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Hace algunos años un día entré en una iglesia de la Ciencia Cristiana...

Del número de marzo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años un día entré en una iglesia de la Ciencia Cristiana para enterarme exactamente de lo que allí ocurría. Había llegado a un punto de gran indecisión y duda acerca de la religión organizada y doctrinas religiosas en general. Mi estado mental era de crítica debido a pasadas experiencias con otras enseñanzas religiosas. En ese estado mental me acerqué a la Ciencia Cristiana, más bien con reserva. Sin embargo, estaba decidido a saber todo acerca de la Ciencia Cristiana antes de aceptarla o rechazarla y por lo tanto me sentía dispuesto a abrir mi corazón y mente al estudio de esta Ciencia.

Desde entonces he tenido muchas oportunidades para probar lo genuino de esas enseñanzas y el poder irrefutable y demostrable del descubrimiento que hiciera la Sra. Eddy — la Ciencia Cristiana. He tenido en mi vida muchas pruebas de lo práctico de esta religión revelada.

Mi primera curación en la Ciencia Cristiana, ocurrió hace algunos años y fue de envenenamiento por alimentos. Una noche, después de cenar empecé a sentir un fuerte dolor de estómago y luego otros síntomas alarmantes. No sabía de ningún practicista de la Ciencia Cristiana que viviera cerca, y sentí que ésta era una oportunidad para probar lo poco que sabía de Ciencia Cristiana.

Oré mediante “la declaración científica del ser” que se encuentra en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 468), y otra amada declaración en la página 463: “Una idea espiritual no tiene ni un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que sea nocivo”. Repetía estas dos declaraciones alternándolas y meditando profundamente sobre su significado. Al cabo de unas horas estaba perfectamente bien. Lleno de regocijo por esta curación, canté el Himno número 136 (Himnario de la Ciencia Cristiana) que comienza con estas palabras: “Servirte a Ti, mi Dios, Señor, me trae libertad”.

Además, he tenido otras curaciones físicas como resfríos y frecuentes dolores de cabeza para los cuales tomé medicamentos durante muchos años.

Hace poco fui en una misión muy importante a una gran ciudad muy activa. En el tren me di cuenta de que se me había perdido mi billetera con todo el dinero que tanto necesitaba y algunos documentos importantes. Parecía una situación irremediable, pues en esos días había surgido una oleada de ladrones en la ciudad. Todo el dinero que tenía en la billetera era en efectivo, en distinta moneda incluyendo la local.

Al darme cuenta de esta pérdida, reaccioné de inmediato y declaré firmemente la totalidad de la Mente divina y su habilidad para mantener al hombre como su reflejo puro y perfecto. Comprendí claramente que toda persona es honrada en el universo de Dios, el reino del cielo donde realmente vivimos. Sabía que Dios mantiene la identidad espiritual del hombre intacta y que el hombre no puede apartarse de esta norma de perfección. Además comprendí que debía escuchar el pensamiento angelical para saber cómo proceder. La Sra. Eddy escribe (Escritos Misceláneos, pág. 307): “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria. Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”. Y mis necesidades fueron solucionadas de manera muy bondadosa.

Al quinto día sentí el impulso de ir a una oficina que quedaba a una considerable distancia del hotel para preguntar acerca de mi billetera. A pesar de que no la encontré, no me sentí desalentado, sabía que “Dios mi tesoro guarda, conmigo Él andará” (Himno número 148). Tres días después regresé a la misma oficina donde me dieron mi billetera con todo su contenido intacto. Puedo expresar mi gratitud mejor a través de las palabras de la Sra. Eddy (Escritos Misceláneos, pág. 307): “¡Qué gloriosa herencia se nos da mediante la comprensión del Amor omnipresente!”

No es posible expresar la suficiente gratitud a Dios por la Sra. Eddy y por la Ciencia Cristiana. También deseo expresar mi humilde agradecimiento por todos los testificantes del poder sanador de la Ciencia Cristiana. Estoy agradecido por haber servido como maestro en la Escuela Dominical, como miembro de la comisión directiva de una iglesia filial y presidente de la Organización Universitaria de la Ciencia Cristiana en la universidad a la cual asistí. Estas actividades, así como mi afiliación a La Iglesia Madre, y el haber recibido instrucción en clase, se cuentan entre las eternas alegrías y bendiciones que atesoro con amor.


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