Un día al mediodía cuando acababa de llegar a casa de una reunión de la Escuela Dominical, y mientras descansaba en una silla, de pronto sentí un dolor intenso. Ni siquiera me atreví a respirar profundamente debido a cómo me sentía en ese momento, pero no comenté con nadie mi condición.
Me levanté de la silla cuidadosamente y muy despacio me fui a mi dormitorio. Allí dije el Padre Nuestro y reflexioné sobre “la declaración científica del ser”. Las primeras palabras de esta declaración son: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 468). Sé que la mente mortal quería persuadirme a ver esta ilusión como real, pero me aferré firmemente a la verdad y no le permití al error entrar en mi pensamiento. Sé que sólo hay una Mente que gobierna y esa Mente es Dios; no hay otra mente que pueda hacerme daño o controlarme, y siempre estoy protegida y bajo el cuidado de esa Mente única. Sólo el bien se está desarrollando y expresando — el bien continuo, armonioso e incapaz de ser interrumpido.
Leí en Ciencia y Salud (pág. 393): “Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temáis que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley cualquiera, cuando es evidente de por sí que la materia no puede tener dolor ni inflamación”.