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El Espíritu y nuestros hijos

Del número de enero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No hay nada misterioso acerca del Espíritu. El Espíritu es Dios, el Amor divino, que crea y cuida del hombre y del universo. El Espíritu es también la Mente infinita, la inteligencia única y suprema. La Mente, el Amor y el Espíritu son uno, el Padre, la Madre y el Principio de todo el ser.

Cada niño, en verdad cada uno de nosotros, tiene una relación especial con el Espíritu. Todos, en nuestra verdadera individualidad, somos hijos del Espíritu, y el Espíritu mantiene nuestra compleción y perfecta salud. Cada uno de nosotros expresa la sustancia, actividad y naturaleza del Espíritu — sustancia sin materia, actividad sin limitación, naturaleza sin mancha.

El Espíritu no cambia. Por consiguiente, su idea, el hombre, permanece perfecto eternamente. Todas las cualidades del Espíritu, o Alma, están intactas. La alegría, la salud, la inteligencia, la belleza no cambian. Todas ellas son inherentes al Amor, y el Amor eternamente hace que el hombre las exprese.

Las teorías sobre la evolución material no tienen nada que ver con el hijo de Dios. Son simplemente productos de la así llamada mente mortal — adornos de la creencia material. En la verdad absoluta, las condiciones materiales no existen.

Para proteger a nuestros hijos de las creencias que sostienen las teorías evolucionistas, tenemos que comprender que en la realidad — ahora mismo — el hombre es libre de condiciones materiales. La creación del Espíritu no contiene materia. El hombre no es formado o deformado por la materia. El Espíritu es real, todo Vida. La materia es irreal, inexistente. La materia nunca ha tenido un lugar en la existencia verdadera.

Lo que aparenta ser la habilidad de la materia para establecer normas de salud y comportamiento, y perpetuarlas, no es más que el estado objetivado de la interacción y repetición de los modelos conscientes e inconscientes del pensamiento mortal. Los pensamientos mortales tienen su día t luego retroceden, y puede que reaparezcan más tarde en nuevas formas, mas siempre repitiendo la misma mentira — la mentira de que la vida es material.

Sin embargo, el Espíritu nunca creó una mente tal. Por consiguiente, la mente mortal no es una consciencia real. Sólo el Espíritu es inteligencia, la Mente que da forma y perpetúa toda la existencia verdadera. Comprendiendo la totalidad del Espíritu, podemos mantener una atmósfera espiritualmente iluminada en nuestros hogares, liberando así a nuestros hijos para que expresen más de la bondad que deriva de Dios. La Sra. Eddy dice: “Bien comprendido, en vez de poseer un cuerpo material y sensible, el hombre tiene un cuerpo insensible; y Dios, el Alma del hombre y de toda la existencia, al ser perpetuo en Su propia individualidad, armonía e inmortalidad, comunica estas cualidades y las perpetúa en el hombre, — por medio de la Mente y no de la materia”.Ciencia y Salud, pág. 280;

Allí mismo donde vemos a un niño inmaturo, el Amor ve a su idea, el hombre, siempre completa. El Espíritu sostiene tiernamente la salud de esta idea. El Espíritu gobierna cada función, cada elemento del ser del hombre. La enfermedad nunca ha pasado al hombre, nunca ha salido del hombre y nunca ha sido programada para él. Todo lo que el hombre recibe viene del Amor divino, cuya ley excluye la enfermedad.

Si un niño tiene problemas anormales con su trabajo escolar, o si ha sido clasificado como mentalmente deficiente, no hay por qué aceptar este veredicto negativo. El Amor divino sólo ve la expresión de la inteligencia perfecta. Cambiando nuestro punto de vista de la materia a lo que el Amor, el Espíritu, conoce, comenzamos a eliminar el temor en nosotros mismos y en niño. El peso de la creencia de que la inteligencia puede ser predeterminada por un código genético o dañada en alguna forma por condiciones materiales se elimina cuando se la confronta con la comprensión espiritual. La oración persistente destruye del todo el temor y aporta la curación completa.

