La universidad hubiera sido una catástrofe para mí de no haber mediado mi comprensión y aplicación de la Ciencia Cristiana. Mi historial era abrumador como estudiante deficiente. Aun en cuarto año de preparatoria mis padres habían dudado sobre si hacerme o no repetir el año, ya que mis notas indicaban que no había aprendido lo necesario. En la escuela superior, en las pruebas de capacidad, el cociente que obtuve fue igualmente desastroso, y luego el puntaje que obtuve en mi examen para ingresar en la universidad fue bajísimo. Toda la situación me tenía muy desalentada.
Al ingresar en la universidad comencé a estudiar la Ciencia Cristiana con toda sinceridad, como no lo había hecho antes. Leí Ciencia y Salud por la Sra. Eddy desde el comienzo hasta el fin. Y comprendí que Dios es Mente, inteligencia, la fuente de la comprensión verdadera.
Mientras estudiaba en la universidad, las siguientes palabras de Cristo Jesús cobraron significado para mí: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). Estuve muy agradecida de saber que Dios es Todo. Tuve que hacer mi parte, y ésta fue la de seguir la admonición hecha a Timoteo (2 Timoteo 2:15): “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado”. Las calificaciones no me parecieron tan importantes como demostrar otra de las declaraciones de Cristo Jesús (Mateo 19:26): “Para Dios todo es posible”. Anhelaba progresar en mi comprensión de esta Ciencia. Antes de finalizar mi último año universitario, fui aceptada para tomar instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. Más tarde me gradué de mi último año en la universidad con distinción y acepté un puesto como profesora en una escuela de enseñanza superior. Mis estudios académicos me resultaron mucho más fáciles cuando comprendí la necesidad de reemplazar la falsa creencia en muchas mentes y el temor al fracaso, por la comprensión de la verdadera naturaleza del hombre, que refleja a Dios, la única Mente que todo lo sabe.
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