El águila no trata de escapar del viento ni éste la daña. El águila se remonta por sobre el viento y éste la eleva aún más. Mantiene su dominio sobre el viento. ¿Cómo podemos nosotros mantener nuestro dominio sobre las presiones?
La base para lograrlo es ver quiénes somos y qué somos realmente. Una pregunta básica es: ¿Qué es el hombre? ¿Es un organismo biológico, celular, electroquímico? Si es simplemente un montón de protoplasma organizado, girando alrededor de un astro candente y avanzando inexorablemente hacia la muerte, entonces el hombre se asemeja más a una hoja que cae que a un águila que se remonta.
El hombre es, en realidad, la idea de la única Mente divina e infinita, Dios, del todo inteligente y autocreativa. Jamás nació en la materia como resultado de una reproducción biológica; jamás ha sido clasificado como negro o blanco, como rojo o amarillo; nunca ha sido programado por tarjetas computadoras de acuerdo con su historial ancestral. Él es el resultado del conocimiento que la Mente divina tiene de sí misma.
Dios, el infinito y siempre presente Dios, que llena todo el espacio, puede únicamente conocer Su propia inmensa infinitud. Él no conoce nada fuera de Su propia omnipresencia porque Él lo incluye todo. Él conoce Su propia belleza, Su propia pureza, Su propia libertad, Su propia perfección, Su propia suprema inteligencia. Y el resultado de ese conocimiento (o, podríamos decir, la expresión, la manifestación, de ese conocimiento) es el hombre.
¡Piense en esa perspectiva! ¡Piense en la perfección! ¿Podría Dios, la Mente eterna, ser presionado? Entonces, ¿podría serlo el hombre?
¡Muy bien, de acuerdo! Dios es perfecto y todo inteligencia; el hombre es bueno y expresa esa inteligencia. ¿Pero cómo va eso a ayudarme a mí — al “yo” que parece estar caminando de allá para acá, ocupando un espacio, sentado frente a un escritorio, moviendo lápices de un lado a otro? Pensamientos abstractos, felices, no van a aprobar un examen de leyes o uno de inglés. Uno de los problemas de la vida universitaria es la terrible presión que parece aumentar constantemente desde el primer día de clases.
Para comprender la Ciencia Cristiana y aplicar su metodología, necesitamos comprender el precepto básico de la totalidad y exclusividad de Dios y la nada de la materia. Necesitamos saber que la materia — no importa cuán real parezca ser — no es otra cosa que la forma más visible del estado de pensamiento. Por lo tanto, para cambiar la materia, debemos primeramente cambiar el pensamiento.
¿No será esto algo a lo que Cristo Jesús puede haberse referido cuando dijo: “Os es necesario nacer de nuevo”? Juan 3:7; ¿Y lo que Pablo tal vez haya querido significar con sus palabras: “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”? Rom. 12:2; De manera que cualquier concepto que abriguemos ejerce un efecto sobre el estado visible del pensamiento, o sea, el cuerpo. Ésta es una de las razones por la cual la Ciencia Cristiana insiste tanto en que vigilemos nuestros pensamientos. Porque lo que pensamos tiene un efecto sobre nuestra mentalidad, nuestro cuerpo, y aun sobre nuestro ambiente en general. El pensamiento purificado se manifestará en mejor salud e intelecto, en más armonía y paz entre las naciones, en menos guerra, hambre y polución.
De manera que cada vez que usted y yo sabemos y declaramos las verdades acerca de Dios y de Su totalidad y perfección, y del hombre como la expresión nítida de la Mente divina, el Espíritu eterno, es como si estuviéramos derramando agua pura, limpia, sobre el pensamiento humano. Coloca nuestra vida, y la de todos los demás, más ampliamente bajo el gobierno de la única Mente divina. Expresamos más inteligencia, manifestamos más intuición, expresamos más atención y retentiva. No malgastamos nuestros esfuerzos y no perdemos tiempo sino que progresamos constantemente en nuestra carrera intelectual. Manifestamos un mejor sentido de dirección al comprender la siempre presente e inequívoca dirección de la Mente divina. Nuestro pensamiento es encauzado hacia el programa de estudios que necesitamos. De manera natural nos encontramos haciendo lo justo en el momento oportuno. Esto no es fantasía. No es hacer castillos en el aire. Es práctico. Es eficaz. Es hermoso.
Otro aspecto de esta vida universitaria apremiante es la competencia. Parece que siempre estuviéramos compitiendo con otros por las calificaciones en algún curso, por la distinción que éstas nos den en la clase, o hasta para ingresar en una clase. Pareciera como si siempre estuviéramos enfrentando competencia — desde la búsqueda de un empleo hasta la del compañero adecuado. Ésta es otra de las corrientes del viento que pueden forzarnos a elevarnos más alto en la dirección correcta y a aplicar metafísica científica.
