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Vote — guiado por Dios

Del número de noviembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La inquietud que se siente en el día de las elecciones — el aguijón de la duda acerca de por quién votar, o hasta si debemos o no votar — muestra la falibilidad del razonamiento humano que no recurre a la dirección de la sabiduría divina. Sin embargo, la respuesta a tales inquietudes no es la de prescindir de nuestro derecho a votar, sino la de usar este derecho inteligentemente, guiado por Dios — con la orientación y dirección del Padre, que es del todo sabio. La Biblia nos insta: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Prov. 3:5, 6;

La Ciencia Cristiana explica que la ayuda de Dios no está limitada a la curación de enfermedades y pecados. Su cuidado abarca todos los aspectos de nuestra vida. Como Mente divina, Dios es una ayuda pronta y hábil en momentos de tomar decisiones. Invocamos la ayuda de Dios cuando reconocemos que Él es la fuente e impulso de todo buen pensamiento que llamamos nuestro. Nuestro deseo mismo de hacer la elección correcta, viene de Él. La inteligencia de pensar con independencia, la habilidad de elegir con discernimiento, la integridad de proceder desinteresadamente — todo ello evidencia la actividad de la voluntad de la Mente, que se expresa en nosotros y mediante nosotros. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filip. 2:13; Las palabras de Pablo identifican la actividad del Cristo, la manifestación de Dios, en nuestra vida humana.

El derecho del votante a depositar un solo voto — el suyo — señala una verdad espiritual fundamental. Nuestra singularidad y distinción — no existe otra persona que sea exactamente igual a usted — están formadas y preservadas en la individualidad del ser de Dios. Somos nuestro “yo” inimitable, porque Él es el Ser infinito, sin igual. La Sra. Eddy declara: “La consciencia y la individualidad del hombre espiritual son reflejos de Dios. Son las emanaciones de Aquel que es la Vida, la Verdad y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 336; Al reconocer que Dios es la fuente de nuestra individualidad, apreciamos la oportunidad que provee nuestro voto único de expresar el derecho individual de autogobierno, sujeto solamente a la dirección de Dios.

Con la ayuda de Dios, un votante puede proteger la independencia de su voto contra la indebida influencia de los demás. La propaganda política es práctica legal en la campaña política y, en muchos países, también la solicitación directa de votos. Pero un votante no tiene por qué someterse a una avalancha de propaganda engañosa u opiniones intrusas. Puede afirmar que la Mente divina es la única influencia verdadera en su vida. Puede identificarse con las palabras de la Sra. Eddy: “Quien se resista a ser influido por alguna mente que no sea la Mente divina, encomienda su camino a Dios, y se eleva por encima de sugestiones de origen maligno”.Escritos Misceláneos, pág. 113; El rechazo de un votante a renunciar a su derecho divinamente otorgado de pensar y actuar por sí mismo, expresa la naturaleza inviolable de su verdadera individualidad en la Mente.

Por supuesto, un votante puede reunir la información que necesita sin ser influido adversamente. Los miembros de su familia, y amigos confiables, pueden serle de ayuda al hablar del tema, y los medios informativos usados inteligentemente pueden ayudarlo a pesar los pros y los contras de los puntos de vista de cada candidato. Pero bien mirado, la única fuente de información completamente confiable a la cual podemos recurrir en busca de dirección, es Dios. ¿Podemos esperar que el análisis personal y los consejos personales, por muy acertados que sean, de columnistas o comentaristas, o de nuestro cónyuge, o de nuestros vecinos o compañeros de trabajo, igualen o sobrepasen la sabiduría y dirección de la Mente omnisapiente? ¿Por qué entonces tratar de delegar a otro lo que necesariamente es nuestro deber ineludible hacer, esto es, reflejar la Mente divina individualmente?

