El concepto de progreso — la noción de que, de una manera u otra, está ocurriendo un firme mejoramiento en favor del individuo y de la sociedad — se está poniendo cada vez más en tela de juicio. No es que la gente recuerde sentimentalmente los “buenos tiempos del pasado”; pues siempre lo ha hecho. Es que, por primera vez en muchos siglos, se pone en duda seriamente que toda la sociedad humana está avanzando.
Esta desilusión que se presenta no debe desanimarnos. Nos da una gran oportunidad para volver a reflexionar sobre lo que significa el progreso — significado que realmente no se pone en tela de juicio desde por lo menos el principio de la revolución industrial hace dos siglos.
Hoy inquietan a la humanidad muchas de las cosas que parecían haber sido progreso y está cada vez más dispuesta a ver que el progreso (y, en verdad, el desarrollo), no puede ser medido sólo en términos cuantitativos. El progreso no consiste en amontonar bienes o riquezas materiales, no es el pavoroso aumento de población, ni el tener al alcance de la mano toda clase de comunicaciones y diversiones, ni siquiera la fantástica acumulación de un caudal de conocimientos. En realidad, el progreso, visto cuantitativamente, ha llegado al punto crítico: demasiadas cosas, demasiada gente, un recargo excesivo sobre la capacidad autopurificadora del medio ambiente, y así sucesivamente, hasta la división del átomo y el desafío de los armamentos nucleares y energía nuclear.
Percibir que el progreso tiene que ser considerado cualitativamente es introducir una nueva dimensión. Es cambiar de más a mejor. Fundamentalmente, es ver que el progreso tiene que medirse en términos espirituales si ha de tener realidad.
La Sra. Eddy identificó las verdaderas pruebas del progreso como lo espiritual, lo inspirado, lo inmortal. “El progreso quita las cadenas humanas”, escribe en Ciencia y Salud. “Lo finito tiene que ceder a lo infinito. Avanzando hacia un plano de acción más alto, el pensamiento se eleva del sentido material al espiritual, de lo escolástico a lo inspirado, y de lo mortal a lo inmortal”.Ciencia y Salud, pág. 256;
Lo que constituye el progreso espiritual para cada uno está claro. Es profundizar nuestro pensamiento y percepción, demostrar el bien en la vida diaria. Es darnos cuenta de las necesidades de los demás, de la aplicación de la Regla de Oro de Cristo Jesús: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Lucas 6:31; Es no ser egoísta. Es ser dinámico, siempre progresando espiritualmente.
Por tanto, en la experiencia individual todo elemento de cambio, del llamado progreso, es necesario medirlo con la vara de medir según la cantidad de bien desarrollado. En el Diccionario Larousse una de las definiciones de “progreso” es “desarrollo”, definición que hace ver el hecho científico de que los elementos del progreso, del bien, siempre están presentes y sencillamente deben ser percibidos. El desarrollo de un nivel de vida mejor depende de que nos demos cuenta de la abundancia que surge del amor hacia Dios y hacia los hombres y este desarrollo no puede verdaderamente medirse en términos materiales.
En la experiencia colectiva, también, el progreso debiera medirse por todo lo bueno que se manifiesta en una sociedad. El proceso de medición no es sencillo. La riqueza material a menudo es engañosa. Por ejemplo, las sociedades alrededor del Golfo Pérsico son inmensamente ricas debido al petróleo. Han surgido ciudades resplandecientes en el desierto y elegantes automóviles se deslizan por sus calles; abundan lujosos artículos para consumidores. También hay mejores viviendas, más escuelas, tal vez mejores alimentos, y las condiciones de salubridad han mejorado. Hay un mayor progreso, de cualquier manera que se mida humanamente. Pero también hay problemas. ¿Acaso se comparte más, se atiene uno más a las normas respetadas y comprobadas, hay más verdadera felicidad que antes? Ahora que las costumbres sociales antiquísimas, milenarias, se están rompiendo, ¿ha resultado esto en una sociedad mejor? Tal vez así lo sea, pero no sin serias preguntas que todavía no pueden contestarse. El aparente progreso humano y material fracasa en su deseo de satisfacer completamente.
Así sucede con el impacto del progreso material en todas partes. Cada paso material necesita ser evaluado en términos espirituales, y justificado, si es posible, por la evidencia concomitante del bien espiritual en desarrollo. La humanidad sólo gradualmente se está preparando para estar capacitada para tan rigurosa prueba. Pero empieza a tener conciencia de ello y a despertar. Hoy en todo el mundo es evidente la necesidad de un escrutinio más profundo del progreso.
El peso de la prueba lo llevan los que han igualado lo más con lo mejor. Aún en las sociedades que ahora están emergiendo, pero que todavía están necesitadas, un poco de desarrollo, un poco de prosperidad, a menudo traen como resultado más codicia, más falta de igualdad, más inhumanidad de persona a persona. Esto no quiere decir que estas sociedades necesitadas no tengan derecho a mejores condiciones materiales. Naturalmente que lo tienen. Pero ellas, así como las sociedades desarrolladas, tienen que preguntarse llanamente: ¿Qué es el progreso genuino? ¿De dónde surge? ¿Cuáles son sus condiciones?
Tres términos usados en la Ciencia Cristiana para describir a Dios — omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia — proporcionan una norma conveniente para medir las pretensiones del progreso material.
