Existe el perdón para todos. No es la voluntad divina que alguien sufra de perpetua condenación o condenación de sí mismo. Dios proporciona un medio de perdón para aquellos que quebrantan los Mandamientos, revelándoles Su amor y la perfección de Su universo, y guiándolos al arrepentimiento y al abandono del pecado. A su vez, provee un medio para escapar de los sentimientos de culpabilidad para los seres humanos que sin misericordia se condenan a sí mismos por el daño que creen haber hecho a otros ya sea deliberada o inconscientemente.
“No puedo evitar culparme a mí misma”, puede decir una madre lamentándose al pensar en el hijo atribulado o en el que carece de autodisciplina. Tal vez se sienta responsable por sus impedimentos o delincuencia que atribuye a alguna lesión prenatal o natal, o piense que a ella le faltó sabiduría para criarlo. Puede ser que otra diga: “¿Cómo podré jamás perdonármelo?” al pensar en alguien que se ha lesionado a raíz de su negligencia o falta de criterio.
La autocondenación por el daño causado, o por creer habérselo causado a otro, es, a menudo, más difícil de dominar que el resentimiento que uno pueda sentir por quienes aparentemente nos han perjudicado. Sin embargo, debemos perdonarnos a nosotros mismos si es que hemos de sanar la situación.
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