Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Una lección al volar sobre el desierto

Del número de marzo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Habíamos estado volando constantemente en pleno desierto durante dos semanas y media. Todos sentíamos que ya era suficiente, pero nos esforzábamos lo mejor posible por aprender la difícil maniobra de precisión, y sólo nos quedaban tres días de práctica para la competencia final de toda la Marina. La presión parecía aumentar sobre los pilotos y la tripulación de mantenimiento, quienes trabajaban día y noche sin interrupción para mantener volando los complicados jets.

Durante los primeros días la mayoría de nosotros no daba en el blanco, pero poco a poco los pilotos fueron perfeccionándose. Pero no yo. Lo hacía yo tan mal que cuando anunciaba por la radio que mi avión estaba llegando, el personal en la base que media nuestra exactitud corría a protegerse. Generalmente decían que mi maniobra era tan lejos del blanco que no la podían medir.

Al principio todos nos reíamos de esto. Pero cuando fueron pasando los días y no hacía yo ningún progreso, la cosa ya dejó de sernos chistosa y comencé a preocuparme. El Oficial de Operaciones me explicaba y volvía a explicar todo, pero simplemente no me entraba en la cabeza. Como el entrenamiento de vuelo hasta aquí me había sido fácil, este fracaso de ahora me

hacía sentir aún más frustrado. Comencé a refunfuñar dentro de mí: “¿Cómo puede alguien ser tan estúpido? ¡Qué torpe! ¡Qué tipo tan falto de coordinación debo ser!”

Una noche no podía dormir, así es que me levanté y miré por la ventana al desierto. ¡Se veía tan luminoso a la fría luz de la luna y yo me sentía tan apagado y triste! ¿Qué podía hacer? Orar. Ya había orado, pensé. Ora un poco más, me dije.

Luego un tranquilo deseo de sentirme cerca de Dios alentó mi pensamiento. Por primera vez en esas tres desdichadas semanas el temor y el orgullo que me habían hecho condenarme y preguntar a Dios por qué era yo tan torpe, fueron aquietados. Se me ocurrió revisar las profundas y sencillas verdades que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Dios es el bien. Dios es Todo. El hombre es la semejanza perfecta de Dios.

De repente me detuve, alerta. Hasta mi respiración pareció detenerse. Allí estaba. La idea del Cristo. La más gloriosa idea en el mundo. El hombre es ahora mismo el hijo perfecto de Dios. No es torpe ni falto de coordinación ni jamás lo ha sido. Es inteligente y capaz. Cada uno de nosotros es el hombre espiritual ahora. “Hijos de vuestro Padre que está en los cielos”, Mateo 5:45; como lo dijo Cristo Jesús. Y la Sra. Eddy nos asegura, “El hombre es espiritual y perfecto”.Ciencia y Salud, pág. 475.

Lentamente un cálido brillo de luz llenó la habitación entera. La inquietud desapareció. La fatiga me dejó. No tenía deseos de dormir, y me recosté en la cama simplemente amando a toda la creación, incluyéndome yo también como idea preciada de Dios. Todo estaba bien.

Al día siguiente el Oficial de Operaciones me explicó la maniobra nuevamente. Fue muy paciente. Esta vez comprendí — como sabía que sucedería. Entonces efectué la maniobra todo aquel día y el siguiente. En la competencia me saqué el segundo puesto en mi escuadrón y me dijeron que di justo en el blanco. Todos estaban asombrados, pero no yo. Ese cálido resplandor de amor y seguridad se mantuvo conmigo y me llenó de gratitud a Dios.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1979

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.