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Facultades que no son físicas

Del número de marzo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por lo general, nos sentimos inclinados a personalizar nuestras facultades, nuestra capacidad o nuestra aparente incapacidad. Hablamos de “mi vista”, “mi oído”, “mi capacidad” para hacer esto o aquello. Muy a menudo, tales expresiones se usan de un modo negativo. Oímos decir: “No oigo muy bien”, “la memoria me está fallando” o, tal vez, “mi vista ya no es tan buena”.

Si aceptamos la premisa de que la facultad de la vista, el oído, la memoria o cualquier otra, son nuestra posesión personal y que están establecidas en la materia y sujetas a las limitaciones de la materia, mentalmente abrimos la puerta a la conclusión de que tales facultades pueden deteriorarse o perderse. Pero si en vez nos damos cuenta de que somos la expresión individualizada de Dios, vemos que cada una de dichas facultades es la expresión individualizada de un atributo divino, atributo que no puede perderse, así como Dios no podría extinguirse.

La Sra. Eddy escribe: “El hombre brilla con luz prestada”.Retrospección e Introspección, pág. 57; En la Ciencia Cristiana entendemos que el hombre es el reflejo de Dios. El hombre jamás es el creador; jamás es la fuente de un pensamiento, cualidad o habilidad. Todo lo que posee le ha sido conferido por Dios, y, por lo tanto, es perfecto y permanente. Así como “brilla con luz prestada” también ve, por ejemplo, con vista prestada.

Aceptamos sin reparos que el sol continúa brillando aun cuando el cielo esté nublado y no podamos ver claramente los rayos de la luz reflejada. En la Ciencia Cristiana podemos sentir la seguridad de que el hombre, el reflejo de Dios, mora continuamente en la inalterable perfección divina.

En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy leemos: “El universo refleja y expresa la sustancia divina o Mente; por lo tanto, Dios es visto sólo en el universo espiritual y en el hombre espiritual, así como al sol se le ve en el rayo de luz que emana de él”.Ciencia y Salud, pág. 300; No nos es dificil aceptar el hecho de que los rayos del sol necesariamente expresan la naturaleza del sol. Entonces, ¿por qué nos parece difícil comprender y demostrar la semejanza del hombre con su Hacedor?

El hombre espiritual y verdadero es la manifestación de Dios. No tiene vida separada de Dios. Específicamente, el hombre no posee inteligencia, vista, oído, memoria o facultad alguna que no proceda de Dios. ¿Acaso esta total dependencia en Dios disminuye la individualidad del hombre o su importancia en el plan de Dios? De ninguna manera. El hombre, como reflejo de Dios, tiene una gloria y estabilidad que jamás podría asumir por sí mismo.

Pero la mente carnal, que pretende ser la mente del hombre, plantándose en la creencia de que hay vida e inteligencia en la materia, es lenta en someter su concepto de personalidad material separada de Dios. Paradójicamente, esto puede manifestarse en forma de envanecimiento por creerse muy importante o de desaliento por falta de importancia.

La obstinación, el amor propio, la justificación propia y la vanagloria claman porque se les reconozca y arguyen que tienen una existencia en la que el hombre mortal es un creador que actúa por sí mismo y que depende de sus facultades y aptitudes personales, independientes de la Deidad. La Ciencia Cristiana nos previene contra estas arrogantes pretensiones de la mente mortal y nos hace ver la necesidad de negarlas.

Por otra parte, la vieja teología caracteriza al hombre como un miserable pecador. “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” Salmo 51:5; — esto representa el punto de vista del Salmista acerca del hombre mortal. La Ciencia Cristiana hace una clara distinción entre esta creencia en el hombre pecador y mortal y la verdad acerca del hombre verdadero y espiritual creado a imagen y semejanza de Dios, descrito en el primer capítulo del Génesis.

En el libro de los Salmos también se reconoce este concepto más elevado del hombre: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria.. . ? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra”. 8:4, 5; Éste es el hombre que posee sentidos y aptitudes infinitos y espirituales reconocido por la Ciencia Cristiana. No obstante, vestigios de viejas creencias, escondidos bajo el manto de la humildad, puede ser que nos impidan que reclamemos con firmeza nuestra perfección como la semejanza de Dios. El concepto de desmerecimiento, basado en un concepto erróneo y finito acerca de la naturaleza del hombre, puede impedirnos que nos identifiquemos sin reservas con nuestro Padre–Madre Dios.

Cuando Cristo Jesús respondió a las insistentes y apremiantes preguntas del sumo sacerdote diciéndole que en verdad era “el Hijo del Bendito”, el sumo sacerdote rasgando su vestidura dijo: “Habéis oído la blasfemia”. Marcos 14:61, 64; Esta manera de pensar impuesta al individuo por la mente mortal, es posible que, hoy en día, desaliente a muchos a reclamar su verdadera filiación con Dios y a que no reconozcan totalmente su unidad con Él. Muchos necesitan dejar a un lado la creencia de que el hombre está sujeto al pecado, a tener facultades deterioradas o defectuosas, sujeto a la enfermedad y a la muerte. Necesitan comprender su verdadera identidad espiritual como la expresión eterna y completa de Dios, el bien infinito.

¿Vacilamos en afirmar que el hombre le es esencial a Dios, así como Dios le es esencial al hombre? La Sra. Eddy sin lugar a equivocación declara: “Separado del hombre, que expresa el Alma, el Espíritu carecería de entidad; el hombre, divorciado del Espíritu, perdería su entidad. Empero no hay ni puede haber tal desunión, porque el hombre es coexistente con Dios”.Ciencia y Salud, págs. 477–478.

Al reconocer y aceptar la coexistencia del hombre con Dios, podemos demostrar los resultados prácticos de esta filiación. Podemos ver más allá de las limitaciones y discordias de la existencia humana, hacia los hechos verdaderos de la identidad espiritual del hombre. Podemos ver más allá de los sentidos físicos, de los órganos materiales, ojos y oídos, hacia los sentidos del Alma — la comprensión y percepción espirituales que reflejan a Dios. ¿Pueden éstos perderse? ¿Pueden ser destruidos o atrofiados por la edad, accidente o enfermedad? No, puesto que Dios es eterno.

Esto no significa que haya que ignorar o descartar las facultades humanas, sino redimirlas mediante la apropiada perspectiva espiritual. La Ciencia Cristiana nos enseña que la materia es sencillamente el estado objetivo de la mente mortal. A medida que nuestra manera de pensar se acerca más a la consciencia divina, las manifestaciones físicas son más armoniosas. Por ejemplo, una vista perfecta es el resultado de una verdadera percepción espiritual. Nuestros verdaderos sentidos y aptitudes son la expresión de la Mente, el Espíritu, que todo lo ve, todo lo oye, que es todo acción. Estos sentidos no son “míos” o “tuyos” o “nuestros” excepto por reflejo. Son de Dios.

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