El Científico Cristiano que trata de encarar los problemas que amenazan a la humanidad, puede verse enfrentado por dos trampas diferentes. Una de ellas podría llamarse superficialidad teológica — echar a un lado con actitud despreocupada las condiciones perturbadoras diciendo: “Oh, eso no es real, no es nada, porque Dios no creó el mal. ¿Por qué preocuparse?”
La otra podría ser un sincero desconcierto; una sensación de agobio ante las embestidas de la adversidad y del desastre. “Los problemas son muy grandes y muy complejos”, diría tal manera de pensar. “No los comprendo, de manera que sólo haré con mi vida lo que pueda, y esperaré lo mejor”.
El lector, sin duda, ve la falacia de ambas respuestas. Analicemos la primera. Es verdad que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) enseña que Dios, el bien, lo es Todo, y que, por consiguiente, el mal es irreal. Cualquier problema, entonces — ya sea que se presente como enfermedad, animadversión personal, opresión nacional, tensión étnica, dominación política, violencia o desastres debidos a las fuerzas de la naturaleza — siempre puede ser reducido en el pensamiento a su inherente nada y falta de poder. Éste es, por cierto, el método científico e infalible de destruir el mal. Mary Baker Eddy descubrió este método y lo reveló en el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Toda curación incluye un discernimiento de la hipotética naturaleza del error.
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