursos materiales. Pero el hecho espiritual es que todos somos hijos de un Dios infinito y que cada uno de nosotros es el reflejo espiritual de la superabundante bondad de Dios.
Podemos demostrar este hecho espiritual en la medida en que lo comprendemos a través de la oración — y lo vivimos. Al hacerlo, estamos ayudando a que se manifieste en mayor medida el bien en nuestra vida y en la de nuestros semejantes.
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