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Enfrentemos los problemas mundiales con comprensión espiritual

Del número de noviembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Científico Cristiano que trata de encarar los problemas que amenazan a la humanidad, puede verse enfrentado por dos trampas diferentes. Una de ellas podría llamarse superficialidad teológica — echar a un lado con actitud despreocupada las condiciones perturbadoras diciendo: “Oh, eso no es real, no es nada, porque Dios no creó el mal. ¿Por qué preocuparse?”

La otra podría ser un sincero desconcierto; una sensación de agobio ante las embestidas de la adversidad y del desastre. “Los problemas son muy grandes y muy complejos”, diría tal manera de pensar. “No los comprendo, de manera que sólo haré con mi vida lo que pueda, y esperaré lo mejor”.

El lector, sin duda, ve la falacia de ambas respuestas. Analicemos la primera. Es verdad que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) enseña que Dios, el bien, lo es Todo, y que, por consiguiente, el mal es irreal. Cualquier problema, entonces — ya sea que se presente como enfermedad, animadversión personal, opresión nacional, tensión étnica, dominación política, violencia o desastres debidos a las fuerzas de la naturaleza — siempre puede ser reducido en el pensamiento a su inherente nada y falta de poder. Éste es, por cierto, el método científico e infalible de destruir el mal. Mary Baker Eddy descubrió este método y lo reveló en el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Toda curación incluye un discernimiento de la hipotética naturaleza del error.

Sin embargo, para hacer frente como es debido a los ataques del error que nos presenta el ahora — o el mañana — necesitamos algo más que una fácil declaración de verdades abstractas. Cuanto más agresivas y complicadas sean las manifestaciones del mal que surjan en nuestro siglo, tanto más alerta debemos estar en cuanto a los modos en que el error opera; tanto más profundo debe ser nuestro análisis y más plena nuestra comprensión de la Verdad. Y, por sobre todo, necesitamos aplicar más penetrantemente a las equivocaciones específicas de los sentidos materiales los hechos específicos de la Ciencia, que las disuelven. La Sra. Eddy, que fundó la Ciencia Cristiana, escribe: “La enfermedad y el pecado aparecen hoy en formas más astutas que ayer. Progresan y se multiplicarán alcanzando formas peores, hasta que se comprenda que la enfermedad y el pecado son irreales, desconocidos para la Verdad, y nunca personas verdaderas o hechos reales”.No y Sí, pág. 31;

En el curso del progreso moral y espiritual de la humanidad, tanto el bien como el mal han adquirido nuevas dimensiones. La mente carnal, encolerizándose ante el surgimiento de la Ciencia del Cristo en esta época y resistiendo la inevitable destrucción del mal que pronostica, evoca formas de error más descaradas y complejas. Estas nuevas fases surgen de las profundidades más recónditas del pensamiento mortal y tienden a adormecer a la gente o a engañarla. A menudo los errores están de por sí ocultos, y los individuos y las naciones, ignorando la índole mental de los disturbios que están ocurriendo, caen presas de ellos.

La magnitud de las amenazas del Goliat del siglo veinte — aniquilación nuclear, deterioro global del ambiente, desintegración económica, creación de sociedades totalitarias mediante manipulación genética — no es el único desafío que se nos presenta. La sutileza con que las fuerzas malévolas parecen operar es una amenaza igualmente desafiante.

Esta sutileza podría manifestarse de diferentes maneras. Por ejemplo, en la atracción de un número cada vez mayor de gente hacia drogas esclavizantes, presentándolas como una fuente de “expansión para la mente”. O en el creciente interés — mostrado no sólo por parte de médicos sino también de religiosos — de manipular la mente humana como un medio de ayuda terapéutica. O en la insidiosa sugestión de la mente mortal de que un relajamiento de las normas morales conduce a la “libertad” y a la “liberación”. Hasta la creencia en boga de que lo complejo de la situación contraviene a la solución, es un medio artero para desalentarnos y sumirnos en la impotencia.

Se necesita un mayor reconocimiento espiritual para detectar y desarraigar las nuevas fases del mal; pero no tenemos por qué sentirnos mentalmente hundidos. Tenemos ahora mayor comprensión espiritual de la que tuvieron previas generaciones, y mucho más de la que ya hemos puesto en práctica para satisfacer las necesidades del mundo. La profecía bíblica y científicamente cristiana nos dice que el mal se ha desatado, no porque ignoramos la Verdad, sino porque la Ciencia ha venido al mundo y nosotros la conocemos.

Vemos entonces que al reconocer nuestro lugar en el cumplimiento de la profecía podemos profundizar nuestro estudio de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy con mayor fervor. Podemos aprender a aplicar sus verdades con precisión y dirección, como nos lo insta a hacer una de las primeras epístolas cristianas: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado.. .” 2 Tim. 2: 15; O como la traducción de James Moffatt lo expresa: “Haz todo lo posible para mostrarle a Dios que por lo menos tú eres un obrero aprobado, que no tienes por qué avergonzarte de la manera en que usas la palabra de la Verdad”.

Por sobre todo, podemos ampliar nuestros móviles espirituales, esforzándonos por demostrar la Ciencia no sólo en procura de alivio personal o de paz de espíritu sino para hacer nuestra parte en la destrucción del mal colectivo, universal, cualquiera sea la forma o fase que asuma. Al ampliar el blanco de nuestro trabajo metafísico, ayudamos a los demás y nos ayudamos a nosotros mismos.

Tuve una prueba maravillosa de esto en cierta ocasión en que me vi enfrentada por dolorosos síntomas de intoxicación alimenticia. Durante más de una semana oré diligentemente para ver la irrealidad de la condición física. Como la molestia no cedía me sentí desconcertada y pedí a Dios una respuesta. La palabra “contaminación” me vino de inmediato al pensamiento, y fue entonces que recordé haber leído un largo relato de una crisis ambiental en el estado de Michigan, donde el uso en la agricultura del producto químico PBB había infestado al ganado, contaminado la leche y causado daño a la gente.

Ahora bien, yo no había estado en ningún lugar cercano a Michigan y no había relación aparente entre esa crisis y mi dificultad física. Pero sí me di cuenta de cuán sutilmente la creencia de contaminación se había infiltrado en mi pensamiento. Empecé a orar nuevamente. Pero ahora, en lugar de concentrarme en mi propia angustia, enfoqué la creencia colectiva de contaminación afirmando con energía la existencia de una sola consciencia universal, la Mente divina y única, la cual jamás podía ser contaminada por el mal. Declaré la estructura espiritual — no química — del hombre, y negué el poder de la mente mortal para afligir a la humanidad.

En el transcurso de una hora todos los síntomas de la enfermedad desaparecieron. No sólo estaba yo bien, sino que supe que, aunque en ínfimo grado, la creencia universal en contaminación química, había disminuido.

No tenemos por qué ser superficiales ante las seducciones del error ni tampoco ser intimidados por ellas. Nuestros tiempos turbulentos exigen una mayor agudeza espiritual, mayor desinterés y una visión más amplia de nuestra tarea. Pero las revelaciones proféticas de la Ciencia divina nos aseguran la desaparición final del sueño material. Como la Sra. Eddy lo dice: “La disolución de las creencias materiales tal vez parezca ser hambre y pestilencia, carencia y dolor, pecado, enfermedad y muerte, asumiendo nuevas fases hasta que su nada aparezca. Estas perturbaciones continuarán hasta el final del error, cuando toda la discordancia será absorbida por la Verdad espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 96.

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