[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]
“¿Amas a Jesús?” es una pregunta que se presenta a menudo en la actualidad. Los cristianos pueden contestarla afirmativamente; ellos aman al hombre que estableció el cristianismo. Pero están aprendiendo que ello implica algo más. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 25): “Una fe implícita en el Maestro y todo el amor emotivo que podamos rendirle, nunca de por sí nos volverán imitadores suyos. Tenemos que ir y hacer lo mismo, de lo contrario no estamos aprovechando las grandes bendiciones que nuestro Maestro nos otorgó con tantos esfuerzos y sufrimientos”.
Los maestros de la Escuela Dominical tienen muchos motivos por los que amar al gran Maestro por el ejemplo que nos dio. No solamente este ejemplo nos sirve como modelo para nuestra enseñanza, sino que también es el camino para la salvación — la prueba final de que Dios es supremo y el mal irreal. Los que están abocados a la tarea de ayudar a los niños a descubrir la Ciencia del Cristo saben lo necesario que es “ir y hacer lo mismo”.
Un error que es preciso negar rápidamente es la creencia de que las obras de Jesús, inclusive sus enseñanzas, están muy fuera de nuestro alcance como para tan siquiera empezar a imitarlas. Tal sugerencia nos detendría desde el primer momento. Jesús no estaba hablando a un grupo pequeño de personas excepcionales cuando dijo (Juan 14:12): “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Él se dirige a todo el que cree — que acepta la Verdad. No hay paso más importante que un buen comienzo.
[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]
Un joven quería aprender a tocar la guitarra. Para mostrarle las posibilidades que ofrecía este aprendizaje, su profesora tocó una hermosa melodía en la primera lección. Sin embargo, en lugar de deleitar al posible guitarrista, lo asustó. Durante la clase siguiente le dijo a su profesora que no iba a continuar; simplemente le parecía imposible llegar a tocar bien, ¿para qué intentar? “¿Practicaste los ejercicios que te mandé?” le preguntó la profesora. Tuvo que admitir que no mucho. “Bien, todo lo que te pido es que comiences por el principio. Practica estos ejercicios y no te preocupes por lo que venga después. Vamos a tratar por un mes y luego veremos lo que sucede”. El estudiante asintió. Después de una semana de practicar los acordes que su profesora le había dado, sus dedos se movían con facilidad de un acorde a otro. A la semana siguiente supo, para su sorpresa, que estos acordes eran la base de la canción que su profesora le había tocado. Al poco tiempo, él podía tocar la guitarra bastante bien y tuvo que admitir que había disfrutado de cada paso que dio en su aprendizaje. Más tarde, como maestro de la Escuela Dominical, tuvo oportunidad de recordar esa lección muchas veces en relación con este pasaje de Ciencia y Salud (pág. 485): “Emérjase suavemente de la materia hacia el Espíritu. No hay que imaginar que la espiritualización final de todas las cosas se pueda impedir, sino que hay que venir más bien de manera natural al Espíritu por medio del mejoramiento de la salud y las condiciones morales y como resultado de progresos espirituales”.
La única base genuina para enseñar en la Escuela Dominical es una obediencia práctica al mismo Espíritu que dio a la vida de Jesús un poder tan grande. Esta obediencia se traduce en la práctica de virtudes cristianas tales como fortaleza, integridad, honestidad y compasión sanadora. Éstas son señales que tienen mucha significación para la clase de la Escuela Dominical. Son ventanas que se abren hacia el universo del Espíritu.
Por ejemplo, tomemos la compasión. Aunque Jesús era poderoso, tanto que revolucionó al mundo, era infinitamente compasivo. Nadie que lee los Evangelios puede dejar de llegar a la conclusión de que Jesús amaba sinceramente a la humanidad. En ninguna parte se puede encontrar ni siquiera un rastro de mera abstracción o distanciamiento espiritual. Sanando, exhortando, cuidando y guiando, con paciencia y persistencia — mientras exponía y denunciaba el mal — él guió a sus seguidores por el camino, paso a paso. Sin la compasión, nuestra comprensión de la Ciencia Cristiana sería como un adorno en una campana de cristal — quizás hermoso a la vista, pero demasiado frágil para el uso diario.
Un maestro de la Escuela Dominical se vio tan envuelto en sus problemas personales que parecía que ya no le quedaba más inspiración. Sentía que él mismo ya no podía practicar Ciencia Cristiana, mucho menos enseñarla a otros. Pero a medida que se acercaba el domingo, pensó en su fiel grupo de adolescentes. “Dios querido, ¿qué es lo mejor que puedo hacer por ellos?” pensó. “¿Seguir enseñando o irme?” Entonces recordó lo que Jesús dijo al joven que tenía muchas posesiones terrenales (Mateo 19:17): “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Si Jesús, el mejor hombre que jamás vivió en la tierra, no consideraba que el bien fuera una posesión personal, ¿por qué lo iba a hacer él?
