Habíamos estado volando constantemente en pleno desierto durante dos semanas y media. Todos sentíamos que ya era suficiente, pero nos esforzábamos lo mejor posible por aprender la difícil maniobra de precisión, y sólo nos quedaban tres días de práctica para la competencia final de toda la Marina. La presión parecía aumentar sobre los pilotos y la tripulación de mantenimiento, quienes trabajaban día y noche sin interrupción para mantener volando los complicados jets.
Durante los primeros días la mayoría de nosotros no daba en el blanco, pero poco a poco los pilotos fueron perfeccionándose. Pero no yo. Lo hacía yo tan mal que cuando anunciaba por la radio que mi avión estaba llegando, el personal en la base que media nuestra exactitud corría a protegerse. Generalmente decían que mi maniobra era tan lejos del blanco que no la podían medir.
Al principio todos nos reíamos de esto. Pero cuando fueron pasando los días y no hacía yo ningún progreso, la cosa ya dejó de sernos chistosa y comencé a preocuparme. El Oficial de Operaciones me explicaba y volvía a explicar todo, pero simplemente no me entraba en la cabeza. Como el entrenamiento de vuelo hasta aquí me había sido fácil, este fracaso de ahora me
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