El Apóstol Pablo nos dice que hagamos todo para gloria de Dios. Si es realmente para la gloria de Dios, entonces no puede dañar a nadie. Básicamente, estaremos compitiendo contra nosotros mismos, contra la creencia de que somos mortales biológicos jugueteando a través de una continuidad de espacio-tiempo.
En lugar de competencia, me gusta pensar en reflejo. Cuando yo jugaba fútbol siempre trataba de expresar la mayor perfección posible. Me esforzaba por reflejar cualidades derivadas de Dios — tales como equilibrio, ritmo, fortaleza, resistencia, valor, falta de temor, intuición, discernimiento, precisión, coordinación. Realmente, estaba compitiendo con mi propio sentido limitado del ser. Cuanto más hacía valer la ilimitada e infinita libertad del Alma, tanto más libre me encontraba para los pases. Cuanto más expresaba precisión, discernimiento e intuición, con tanto más facilidad lograba ver por dónde tenía que avanzar con la pelota. Y me encontré jugando en nuestro mejor equipo.
Pero en este asunto de la competencia, ¿qué decir de una carrera y de las oportunidades de usarla? Esto parece causar a los estudiantes hoy en día aún mayor presión debido a las condiciones económicas generales y al desempleo existentes.
Luego de referirse a la totalidad de Dios, a Su desconocimiento de todo lo que sea desemejante a Él, la Sra. Eddy añade esta útil declaración: “Ahora bien, este mismo Dios es nuestra ayuda. Él nos compadece. Él tiene misericordia de nosotros y dirige todas las actividades de nuestra vida”.La Unidad del Bien, págs. 3–4; Cuanto más claramente comprendemos la verdad científica de que Dios gobierna todo lo relacionado con el hombre y el universo, de que el hombre está continuamente sostenido y mantenido por el Principio infinito, cuanto más claramente comprendemos que nosotros somos en realidad ese hombre creado por Dios, tanto más rápida y naturalmente veremos esto expresado en nuestra vida. En otras palabras, el estado subjetivo de nuestra manera de pensar inspirada por Dios se evidenciará humanamente.
Debemos estar alerta a no desprendernos de la mano de Dios, por así decirlo. Por supuesto, deberíamos buscar las orientaciones que nos parecen correctas. Pero en nuestro conocimiento espiritualmente científico, nunca deberíamos dejar el resultado en manos de un consejero, de una oficina de empleos, o de las fluctuaciones económicas. Necesitamos mantener nuestra vida donde siempre ha estado: bajo el gobierno del Principio divino. En nuestro conocimiento espiritual, podemos ver con toda claridad que es únicamente Dios quien gobierna, dirige, controla y guía.
Poco después de haberme graduado de la universidad me encontré enfrentando una encrucijada en mi carrera. Había dado los pasos para cumplir con el servicio militar obligatorio. Al orar para dejar de lado la voluntad humana y ver y hacer lo que Dios quería que yo hiciera, un pensamiento me vino muy claramente, casi como si me lo hubieran dicho por sobre el hombro. Me di cuenta de que no estaba yo gobernado por las casualidades, las circunstancias, el azar, la suerte, las estadísticas o personas, lugares o cosas. Comprendí que estaba gobernado por la inequívoca ley de la dirección correcta de Dios.
Comencé a percibir una vislumbre de la verdad espiritual de que Dios es la Mente infinita, eterna y omnipotente — la única Mente. Que esta Mente que todo lo sabe, esta Mente omnisciente, llena todo el espacio. Que es la única causa, el creador eterno. Comencé a ver que el hombre es la idea, la manifestación pura, de esta Mente autoexpresiva, supremamente inteligente, Dios. Que la Mente se manifiesta a sí misma mediante el hombre, y que el hombre no puede tener otra mente sino Dios, la Mente eterna y única. Me di cuenta de que el hombre es inteligente porque refleja la Mente perfecta, delineadora, Dios.
Comencé a ver que mi lugar correcto era espiritual — un lugar seguro, un buen lugar, un lugar útil, un lugar provechoso. Nadie podía tomar mi lugar, ni yo podía tomar el lugar de nadie, porque mi lugar estaba siempre establecido y mantenido por el Principio divino. Percibí que yo estaba en ese lugar y sostenido y a salvo allí. Que no había ninguna fuerza opuesta a Dios que me impulsara u obligara a hacer algo que Dios no quería que yo hiciera. Y que no podía tampoco dejar de hacer todo lo que Dios quería que hiciera.
El resultado de este discernimiento espiritual fue que cada una de las trabas en mi experiencia del servicio militar se disolvió. Estuve de continuo exactamente en el lugar apropiado en el momento oportuno. Siempre estuve ocupado ayudando a otros. Y percibí con claridad lo que debía hacer en el futuro. Mis deseos los expresaba constantemente así: “Soy Tuyo, Padre-Madre Dios. Úsame como Tú lo has dispuesto”. En cierta medida comencé a sentir algo de la paz prometida por Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Juan 14:27. Las presiones, la competencia, el temor — todo cedió al conocimiento activo de la dirección y cuidado de Dios.