Sintió que su perspectiva empezó a cambiar. Comenzó a comprender que Dios era el maestro y el dador de todo el bien. Recordó que a menudo él pensaba en la Escuela Dominical como un grupo de unos pocos que se reunían en nombre de Cristo para escuchar el mensaje de Dios. Oró con humildad para dejar que se hiciera la voluntad de Dios y no otra. Esa noche estudió cuidadosamente la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. A la mañana siguiente fue a la Escuela Dominical sin haber obtenido todavía una respuesta, pero más convencido de que Dios estaba gobernando.
La clase resultó ser inspiradora para todos. Hablaron de curaciones que habían tenido durante la semana, y tanto los estudiantes como el maestro obtuvieron nuevos discernimientos y los supuestos problemas personales del maestro se desvanecieron en la inmensidad de la bondad omnímoda de Dios. Siguió siendo maestro, sintiéndose más agradecido que nunca por la iglesia y por lo que ésta exige — que prescindamos de las excusas y hagamos lo que es necesario hacer. La curación se produjo por medio del deseo compasivo de hacer lo mejor para sus alumnos.
¿Qué y cómo enseñamos? ¿Puede ayudarnos en esto el ejemplo de Jesús?
Los Evangelios nos muestran que las enseñanzas de Jesús y sus obras sanadoras estaban apoyadas por oraciones elevadas y ayunos. Dios ha dotado a cada uno de nosotros de la capacidad de expresar Sus facultades espirituales para percibir claramente, como lo hizo Jesús, nuestra filiación perfecta con Dios, y para entender esto tenemos que dedicar tiempo al pastor de la Ciencia Cristiana, la Biblia y Ciencia y Salud.
A medida que logramos este discernimiento, se nos hace evidente lo que tenemos que enseñar. Es básicamente lo mismo que enseñó el Maestro. “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje eterno”, nos dice la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 18).
En lo que respecta al “cómo”, Jesús encontró maneras simples de transmitir su mensaje. Una de las más eficaces fue por medio de parábolas. Podemos imaginarnos a los que lo escuchaban, para quienes una de las formas principales de entretenimiento era el contar historias, derribando sus paredes mentales para escuchar a este hombre, que tenía un propósito, empezar con: “Cierto hombre.. .” Puede que ellos se hayan dicho: “No queremos escuchar sermones, pero una historia, ¿qué mal puede haber en ella?” Y una historia podía darles a los que deseaban aprender más, algo sobre lo que pensar durante toda la vida — historias simples contadas en un lenguaje corriente, abriendo las puertas del reino de los cielos.
Con la Biblia misma hablándonos en parábolas y dándonos ejemplos, nunca nos faltarán ilustraciones concretas para ayudar a nuestros alumnos a captar la naturaleza y las reglas de la Ciencia absoluta. El maestro de hoy en día puede encontrar también parábolas contemporáneas. Para explicar la naturaleza ilusoria de los sentidos físicos, una maestra de la Escuela Dominical contó a sus alumnos que unos niños habían dibujado con una tiza un círculo alrededor de un insecto. El insecto creyó que el círculo de tiza era una barrera y corría de un lado a otro dentro de las paredes de su prisión imaginaria. Esta pequeña ilustración produjo tal efecto en una de las alumnas, que ésta se sintió liberada de una predicción que había hecho su profesora de ballet de que no saldría bien en un próximo examen de ballet por causa de una limitación física. Al comprender que era libre, la alumna pudo aprobar el examen con honores.
La compasión misma del gran Maestro nos asegura que él no les pide nada imposible a sus seguidores. De hecho, él dijo: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:30). Pudo decir esto porque sabía que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). Si la tarea de ser sus seguidores alguna vez parece difícil o imposible, sólo tenemos que hacer una cosa: elevar nuestro pensamiento hacia el Espíritu, hacia la convicción de que “para Dios todo es posible”, sabiendo que Él es nuestra Vida y Mente mismas. Esto tal vez requiera nuestro esfuerzo más diligente, pero la diligencia, como la compasión, la paciencia, el valor moral y todo lo demás que necesitamos, se encuentran en Dios cuando Lo obedecemos a Él. El Cristo, cuando lo seguimos de esta manera, hace que la Escuela Dominical sea un lugar santo en el que todos aprendemos a los pies del Maestro.
He aquí que Dios es excelso en su poder.
¿Qué enseñador semejante a él?
Job 36:22
