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Cultos de la iglesia que sanan

Del número de enero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Imagínese una colegiala de trece años de edad durante sus vacaciones de verano. Tiene inquietudes apremiantes en el colegio y un futuro incierto. Ha sido educada como Científica Cristiana pero no está del todo segura si esa enseñanza no será una sarta de disparates.

Un domingo, gracias a un impulso divino, está en un culto en una iglesia de la Ciencia Cristiana. A medida que se desarrolla el culto sobre el tema central de la Lección-Sermón, la niña siente desarrollarse en su consciencia, de una manera pacífica y natural, una comprensión de lo que es Dios. Sabe que la Ciencia Cristiana realmente es verdad.

Al volver a casa caminando, siente una profunda convicción de que, cuando sea grande, será una practicista de la Ciencia Cristiana.

Ocho años después lo es.

¿Cómo ha iniciado un culto de la iglesia un cambio tan radical y sanador en su pensamiento?

Fue la Palabra del Espíritu, y el espíritu transformador de la Palabra, que abrió un cielo nuevo y una tierra nueva a por lo menos un miembro joven de esa congregación.

La Sra. Eddy escribe en No y Sí: “Dejad que la Palabra siga su curso sin interrupción y sea glorificada”.No y Sí, pág. 45; Los cultos de nuestra iglesia sanan cuando dejamos que esto ocurra.

¿Cómo podemos dejar “que la Palabra siga su curso sin interrupción”?

Unos amigos míos compraron una casa con mucho terreno que lo habían dejado volver a su estado primitivo. Un día se pusieron a caminar pausadamente a través de su propiedad. La esposa escuchó el sonido del fluir del agua. Su esposo investigó, despejando la maleza, y encontró un arroyo que no sabían que existía porque estaba totalmente cubierto con hierbas.

Sacaron la maleza y pronto el arroyo siguió libremente su curso glorificándose en un bello jardín acuático plantado con prímulas, flores de lis, nenúfares, sauces llorones y muchas otras bellas plantas y arbustos — una alegría para muchos a través de los años.

De manera que nos preguntamos nuevamente: ¿Cómo podemos dejar “que la Palabra siga su curso sin interrupción y sea glorificada” en cultos sanadores?

Podemos escuchar apaciblemente la Palabra, el Cristo, en nuestros corazones, como la esposa del relato escuchó el fluir del agua antes que supiera que el arroyo estaba allí. Ella estaba quieta. Podemos cultivar un escuchar apacible e íntimamente espiritual. Podemos hacerlo todo el tiempo por muy ocupada que sea nuestra vida.

Es la calidad de nuestra manera de vivir durante la semana lo que determina la calidad de nuestros cultos en la iglesia. Es la medida en que la Palabra ha seguido su curso sin interrupción y ha sido glorificada entre un culto y otro lo que determina considerablemente la medida en que seguirá su curso sin interrupción en los cultos y ser glorificada en la curación.

De manera que podemos preguntarnos: ¿Estoy sanando diariamente — no sólo físicamente al gobernar mejor mi cuerpo, lo cual es importante, sino mentalmente, moralmente, espiritualmente? ¿Estoy despejando la maleza — el materialismo, los hábitos esclavizantes, las falsas creencias arraigadas, los viejos temores? ¿Estoy arrancando la enredadera — el egocentrismo, la crítica, la pereza, la insensibilidad, el desaliento, el emocionalismo?

¿Estoy plantando pequeños destellos de sencilla receptividad, vigilancia espiritual, alegría en el progreso del prójimo, y la pura felicidad de ser hijo de mi Padre? ¿Se están arraigando mis raíces más profundamente en las posibilidades infinitas de demostrar la Ciencia Cristiana tanto universal como individualmente? ¿Y están abriéndose las flores de la abierta comunicación de manera que todos sean mis amigos necesarios?

¿Está el magnetismo animal perdiendo en alguna medida su influjo y estoy respondiendo más espontáneamente a la atracción del Espíritu?

Si en alguna medida podemos dar respuestas afirmativas a estas preguntas, entonces estamos dejando que la Palabra active nuestros cultos de la iglesia porque está activando nuestra manera de vivir.