La omnipotencia afirma el infinto todo-poder de Dios. El poder físico, el poder material, ha estado creciendo fantásticamente: el aumento del poder físico, en un par de siglos, partiendo desde la rueda movida por agua, la tracción animal y el molino de viento, hasta el reactor atómico, está indicando evidentemente la omnipotencia. Esta imitación material con todo el beneficio social que trae al quitar la carga física de las duras faenas de la espalda de los humanos, y que amplía toda clase de capacidades sociales, presenta, sin embargo, peligros de una posible destrucción total como la de una guerra, agotamiento de recursos limitados y grave contaminación del medio ambiente.
El hecho contrario espiritual es la inagotabilidad y beneficencia de los recursos infinitos de Dios. La omnipotencia es el único poder que existe. A medida que comprendamos mejor la ley divina de la omnipotencia, estaremos mejor preparados para enfrentar las necesidades humanas en términos viables. El eslabón esencial — los pasos humanos por medio de los cuales la idea de la omnipotencia puede expresarse — exige la necesidad de comportarse con sabiduría, de evitar el desperdicio y manifestar inteligencia.
La omnipresencia, la segunda gran característica del Espíritu, es insinuada materialmente por la intensa velocidad del transporte — más rápida que la velocidad del sonido — y de la comunicación por toda de la cual las palabras y las imágenes pueden ser compartidas por toda la humanidad simultáneamente. Sin embargo, estas maravillas llevan consigo riesgos y abusos. La verdadera prueba es lo que hacemos con los minutos que la velocidad parece ganar.
La verdad espiritual de la omnipresencia no se encuentra en los viajes ni en la comunicación, sino en el hecho de que Dios está siempre presente en todas partes. Conociendo Su presencia, sabemos que ningún mal, ningún crimen ni violencia, ningún abuso de lo que es útil, ninguna degradación del progreso, pueden realmente estar presentes.
La omnisciencia es imitada por la acumulación de conocimientos, los cuales se han duplicado cada doce o catorce años durante los últimos dos siglos. No se puede contradecir el gran adelanto de los conocimientos de la humanidad acerca del universo físico, desde lo microscópico hasta lo infinito. Pero los conocimientos valiosos a menudo son adulterados por la especulación inútil. La acumulación de conocimientos contiene mucho que es inútil, falsos conocimientos, engañosas aberraciones humanas.
El hecho espiritual de la omnisciencia es la totalidad de la Mente, y la sabiduría infinita de Dios expresada por el hombre. Así pues una comprensión individual de Dios es la única manera para obtener la sabiduría humana que se necesita para llegar a decisiones correctas.
No es necesario abandonar el ideal del progreso. De ninguna manera. La humanidad tiene que avanzar, pero el verdadero avance tiene que ser en el conocimiento de Dios. Es ley deífica que la humanidad debe avanzar. Pero es desesperadamente necesario, sobre todo hoy en día, avanzar al “plano de acción más alto” con el cual la Sra. Eddy identificó el progreso. Esta elevación misma, que nos capacita para escudriñar el conocimiento con la ayuda de la sabiduría, es precisamente el fenómeno del pensamiento que se eleva de “lo escolástico a lo inspirado”.
Todavía queda mucho progreso material por hacer. Podemos llevarlo a cabo a medida que cambiamos nuestros conceptos de la materia al Espíritu. Una gran parte de la raza humana se acuesta con hambre todas las noches, vive bajo condiciones inferiores, está ahogada por la ignorancia y el analfabetismo. Hasta en las sociedades avanzadas hay atroces necesidades. Por lo menos para unas cuatro quintas partes de la raza humana la necesidad de progreso material es pavorosamente obvia.
Pero la realización de las necesidades humanas — el verdadero avance del progreso — ya no puede definirse sólo en términos materiales. Deben hacerse y contestarse audaces y drásticas preguntas:
¿Estoy individualmente percibiendo que mi progreso está unido a mi comprensión de Dios y sujeto a dicha comprensión?
¿Pongo en práctica conscientemente esta comprensión de Dios cuando tengo que hacer una decisión sobre algún problema humano?
¿Hago estas decisiones sólo por satisfacer un deseo o una necesidad personal o por el bien general y lo espiritualmente verdadero?
¿He pesado en la balanza de la ley divina las consecuencias de estas diarias decisiones humanas?
¿Estoy luchando por comprender profunda e íntimamente las cosas, midiendo el verdadero valor por conceptos rigurosamente espirituales, estableciendo así la calidad del progreso?
¿Estoy liberándome — al recurrir a Dios — del hipnotismo del materialismo, la sensualidad, la violencia, la codicia, el egoísmo, que contaminan el aire y que querrían contaminarlo más que los gases nocivos?
De hecho, el progreso, tanto individual como colectivo, depende de la espirtualización individual del pensamiento y la acción. En la elocuencia de Proverbios leemos: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”. Prov. 4:7;
De las cenizas de las “cosas” puede la experiencia de uno elevarse a la gloria de los “pensamientos”. Entonces, como la Sra. Eddy dice: “Por medio de la Ciencia divina, el Espíritu, Dios, une el entendimiento a la armonía eterna. El pensamiento sereno y elevado, o sea la comprensión espiritual, está en paz. Así continúa el amanecer de las ideas, formando cada etapa sucesiva de progreso”.Ciencia y Salud, pág. 506.