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Las herencias y la armonía familiar

Del número de enero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por útiles que sean los procedimientos legales en la redacción de testamentos y en la disposición de las herencias, tales procedimientos no siempre son suficientes. Incluso cuando se adoptan las providencias humanas más sabiamente concebidas para distribuir los bienes, los herederos pueden discrepar. A veces hay perturbaciones lamentables en las relaciones familiares. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana nunca llevan al individuo a eludir la necesidad de encarar y resolver problemas humanos específicos. Sus enseñanzas acerca de Dios y del hombre — de la realidad absoluta — muestran cómo sanar las dificultades.

La razón de que algunas veces las herencias conducen a la desarmonía en el seno de la familia se debe al pensamiento de que las herencias provienen de la muerte de un individuo. Ahora bien, esta observación podría parecer peculiarmente obvia a quien no sea Científico Cristiano. Sin embargo, la comprensión de que la herencia verdadera proviene de la Vida, Dios, y no de la muerte, posee un efecto profundamente sanador. Esta verdad espiritual puede disipar incluso antiguos y arraigados antagonismos derivados de desacuerdos sobre una herencia.

La existencia humana está basada en la premisa de un proceso de nacimiento y muerte. Pero esta existencia, así llamada, es una perspectiva errónea acerca del ser del hombre y de su relación con Dios. Todos debemos llegar al completo entendimiento, aquí o en el más allá, de que Dios es Vida. Tenemos que comenzar a amar la verdad de que el Padre-Madre, la Vida, da al hombre — la idea espiritual de la Vida — la ininterrumpida continuidad del ser. Éste es nuestro verdadero tesoro en la percepción absoluta y final, en la cual la bondad y perfección otorgadas por Dios constituyen nuestra herencia genuinamente sustancial. En Proverbios leemos acerca de la sabiduría divina: “Por vereda de justicia guiaré, por en medio de sendas de juicio, para hacer que los que me aman tengan su heredad, y que yo llene sus tesoros”. Prov. 8:20, 21;

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