Podemos escuchar la Palabra y amarla antes de que lleguemos a la iglesia. Entonces llegaremos pacíficamente, desinteresadamente, y con más para dar en el culto que nuestro dinero para la colecta. Habremos dejado atrás cargas personales y nos será fácil orar por la congregación como un todo.

Ya sea que seamos ujieres u organistas, solistas, Lectores o miembros de la congregación, nuestra preparación para el culto es un proceso continuo que sigue a través de las semanas. Los cultos son simplemente la culminación, en diferentes ocasiones, del continuo desarrollo espiritual.

La Sra. Eddy dice en Escritos Misceláneos: “Los alisos se inclinan a los arroyos para sacudir sus trenzadas ramas en los espejos acuáticos; que se inclinen los mortales al creador y, mirando a través de la transparencia del Amor, contemplen al hombre a la imagen y semejanza mismas de Dios, ordenando cada pensamiento naciente en la hermosura de la santidad”.Escritos Misceláneos, pág. 330;

Venimos a los cultos precisamente a hacer eso. Nos inclinamos ante el creador y miramos a través de la transparencia del Amor y vemos al hombre a imagen y semejanza de Dios.

En la medida en que hayamos derrotado el sueño de Adán en nuestra manera de vivir, no seremos Adanes soñadores en la iglesia sino que ordenaremos “cada pensamiento naciente en la hermosura de la santidad”, siguiendo el desarrollo de la Lección-Sermón con agradecimiento inteligente. No nos adormeceremos ni entraremos en la engañosa tierra de los ensueños.

La Palabra seguirá “su curso sin interrupción y [será] glorificada”. No se le hará ruido juzgando la lectura de los Lectores o lo que llevan puesto los ujieres o quién está sentado al lado de quién.

No percibiremos separación entre el miembro de la iglesia y el que asiste regularmente o el que va a investigar. “Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”, Efes. 2:19; dice San Pablo. Y el miembro de la iglesia, el que asiste regularmente y el que asiste por primera vez sentirán precisamente eso. Se darán cuenta de su posibilidad espiritual de filiación y hermandad y aceptarán curación de cualquier cosa ajena a “la familia de Dios”.

En las reuniones de los miércoles, cuando el reflejo del Amor divino del Lector y la congregación abre canales para dar y recibir, la Palabra vendrá clara y con fuerza y con maravilloso significado. Habrá testimonios claros y concisos de curación de cuerpos y redención de vidas cuando ni la denigración ni el ensalzamiento de sí mismo prevenga el desinteresado y sincero atestiguamiento de la sanadora Palabra de Dios.

La Sra. Eddy dice: “Triste es que la frase servicio divino haya llegado a significar tan generalmente culto público en vez de obras diarias”.Ciencia y Salud, pág. 40.

El arroyo que mis amigos descubrieron y el jardín que plantaron necesitó de continua atención después del despejo inicial. Nosotros necesitamos continua vigilancia y actividad espiritual práctica para mantener la corriente sanadora en nuestros cultos de la iglesia. Con el correr del tiempo posiblemente habrá un momento en que reconozcamos esta obligación por primera vez. Pero jamás habrá en el tiempo un momento en que hayamos cumplido esto totalmente — en que hayamos hecho todo lo que es necesario hacer para que nuestros cultos sean vitales, sanadores y del todo eficaces.

El progreso, la renovación, la revivificación espirituales, son una continua obligación y aventura. ¡Y qué gozo es saber que nuestro progreso resucitante individual contribuye a la resurrección colectiva de nuestra iglesia! Lo que quizás no haríamos por nosotros mismos, por ser demasiado indolentes, lo haríamos por nuestra iglesia. Los triunfos personales sobre nuestros defectos son nuestra donación secreta y desinteresada para nuestros cultos. Cuando nos ponemos a considerar cuántas riquezas tenemos para dar de esta manera, nos llenamos de felicidad y determinación.

Nuestras iglesias sanan — no pueden dejar de hacerlo — cuando dejamos “que la Palabra siga su curso sin interrupción y sea glorificada” secretamente en nuestras obras diarias y, de consiguiente, públicamente en nuestros cultos.

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