No oramos
para que ocurran milagros,
sino para saber que el hijo amado
es libre.
Si entonces sentimos la presencia
tierna y sanadora del Amor,
un “milagro” se convierte
en realidad.
Del número de enero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana
No oramos
para que ocurran milagros,
sino para saber que el hijo amado
es libre.
Si entonces sentimos la presencia
tierna y sanadora del Amor,
un “milagro” se convierte
en realidad.