¿Qué es la hermosura de la santidad?
Es la más bella hermosura que existe. Es una hermosura completamente pura, sin mácula de aquello que Juan, el Revelador, denomina como la marca de la bestia. Es inmaculada —¡sin mancha!
Juan escribe: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios”. Apoc. 15:2;
Así como la belleza de un monumento no puede apreciarse cuando se encuentra cubierto por el hielo o la nieve, nuestra verdadera belleza tampoco puede verse en tanto permanezca la marca de la bestia. Nuestra hermosura de la santidad se hace visible cuando lavamos las marcas del odio y de la animalidad — todo amor propio, obstinación, justificación propia. La marca de la bestia es la ilusión tenaz de que somos mortales, hechos materialmente, no los hijos e hijas de Dios totalmente espirituales.
Podemos ir eliminado progresivamente las horribles marcas de la mortalidad reconociendo que nuestra identidad otorgada por Dios ha brillado, está brillando y siempre brillará con la hermosura de la santidad.
La marca de la bestia es cualquier cosa que aparta nuestros pensamientos de Dios — todo lo que nos impide ver nuestra verdadera identidad como la imagen y semejanza de Dios. Es cierto que las marcas del materialismo no son fáciles de erradicar. Ello requiere constante vigilancia y trabajo. Pero la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) nos ofrece un método científico para hacerlo. Aprendemos que la hermosura de la santidad es creada por Dios, está constituida por Dios y mantenida por Dios; por lo tanto, la marca de la bestia no tiene poder ni realidad. Este hecho divino nos hace, no siervos, sino amos.
Mas, aun cuando elimináramos los pecados más grandes y los más sutiles del materialismo, todavía podría quedar la mancha más sutil de todas para desfigurar la belleza de nuestra santidad.
Y ella es el orgullo de la santidad.
La mayoría de nosotros sabe acerca de las formas obvias del orgullo — orgullo del poder, orgullo de la condición social, orgullo de las riquezas, orgullo de la apariencia personal. Pero, ¡el orgullo de la santidad! Mas, ¿qué hay de malo con la santidad? Nada, por cierto. Lo malo está cuando nos sentimos orgullosos de nuestra santidad.
El orgullo de la santidad asume varias formas. Nos hace sentir mártires. Nos hace criticadores. Nos hace jactanciosos. Nos hace poco amistosos. Nos hace sectarios. Y no nos hace sanadores.
Y el orgullo que impide que seamos sanadores es el peor orgullo de todos. Más allá y por sobre lo que se ha enseñando como cristianismo ortodoxo, la Ciencia Cristiana ha revelado la base metafísica de la curación cristiana, enseñando cómo podemos sanar a los enfermos como Cristo Jesús los sanaba. Es mediante la curación que la Ciencia Cristiana demuestra su poder.
Caemos en el orgullo de la santidad cuando nos sentimos íntimamente satisfechos con nuestros sacrificios — de lo mucho que hemos dejado por nuestra iglesia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros amigos y nuestra propia salvación. Algunos notables maestros cristianos a través de todas las eras han alertado a sus seguidores contra el orgullo del sacrificio propio. Han enseñado, como San Pablo lo hizo, que el “viejo hombre” tiene que ser sacrificado a fin de que el “nuevo hombre” pueda aparecer. Ver Efes. 4:22–24; Mas si todavía queda mucho del “viejo hombre” como para sentir orgullo de los sacrifcios que hace, entonces quiere decir que el “viejo hombre” — con su marca de la bestia — todavía anda por ahí dando vueltas.
Caemos en el orgullo de la santidad cuando nos sentimos orgullosos de nuestro propio progreso espiritual. No debemos abrigar dudas de que hemos caído en este error cuando comenzamos a criticar las demostraciones de otros cristianos. Aspiramos a mantener nuestra posición en el Principio, mas a menudo olvidamos el hecho de que el Principio divino es también el Amor divino.
