Hace algunos años, después que la medicina material nos hubo fracasado, la Ciencia Cristiana trajo curación a nuestro hogar.
Cuando nuestra hijita tenía tres meses de edad, tuvo un fuerte resfrío. Por algún tiempo tratamos de curarla con la ayuda de médicos especialistas en niños, pero la chiquita continuó empeorando y tenía temperatura muy alta. Fue entonces que decidimos hospitalizarla. Allí la examinaron y le tomaron una radiografía, y el caso fue diagnosticado como tuberculosis. Se nos dijo que un bebé tan enfermo como ella tal vez no podría recuperarse.
Nunca estaré lo suficientemente agradecida a la amiga que me pidió que probara la Ciencia Cristiana. Me presentó a una practicista. El bebé todavía estaba en el hospital, y recibí una llamada telefónica imformándome que se estaba muriendo. Decidí llevarla a casa. Cuando llegué al hospital, mostraba pocas señales de vida. Llamé a la practicista de Ciencia Cristiana y le conté lo que me habían dicho. Su respuesta estaba llena de confianza en el poder de Dios para cuidar de Su propia criatura. Esto me ayudó a disipar mi temor. La practicista comenzó a orar para el bebé.
Mientras tanto, yo había leído sólo unas pocas páginas de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Las únicas palabras que podía recordar eran del primer párrafo del capítulo primero, titulado “La Oración”. Dice así (pág. 1): “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles, — un entendimiento espiritual de Él, un amor abnegado”. Que “todas las cosas son posibles para Dios”, pareció predominar en mis pensamientos.
Poco después de traer la niña a casa, comenzó a mejorar. Al tercer día ya no tenía fiebre, y en unos pocos meses sanó completamente.
También estoy agradecida por curaciones instantáneas que tuvo más adelante, como la de supuración en los oídos, períodos de debilidad, y una completa paralización de las piernas. En cada caso las curaciones ocurrieron antes de dejar la oficina de la practicista.
Baltimore, Maryland, E.U.A.
