Poco después de comenzar el año escolar, la maestra de primer grado de nuestra hija llamó para decirme que la niña no respondía a las preguntas en la clase, y que parecía ser diferente de sus compañeras de clase. La maestra también pensaba que la niña tenía serios problemas de aprendizaje que le impedirían progresar normalmente en la escuela.
Después el director de la escuela me llamó para preguntarme si le permitía concertar una cita para nuestra hija con el sicólogo del colegio. Me rehusé y le expliqué que el problema sería resuelto a través del tratamiento de la Ciencia Cristiana.
Llamamos a una practicista pidiéndole ayuda y ella me hizo recordar que el cuadro de un mortal de lento aprendizaje no era la verdadera identidad de nuestra hija y que nosotros nunca deberíamos aceptar esa falsa sugestión acerca del hombre. Me alentó a vencer mi temor asegurándome que esta niña era, en realidad, la expresión misma de la inteligencia, atención, perfección y entendimiento, cualidades que se derivan de Dios. La mente mortal no tiene poder para actuar ni medio por el cual actuar, porque Dios origina toda acción. Esta acción siempre produce excelencia, puesto que tiene una fuente divina. La presencia del Cristo siempre presente revela esas cualidades divinas en nuestra vida, por lo tanto no pueden ser ignoradas ni permanecer ocultas.
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