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Poco después de comenzar el año escolar, la maestra de primer grado...

Del número de noviembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco después de comenzar el año escolar, la maestra de primer grado de nuestra hija llamó para decirme que la niña no respondía a las preguntas en la clase, y que parecía ser diferente de sus compañeras de clase. La maestra también pensaba que la niña tenía serios problemas de aprendizaje que le impedirían progresar normalmente en la escuela.

Después el director de la escuela me llamó para preguntarme si le permitía concertar una cita para nuestra hija con el sicólogo del colegio. Me rehusé y le expliqué que el problema sería resuelto a través del tratamiento de la Ciencia Cristiana.

Llamamos a una practicista pidiéndole ayuda y ella me hizo recordar que el cuadro de un mortal de lento aprendizaje no era la verdadera identidad de nuestra hija y que nosotros nunca deberíamos aceptar esa falsa sugestión acerca del hombre. Me alentó a vencer mi temor asegurándome que esta niña era, en realidad, la expresión misma de la inteligencia, atención, perfección y entendimiento, cualidades que se derivan de Dios. La mente mortal no tiene poder para actuar ni medio por el cual actuar, porque Dios origina toda acción. Esta acción siempre produce excelencia, puesto que tiene una fuente divina. La presencia del Cristo siempre presente revela esas cualidades divinas en nuestra vida, por lo tanto no pueden ser ignoradas ni permanecer ocultas.

Llorando, luego de una serie de desalentadoras llamadas telefónicas de la maestra, pedí nuevamente ayuda a la practicista. Ella me tranquilizó y recalcó que debíamos estar firmes e inmutables en nuestro entendimiento de que las verdades que habíamos estado afirmando desde el comienzo, eran la ley que gobernaba esta situación; y que no había sugestión falsa que pudiera influir en nosotros de ninguna manera o persuadirnos de que la Ciencia Cristiana no era eficaz. Nosotros debíamos y podíamos confiar sinceramente en las leyes espirituales que gobernaban activamente a nuestra pequeña hija.

Aquella noche, mientras humildemente trataba de lograr por medio de la oración la convicción que anularía las falsas aseveraciones de la mente mortal, el consuelo y la fortaleza del Cristo me rodearon en una nueva dimensión del Espíritu. En ese momento me di cuenta más claramente de que aquello que parecía ser un débil mortal luchando estaba en contradicción a la verdad de la identidad real de mi hija como expresión de Dios. Y Dios se expresa a Sí mismo en toda la magnificencia y el poder, toda inteligencia y excelencia. Este nuevo entendimiento ha permanecido conmigo para disipar todo temor concerniente a las aptitudes de esta niña como también las de nuestros otros hijos.

Cuando la maestra me llamó por teléfono nuevamente, ella todavía estaba muy intranquila por la falta de progreso de nuestra hija, y habló con animosidad hacia la Ciencia Cristiana. Sin embargo, finalmente comprendí que no podía preocuparme más por esa situación. Estaba tan llena de amor que únicamente sentía fortaleza y certidumbre. Me sentí impulsada a buscar la definición que la Sra. Eddy da acerca de la “inteligencia” en su libro Ciencia y Salud (pág. 588): “Sustancia; la Mente que existe de por sí y es eterna; aquello que nunca está inconsciente ni limitado”. Me sentí liberada y comprendí que la curación se había realizado. Mi oración de ahí en adelante fue afirmar que no hay resistencia a la Verdad, puesto que Dios es Todo.

Dos semanas más tarde, la maestra me llamó nuevamente. Ella estaba muy contenta por el extraordinario cambio que había ocurrido en toda la actividad escolar de nuestra pequeña — su trabajo, sus respuestas, su alegre actitud, y una nueva disposición. Ella dijo que esperaba que ese cambio para bien continuara. Con gran confianza, le aseguré que así sería. Qué agradecida me sentía yo por este sentimiento de absoluta confianza. Me detuve a pensar por unos momentos, y comprendí por qué estaba tan segura. Por supuesto, Dios se había estado expresando a Sí mismo en todo momento, y nada podría jamás restringir o impedir Su manifestación.

Nuestra hija ha continuado progresando rápidamente. Ella, también, se da cuenta de que lo ocurrido fue debido a un entendimiento más puro de Dios — su verdadero Padre-Madre. Todavía me sigue hablando la maestra, pero son siempre buenas noticias acerca de algún nuevo triunfo o logro. Es tan hermoso descubrir que el progreso es interminable y que es una posibilidad presente para todos cuando aprendemos más de la bondad de Dios a través de la Ciencia Cristiana.


Yo soy Julie, la hija de quien mi madre escribe este testimonio.

Al principio tenía problemas en la escuela, pero cuando recurrimos a Dios en busca de ayuda, mi maestra me dijo que yo era una super estrella. Aprendimos que Dios es nuestro verdadero Padre-Madre y que yo soy Su hija perfecta.

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