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Alegría y vitalidad

[Joy and vitality]

Del número de enero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Journal


No hace mucho, un Científico Cristiano escuchó de casualidad a un entusiasta miembro de su iglesia leer a un chico de kindergarten una conocida historia para niños. Pero en la forma en que la leyó carecía del enfoque animado y gozoso que el Científico Cristiano esperaba oír. Era como si su amigo hubiera sido enteramente otra persona. Aun cuando estaba bien motivado, su lectura acusaba un estado autoconsciente, exageración, pausas innecesarias y rutinarias — una lectura monótona, con poquísima variación.

¿Por qué esta lectura careció del ímpetu gozoso y afectuoso que tanto el lector como el niño poseían por naturaleza? ¿Por qué no impartió el gozo y la vitalidad de la historia misma, y la alegría de leérsela a un niño pequeño?

El Científico Cristiano se dio cuenta de inmediato que se trataba de un hábito en la lectura audible que tal vez su amigo habría estado escuchado en algunas reuniones de la iglesia — o quizás si hasta en los cultos mismos. Se preguntó cómo las personas que visitan nuestras iglesias en busca de vida, amor y alegría pueden ser impresionadas favorablemente con tal manera de leer. ¿Qué podría decirse entonces de nuestra manera de pensar?

Aun aquellas personas no Científicas Cristianas probablemente concordarán en que el gozo y la vitalidad expresados al leer reflejan la actitud mental. Como Científicos Cristianos sabemos que el gozo y la vitalidad son atributos de Dios, la Vida, el Alma, el Amor — atributos que reflejamos por ser nuestra herencia espiritual.

Leemos con vitalidad porque este ánimo espiritual no puede por menos que expresarse a sí mismo en vitalidad humana. Leemos gozosamente porque el gozo es parte misma de la naturaleza del hombre. Las verdades de la Vida divina necesariamente tienen que expresarse en nuestra vida humana. Vemos, entonces, que leer “bien” es el resultado de pensar bien, de vivir bien, de comprender la metafísica correctamente y de aplicarla correctamente.

Para poder leer con más gozo y vitalidad, toda actitud preconcebida con respecto a algunos determinados pasajes, tiene que ser erradicada. Cada vez que leemos un pasaje, se nos ofrece una experiencia nueva. La timidez y un estado autoconsciente deben eliminarse — y para qué decir del viejo “cuco” o de la santurronería. Desearemos vernos libres también de cualquier falso sentido de importancia.

Básico en el propósito de darle un vivaz colorido a nuestra lectura es comprender el mensaje que estamos leyendo, comprensión que resulta de la actividad de pensar correctamente. Debiéramos preguntarnos: “¿Qué percepción íntima especial, qué sentimientos, qué sutilezas está tratando de comunicar el autor en este pasaje?” Cuando percibimos mejor el mensaje y nos posesionamos más de él, el colorido de nuestra lectura comienza a emerger de manera natural.

Al posesionarnos mejor del mensaje, empezamos a expresarlo mejor. Nuestra voz puede ser más alta o más baja, puede variar en tono y en pausas. Puede que descubramos más gozo donde haya más gozo, o que estemos conscientes — tal vez muy conscientes — de las escenas tristes cuando haya escenas tristes. No debemos temer ser expresivos. Y, por sobre todo, debemos evitar un tono sermonario. Evitaremos también leer todo al compás de un sonsonete o con un ronroneo almibarado.

Un lector que lee con vitalidad también expresa vitalidad físicamente. Llega a la plataforma a un paso normal. No se acerca al púlpito ni se aleja de él “a cámara lenta”. Y su fisonomía debe expresar alegría. Esto no quiere decir que un Lector haya de sonreír todo el tiempo, pero una expresión agradable y confiada generalmente es la manifestación de haber embebido el mensaje y de sentir el afectuoso deseo de compartirlo. Querrá comunicar la afluencia del Espíritu.

Leer audiblemente la verdad es una actividad tanto humana como espiritual. Al mejorar la parte humana, la parte espiritual brilla con menos obstrucción y entonces la lectura cobra más colorido y vivacidad. Y aquellos que nos escuchan comprenderán la verdad mejor y la amarán más.

La Sra. Eddy escribe: “La metafísica, tal como yo la enseño en el Colegio Metafísico de Massachusetts, está lejos de ser árida y abstracta. Es una Ciencia que tiene el espíritu vivificador de la Verdad”.Escritos Misceláneos, pág. 38.

[Del The Christian Science Journal ]

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