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Consuelo para los padres que creen haber fracasado

Del número de febrero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Existe el perdón para todos. No es la voluntad divina que alguien sufra de perpetua condenación o condenación de sí mismo. Dios proporciona un medio de perdón para aquellos que quebrantan los Mandamientos, revelándoles Su amor y la perfección de Su universo, y guiándolos al arrepentimiento y al abandono del pecado. A su vez, provee un medio para escapar de los sentimientos de culpabilidad para los seres humanos que sin misericordia se condenan a sí mismos por el daño que creen haber hecho a otros ya sea deliberada o inconscientemente.

“No puedo evitar culparme a mí misma”, puede decir una madre lamentándose al pensar en el hijo atribulado o en el que carece de autodisciplina. Tal vez se sienta responsable por sus impedimentos o delincuencia que atribuye a alguna lesión prenatal o natal, o piense que a ella le faltó sabiduría para criarlo. Puede ser que otra diga: “¿Cómo podré jamás perdonármelo?” al pensar en alguien que se ha lesionado a raíz de su negligencia o falta de criterio.

La autocondenación por el daño causado, o por creer habérselo causado a otro, es, a menudo, más difícil de dominar que el resentimiento que uno pueda sentir por quienes aparentemente nos han perjudicado. Sin embargo, debemos perdonarnos a nosotros mismos si es que hemos de sanar la situación.

El aferrarse al sentimiento de culpabilidad es aferrarse a la idea de que se ha perjudicado a otra persona y, por consiguiente, es perpetuar en el pensamiento la creencia de sufrimiento. Sin embargo, el propósito de Dios es guiarnos a ver la falsedad total de la infeliz situación. Nos muestra la perfección invariable de Su creación apoyada por la ley divina. De ese modo nos capacita para borrar de nuestro pensamiento las imágenes de lo ocurrido y del daño causado, y establecer en su lugar el entendimiento de la identidad verdadera, espiritual y eternamente perfecta de la persona que aparentemente ha sido perjudicada. Así ayudaremos a sanarla.

Dios es el creador universal y gobernador del universo, inclusive el hombre. Su ley de perfección es incontrovertible. Dios, el Todo-en-todo, es Amor divino, y Sus hijos Lo reflejan eternamente. Nada puede separarlos de Su amor y cuidado. Ésta es la Ciencia del ser verdadero — la Ciencia que Cristo Jesús enseñó y practicó.

La Ciencia Cristiana sostiene que en su ser verdadero y espiritual, todas las personas son invariablemente perfectas a la imagen de Dios. Ningún suceso mortal o desgracia puede tocar jamás su verdadera identidad. Todos estamos eternamente a salvo bajo Su cuidado, y todos reflejamos sin interrupción Su vida, sustancia e inteligencia incorruptibles. Ningún suceso humano o ser humano — padre, madre o cualquier otro — es capaz de dañar o destruir al hombre espiritual, o su capacidad. La creencia de que esto pueda suceder es totalmente falsa y debe ser desechada de inmediato a fin de que la Verdad pueda afirmarse en el pensamiento y sanar todo lo que necesita ser sanado.

Ninguna condición es demasiado aguda o excesivamente arraigada que no pueda sanarse. La Sra. Eddy dice alentadoramente: “Quizás un adulto tenga una deformidad, producida antes de su nacimiento por un susto de su madre. Cuando ese caso crónico se haya arrancado de la creencia humana y basado en la Ciencia o la Mente divina, a la cual todas las cosas son posibles, no es difícil de curar”.Ciencia y Salud, pág. 178;

El nacimiento físico y la vida en la materia no son la experiencia del hombre verdadero y espiritual. Los sucesos de la existencia mortal son solamente creencias y están sujetos a la mutabilidad de la creencia. Todo lo que sucede a los seres humanos, ya sea antes o después del nacimiento — causado aparentemente por enfermedad, accidente o por la negligencia, la inexperiencia o el temor de otra persona — los sucesos y sus consecuencias son meramente la objetividad del pensamiento mortal. Podemos saber que no obstante el tiempo que hayan persistido o lo penosos que sean, se desvanecerán a medida que nuestro pensamiento se eleve más en el entendimiento de la verdadera identidad espiritual. Nuestro sincero reconocimiento de que, a pesar de las apariencias, la aparente víctima, en verdad, es aún perfecta, a la semejanza de Dios, preparará el camino para la curación.

El proceso de curación tal vez requiera que nos perdonemos a nosotros mismos. No podemos reconocer la perfección de un niño o un adulto mientras nos culpemos a nosotros o a otros por ser los causantes del daño. El caso total — causa aparente y efecto aparente — debe ser “arrancado de la creencia humana y basado en la Ciencia” a fin de destruir la evidencia de lesión y revelar la armonía.

Cuando Cristo Jesús vio al ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntaron: “¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” Mas el Maestro respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:2, 3. Luego, desarraigando el caso de la creencia humana y liberando de la condenación a los padres del ciego, Jesús lo sanó y pudo ver.

Cristo Jesús es nuestro ejemplo. Su manera en que sanó este caso de ceguera congénita muestra la posibilidad de sanar en la actualidad no sólo a jóvenes que han tenido defectos físicos desde su nacimiento sino también a aquellos que muestran deficiencias mentales y de carácter.

La debilidad mental como la de carácter son tan ajenas a la creación de Dios, como lo son las discordancias físicas. Dios creó perfectos a Sus hijos, y Él los mantiene a Su imagen y semejanza. Sabiendo esto, los padres que honestamente han hecho lo mejor posible en educar a sus hijos para que obedezcan la ley divina del bien, no se condenarán a sí mismos indebidamente si sus hijos los desilusionan. Ellos los confiarán a Dios, convencidos de que Su obra debe manifestarse en toda Su creación, y al perdonarse a sí mismos ayudarán a que se efectúe la curación.

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