Jesús nos enseña una buena lección sobre el orgullo de la santidad en su parábola del fariseo y el publicano: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Lucas 18:11–14; Debido a su humildad, el corazón del publicano fue lleno de gracia divina.
El orgullo de la santidad puede hacernos poco amistosos. Podemos llegar a ensimismarnos tanto en el trabajo de nuestra propia salvación que las necesidades de otros nos pasen desapercibidas. ¿Estamos verdaderamente conscientes del extranjero dentro de nuestras puertas, de aquel que ha venido por primera vez a los servicios de nuestra iglesia? ¿Nos importan sus necesidades?
¿Hemos pensado a veces que nosotros tenemos más libre acceso a Dios que nuestro vecino de la iglesia de enfrente? El orgullo sectario es también el orgullo de la santidad.
El orgullo de la santidad nos impide ser sanadores. ¿Por qué?
Porque el orgullo de cualquier clase coloca una piedra en el corazón, la cual obstruye la luz del amor de Dios. Y es el amor — el amor del Amor divino — lo que sana al enfermo. Como lo dice Mary Baker Eddy: “Si el Espíritu, o sea el poder del Amor divino, testifica de la verdad, éste es el ultimátum, el procedimiento científico, y la curación es instantánea”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 411;
¿Esta usted teniendo dificultades para curar o ser sanado? Puede que el problema radique en el orgullo de la santidad. Toda forma de orgullo, aun el orgullo de la santidad, envanece el falso “yo” con su marca de la bestia. Esto oculta la verdadera identidad, o sea, al hijo de Dios. Cualquier aceptación del falso “yo” parece separarnos de Dios, del estado del ser que está consciente de Su presencia. Cualquier aceptación del falso “yo” parece separarnos a usted y a mí de la fuente divina de todo bien. Así el orgullo de la santidad impide la curación.
¿Cuál es el antídoto para el orgullo de la santidad? Nuestra expresión de la hermosura de la santidad. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos dice: “Debemos esforzarnos por ser pacientes, fieles y caritativos para con todos. A este pequeño esfuerzo agreguemos un privilegio más, — a saber: el silencio, cuando pueda substituir la censura. Evitad expresar el error; pero proclamad la verdad de Dios y la hermosura de la santidad, la alegría del Amor, y ‘la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento’, recomendando a todos los hombres la comunión en los vínculos de Cristo”.No y Si, pág. 8.
Si realmente estamos expresando la hermosura de la santidad, no nos queda tiempo para condescender en el orgullo de la santidad. Aquellos que son realmente puros no se sienten orgullosos de su santidad. Están demasiado ocupados dando gracias a Dios, la fuente de toda santidad.
Si estamos expresando la hermosura de la santidad no nos sentiremos falsamente orgullosos de nuestra religión. Nos regocijaremos en la verdad dondequiera que la veamos — aun en nuestro vecino de la iglesia de enfrente.
Si estamos expresando la hermosura de la santidad, jamás ignoraremos al extranjero dentro de nuestras puertas. Estaremos esforzándonos afectuosamente por llegar hasta él siguiendo las indicaciones de Dios, para ayudar a satisfacer su necesidad de información, amor y curación.
Si estamos expresando la hermosura de la santidad, estaremos sanando a los enfermos. Nuestro corazón rebosará del Amor que cura instantáneamente.
Si estamos expresando la hermosura de la santidad, seremos pacientes con las deficiencias de nuestro prójimo cristiano. Si todos estamos caminando hacia la armonía del cielo, ciertamente podemos expresar más armonía durante todo el camino.
Si pensamos que nosotros tenemos la hermosura de la santidad y que algunos otros están sumidos en el orgullo de la santidad, quiere decir entonces que todavía no hemos descubierto la hermosura de la santidad. No hemos aún erradicado la marca de la bestia.
No nos veremos en la hermosura del reino de Dios mientras no veamos a nuestros hermanos allí también.