Si, por otra parte, somos nosotros quienes nos inclinamos a decirle a otros por quién o por quiénes han de votar, ¿no es acaso un mejor curso a seguir el poner a nuestro prójimo bajo el cuidado de Dios, dejándolo que aprenda por experiencia a buscar la dirección divina, como desearíamos que se hiciera con nosotros? Los puntos de vista de la Sra. Eddy sobre política, se publicaron en una columna periodística que comenzó con esta declaración: “La Sra. Mary Baker Eddy siempre ha pensado que quienes tengan derecho a votar deben hacerlo, y también que en esta materia nadie debiera tratar de dictar las acciones de otros”. citado en la obra de la Sra. Eddy, The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 276;

Desprenderse de los rígidos puntos de vista políticos abrigados por la familia y que tienden a hacer que un familiar vote por un determinado candidato puede que requiera un valor moral de alto calibre. Pero si este paso se da en obediencia a una fidelidad más elevada, a la fidelidad que le debemos a Dios, el Principio divino, que “no hace acepción de personas” Hechos 10:34; — y no como un acto de obstinada rebelión — entonces las relaciones familiares no tienen por qué enfriarse. Ninguna expresión del amor puede jamás perderse por honrar al Principio divino — el Amor mismo. A medida que cada miembro de la familia expresa libremente su inigualada individualidad como hijo de Dios, el núcleo del círculo familiar se refuerza con armoniosa diversidad unida en lugar de debilitarse por discordantes desavenencias. Entonces cada miembro estará en mejor posición para reconocer que Dios, el Padre-Madre Mente, es la cabeza de la familia y la inteligencia gobernante de cada individuo.

Formar parte de un partido político — tal como ocurre al formar parte de una familia — no elimina la necesidad de buscar la dirección divina. El votante necesita tener cuidado de no caer en la red de una manera de pensar inflexible que puede escudarse tras la bandera del partidarismo. La manera en que hayamos votado en previas elecciones no provee una pauta acertada para votar en una nueva elección. Sólo la oración renovada puede ir al paso de la marcha progresiva del propósito de Dios.

Tratar de saber cuál es la voluntad de Dios y al mismo tiempo pertenecer a un partido político no son cosas incompatibles, siempre que nuestra lealtad al Principio esté primero que nuestra lealtad a la persuasión política. Sin embargo, estemos o no afiliados a algún partido político, debemos “botar” de nuestra consciencia la estrechez de miras y la obstinación de la porfía, la justificación propia y la vanagloria, las cuales impiden la expresión de la verdadera individualidad. Entonces, en un pensamiento así purificado, por cierto que en la votación “uno con Dios es mayoría”. Liberados de esas indeseables influencias mentales descritas, podemos votar inteligentemente, libres de meras consideraciones personales o de partidismos.

La individualidad de pensamiento no ha de usarse como una excusa conveniente para eludir el asunto. Ser razonables y capaces de pensar por nosotros mismos, nos hace receptivos a la dirección de la Mente — a la expresión divina de justicia, integridad, habilidad y misericordia — y entonces nos hallamos libres para actuar según esa dirección.

Al igual que la mayoría de las mujeres de su época, la Sra. Eddy no tenía derecho a votar. Sin embargo, reconoció y llevó a la práctica el deber innato de un buen ciudadano: orar. Un miembro de la casa de la Sra. Eddy escribió acerca de ella: “En cuestiones de normas públicas, consideraba que los principios morales eran algo de la más alta importancia; el bienestar de toda la humanidad era para ella primordial, y en estos asuntos jamás fue neutral. Mediante la comunión con la Mente única, buscaba obtener en cualquier situación trascendental un claro concepto de lo que era justo y de lo que era injusto. Entonces se adhería firmemente a lo que consideraba era lo justo”. Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1966), pág. 193.

Cualquiera sea el resultado de una elección, el votante que ha depositado su voto como expresión de su individualidad definida por Dios, habrá alcanzado una victoria más elevada de lo que el procedimiento electoral puede registrar. En la intimidad de la caseta de votación habrá demostrado algo de su ser verdadero — del hombre bajo el gobierno de Dios. Y ésa es una victoria para toda la humanidad.

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