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La gracia de Dios invierte la caída en desgracia de Adán

Del número de noviembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nada es más precioso para la humanidad que la gracia de Dios. La gracia divina es la acción del brillo refulgente del abundante e imparcial amor de Dios por Su creación. Sentimos los efectos de esta gracia a medida que ella penetra el sueño de Adán de que hay vida en la materia y disipa la ignorancia y las falsas creencias, sanando así las discordancias que de ellas resultan.

La gracia de Dios llega a la humanidad a través del Cristo. La idea verdadera de Dios alcanza el pensamiento y lo eleva por encima de la creencia mortal, llevándolo al reconocimiento del ser verdadero e inmortal, al entendimiento de que el hombre real es completamente espiritual y espiritualmente completo, gobernado en perfecta armonía por la ley divina.

Los mortales carecen de poder para elevarse por sí solos por sobre la creencia terrenal al entendimiento celestial. Para ello se requiere algo más que la inteligencia humana. Dios, la Mente divina, por medio de Su gracia misericordiosa, imparte la inspiración que nos despierta de la desgracia de creer que la vida es mortal y material y que está separada del Espíritu divino, y nos lleva a la consciencia de nuestro ser verdadero a semejanza perfecta del Amor inmortal.

La gracia de Dios es universal e imparcial. Es la evidencia por siempre a nuestro alcance de la presencia del Amor divino haciendo posible para la humanidad percibir el “pronto auxilio” Salmo 46:1; de Dios en las tribulaciones, cualesquiera que éstas sean. Si nuestras dificultades han de atribuirse a la ignorancia o a nuestra falta de fe en el poder y la presencia de Dios o a nuestra falta de comprensión de éstos, o si son causadas por una voluntariosa desobediencia a la ley divina, o si aparentemente nos son impuestas por error o malicia de otros, aun así la gracia de Dios es suficiente para salvarnos y sanarnos. Ya sea que, de acuerdo con el juicio humano, merezcamos o no el auxilio divino, podemos confiar en que Dios, por medio de Su gracia inefable, siempre está pronto a elevar nuestro pensamiento y a restaurar en nosotros, sin reproche ni condenación, nuestra verdadera comprensión de la Vida divina y la armonía.

La alegoría bíblica de Adán tipifica la historia irreal del hombre mortal. Describe el destino de la falsa imagen del hombre con su presumida existencia en la materia, en lugar de su existencia en Dios, el Espíritu. Esta imagen onírica mitológica del hombre pecador y corpóreo inevitablemente se deteriora y se excluye a sí misma del cielo, o sea, de la armonía. En este sueño adámico los mortales caen en un lamentable estado de degradación en el cual quedan reducidos a comer, podría decirse, las desagradables algarrobas de la materia, como las deseaba comer el hijo pródigo de la parábola de Cristo Jesús. Ver Lucas 15:11–24;

Sin embargo, ese estado de desgracia en que hombres y mujeres caen cuando se alejan, por ignorancia o a sabiendas, de la morada del Padre divino (la verdadera consciencia de la totalidad del Amor divino) y aceptan equivocadamente la teoría de que la inteligencia y la sustancia son materiales, se puede invertir. En la proporción en que vuelven a reconocer la presencia de la idea espiritual y verdadera de la Vida divina, van comprendiendo progresivamente la dignidad de su condición normal como hijos de Dios. Serán revestidos con el mejor ropaje de la consciencia espiritual y recibirán un anillo para su dedo: el símbolo del honor y de un precioso parentesco.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Mediante su percepción del opuesto espiritual de la materialidad, o sea, el camino por Cristo, la Verdad, el hombre volverá a abrir con la llave de la Ciencia divina las puertas del Paraíso, que las creencias humanas han cerrado, y se encontrará no como hombre caído, sino erguido, puro y libre, no necesitando consultar los almanaques para enterarse de las probabilidades de su vida o del tiempo, ni necesitando estudiar el cerebro para saber hasta qué punto realmente es hombre”.Ciencia y Salud, pág. 171;

La magnanimidad de la gracia de Dios quedó vívidamente ilustrada en la venida de Cristo Jesús a un mundo que podría haberse considerado en gran manera no merecedor de ello. Comparativamente pocos estaban espiritualmente preparados para aceptar el inmenso significado de su venida y de su mensaje del Amor divino, pero muchos fueron bendecidos. La Sra. Eddy dice: “El Hijo de la Virgen madre reveló el remedio para Adam, o el error.. .” ibid., pág. 534; El Maestro presentó al hombre ideal como el hijo bienamado de Dios, la progenie del Espíritu, no de la materia; la expresión del Alma, no de los sentidos; la manifestación de la Vida divina y eterna, no de la existencia mortal y finita que hoy está aquí sólo para desaparecer mañana. Y demostró lo que enseñó al destruir las discordancias y las limitaciones, y aun la muerte.

La carrera de Jesús fue un magnífico ejemplo del amor de Dios por el mundo. Su propósito fue despertar a la humanidad del sueño de Adán según el cual el hombre es mortal y finito, y llevarla al reconocimiento de que el ser verdadero es impecable, espiritual y armonioso. Jesús invariablemente insistió en que estaba haciendo la voluntad de Dios, y atribuyó a Dios la autoría de todas sus grandes obras de curación. Dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Juan 5:17.

La influencia llena de gracia del Maestro continúa hoy en día. La Ciencia Cristiana está predicando nuevamente su mensaje a la humanidad, instando a los hombres a abandonar las creencias materialistas que fueron la causa de la caída en desgracia de Adán y a aceptar la revelación, dada por el Cristo, de que la vida está en Dios, el Espíritu, no en la materia. La Ciencia aboga por la aceptación de las normas y valores enunciados por Jesús en su Sermón del Monte, y enseña cómo esta aceptación se manifiesta en la demostración de la completa suficiencia de la gracia de Dios para mantenernos en Su camino.

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