Nada es más precioso para la humanidad que la gracia de Dios. La gracia divina es la acción del brillo refulgente del abundante e imparcial amor de Dios por Su creación. Sentimos los efectos de esta gracia a medida que ella penetra el sueño de Adán de que hay vida en la materia y disipa la ignorancia y las falsas creencias, sanando así las discordancias que de ellas resultan.
La gracia de Dios llega a la humanidad a través del Cristo. La idea verdadera de Dios alcanza el pensamiento y lo eleva por encima de la creencia mortal, llevándolo al reconocimiento del ser verdadero e inmortal, al entendimiento de que el hombre real es completamente espiritual y espiritualmente completo, gobernado en perfecta armonía por la ley divina.
Los mortales carecen de poder para elevarse por sí solos por sobre la creencia terrenal al entendimiento celestial. Para ello se requiere algo más que la inteligencia humana. Dios, la Mente divina, por medio de Su gracia misericordiosa, imparte la inspiración que nos despierta de la desgracia de creer que la vida es mortal y material y que está separada del Espíritu divino, y nos lleva a la consciencia de nuestro ser verdadero a semejanza perfecta del Amor inmortal.
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