Una de las primeras fuentes conocidas del Pentateuco, preparada en Judá, se ha descrito como “J”, y en ella se usa el nombre de Jehová para referirse a Dios. Los eruditos han acordado llamar “E” a otra de las primeras fuentes. Fue escrita en Efraín y se usa el nombre Elohim para referirse a Dios.
Ahora nos apartamos de estas fuentes tan entrelazadas entre si, que se ocupan primordialmente de la historia, para considerar una fuente separada, basada en la enseñanza de la ley combinada con la profecía, fuente comúnmente descrita como “D” — Deuteronomio.
¿Por qué debemos considerar el mensaje de Deuteronomio, tradicionalmente asociado con la labor y las enseñanzas de Moisés, a esta altura del desarrollo de la profecía hebrea escrita? Si bien todavía no se ha determinado cuál es su fecha exacta, el Éxodo encabezado por Moisés bien puede haber tenido lugar unos seis siglos antes de haber aparecido Deuteronomio.
Los grandes profetas del siglo ocho a.C., entre los que se encuentran Amós, Oseas, Isaías de Jerusalén y Miqueas, se unieron noblemente para establecer las bases de la profecía literaria hebrea, en la que se pone énfasis en la justicia, el amor y la fe, en ser un buen ciudadano y en la justicia social. Sofonías, en el siglo siete a.C., volvió a destacar estos aspectos de la profecía que habían significado tanto para los profetas que lo precedieron, y finaliza con una nota de esperanza para la felicidad y redención universales. Antes de terminar ese siglo los rudimentos de las enseñanzas de Moisés, según están reflejados en lo que ahora conocemos como el libro de Deuteronomio, se difundieron y prosperaron con la aprobación de la monarquía, gracias a la colaboración del rey Josías. Esto se debió al descubrimiento de un manuscrito que había estado escondido por mucho tiempo y que, aun cuando había sido revisado, corregido y actualizado, mostraba clara evidencia de la antigua tradición mosaica.
Mientras que partes del libro de Deuteronomio bien pueden datar de la época de Moisés, aproximadamente entre los siglos trece y quince a.C., los eruditos por lo general concuerdan en que los que compilaron o revisaron el libro a través de los siglos, fueron fuertemente influidos por el pensamiento y la inspiración de los profetas, como, por cierto, es el caso de Moisés mismo, quien para aquellos de esa época posterior, aparece cumpliendo decididamente el papel de profeta así como el de legislador (ver Deuteronomio 18:18; Oseas 12:13).
Ésta es una de las razones fundamentales para estudiar algo sobre la relación entre Deuteronomio y los profetas. No solamente el mensaje de Deuteronomio se vio marcadamente influido por los profetas de los siglos ocho y siete a.C., quienes probablemente trabajaron en su revisión, sino que, a su vez, profetas posteriores como Jeremías, Ezequiel y otros, dan evidencia de la influencia de este mensaje en el de ellos.
El nombre Deuteronomio implica ya sea “una segunda ley” o “una repetición de la ley”, y recuerda al lector que mientras el libro del Éxodo (20:1–17) registró los Diez Mandamientos, este famoso Decálogo reaparece con alguna variante en Deuteronomio (5:6–21), el quinto libro de la Tora (el Pentateuco).
Fue en el año 621 a.C., en el décimoctavo año del reinado del joven Josías, rey de Judá, cuando se descubrió “el libro de la ley”, acontecimiento de gran significación. Josías estaba planeando restaurar el poderoso templo de Jerusalén, que el rey Salomón había terminado hacía ya unos tres siglos medio antes.
Parece que cuando Hilcías, el sumo sacerdote, estaba en el templo verificando el valor de la plata que guardaban en la caja o cofre de la colecta, antes de dársela a los obreros, él también encontró, al parecer para su sorpresa, un tesoro de mucha mayor importancia. Rápidamente compartió la gran noticia con Safán: “He hallado el libro de la ley en la casa de Jehová” (2 Reyes 22:8).
Existe la posibilidad de que los que trabajaron juntos en la elaboración de este destacado documento lo hayan escondido intencionalmente en los huecos del templo durante los años del notorio reinado de Manasés, el malvado abuelo de Josías, de quien se ha dicho que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, según las abominaciones de las naciones” (21:2); y por eso se escondió este documento allí, con la esperanza de que fuera hallado en una época apropiada para que se lo reconociera y aceptara. Si se lo hubiera encontrado en la época de Manasés las esperanzas de que se conservase hubieran sido mínimas.
En cuanto Josías se enteró por boca de Safán del hallazgo del libro, escuchó su lectura, “y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos” (2 Reyes 22:11), un gesto que se menciona a menudo en la Biblia y que implica ansiedad, perturbación y hasta angustia.
Al ser alertado por el severo mensaje del “libro de la ley”, que había permanecido oculto por tantos años, Josías buscó el consejo de la profetisa Hulda, quien confirmó el valor del documento, advirtiéndole al rey que su pueblo podía esperar un terrible castigo por haber desobedecido los mandamientos del libro. ¿Acaso ellos no habían dejado a Jehová el Dios de Israel y quemado incienso a dioses ajenos? (Ver versículos 15–17.)
Si bien es difícil confirmar específicamente la identidad del manuscrito mismo, cuyo descubrimiento causó tanta preocupación al rey Josías, se acepta generalmente que el manuscrito debe de haber establecido las enseñanzas fundamentales de Deuteronomio.
El estudio de este manuscrito hallado en el templo impresionó tanto al rey Josías que él convocó a todos sus súbditos, a “los sacerdotes y profetas y [a] todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande”, y les leyó “las palabras del libro del pacto” (2 Reyes 23:2). Más aún, el rey declaró en presencia de Jehová, y con la aprobación de todo el pueblo, que él y sus súbditos estaban preparados para poner en práctica los mandamientos, testimonios y estatutos que habían sido traídos a su atención (ver versículo 3).
No puede probarse a ciencia cierta qué parte del libro de Deuteronomio estaba en el manuscrito que llegó a manos de Josías, pero bien debe haber reflejado las exigencias descritas en el capítulo décimosegundo del Deuteronomio bíblico. Allí se requiere del pueblo que destruya enteramente (versículo 2) los distintos lugares en los que se rendía culto pagano, y toda clase de imágenes. En otra parte se da la orden de eliminar las prácticas paganas, incluyendo los sacrificios humanos (ver 18:10), y desechar a los adivinos y a “quien consulte a los muertos” (versículo 11).
El lector de Deuteronomio no puede dejar de encontrar en su mensaje enseñanzas que se asemejan mucho a las de los profetas, enseñanzas resumidas quizás mejor que en ninguna otra parte, en Deuteronomio 6:4: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”.