Dificultades de carácter o de comportamiento también ceden ante la comprensión espiritual. Mal genio, timidez, egoísmo, susceptibilidad, todos ellos son parte de la mentira de la materialidad, no parte del hombre. El Espíritu no podría crear la ira o una disposición a encolerizarse. El Espíritu es el Amor y no conoce ni la ira ni el odio. Tampoco los conoce la expresión del Espíritu. El Amor nunca ha sido amenazado ni nunca se ha sentido amenazado. Lo mismos es verdad respecto a la idea del Amor. Mantenido en la consciencia de la totalidad del Amor, el hombre no puede temer, odiar, rebelarse u ofenderse. El hombre ama porque el Espíritu por siempre lo hace amar.

Esto no sugiere que la Ciencia Cristiana aniquile los sentimientos humanos normales o que la fealdad temperamental pueda ser puesta de lado superficialmente. Pero la Ciencia sí muestra que hay una base espiritual y científica para liberar a nuestros hijos de los rasgos desagradables.

Al orar por nuestros hijos suele ser beneficioso refutar específicamente la creencia de que las características puedan ser implantadas por medio de un código genético. La verdadera identidad está por siempre fuera de la materia. Es la imagen del Ego único, el Espíritu. Eternamente se asemeja a la belleza del Espíritu.

Los padres también deben estar alerta para refutar las mentiras de que los pensamientos y motivos tengan una base genética. Algunas de las teorías que promueven este concepto son recientes, pero la creencia impersonal de que la materia evoluciona la mente es tan vieja como la neblina alegórica que subía de la tierra. En esta creencia se basa la tendencia a dar prioridad a los impulsos sexuales en detrimento de la obediencia moral y el respecto hacia los demás; la tendencia a esperar — y a encontrar — agresividad en los hombres y subordinación en las mujeres, en lugar de una combinación de fortaleza y afecto basada espiritualmente; y la tendencia a dirigir los esfuerzos hacia logros egoístas e intereses personales en lugar de confiar sin egoísmo en el Espíritu, el cual nos sostiene a todos. Los verdaderos pensamientos vienen únicamente del Espíritu, y son puros y llenos de amor.

No importa cuán sutil o abiertamente se propague la creencia material, ella no podrá encontrar alojamiento en un hogar en el cual sus miembros están cimentados en el amor inteligente para con Dios y en el amor del uno para con el otro. Los niños que se crían en dicha atmósfera comienzan a reconocer su relación con el Espíritu y a amarla. La obediencia a la ley moral les resulta natural, así como también el confiar, mediante la oración, en la Verdad divina para la curación.

Si el punto de vista de un niño es materialista o se rebela contra la moralidad, los padres pueden ayudarlo de la manera más eficaz manteniendo devotamente en el pensamiento la verdad de que el niño es ahora mismo la idea del Espíritu, amada por el Espíritu. El ojo atento del Amor nunca pierde de vista ni a una sola de sus ideas.

Una vez Cristo Jesús sanó a un muchacho epiléptico. “Reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora“, Mateo 17:18. nos dice la Biblia. Todavía hoy la comprensión espiritual echa fuera los males de la materialidad — las equivocadas convicciones materiales — y sus ilusorios efectos. Nuestras afirmaciones de verdades específicas y nuestras denuncias específicas del mal, afinan nuestra habilidad para destruir el error. Las creencias, que de otra manera podrían permanecer ocultas, salen rápidamente a la superficie y son eliminadas con la comprensión espiritual.

La habilidad para proteger y sanar a nuestros hijos no resulta de teorizar fríamente acerca de Dios y del hombre. Esa habilidad se manifiesta en la medida de nuestra comprensión del amor que el Espíritu tiene para todas Sus ideas. Cuanto más comprendamos la naturaleza del Espíritu, tanto más confiaremos espontáneamente a nuestros hijos al cuidado del Espíritu. El efecto sanador que aporta el hacerlo será duradero y se multiplicará.

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