Después de la Segunda Guerra mundial encontré a una amiga cuya manera de ser atrajo mi atención porque había cambiado: ahora expresaba más amor. Cuando le pregunté la razón del cambio, me habló de la Ciencia Cristiana. Me dio la dirección del Comité de Publicación en la ciudad en donde yo vivía entonces. Puesto que había despertado mi interés, solicité algún material informativo allí. De esta manera obtuve mi primer ejemplar de la edición alemana del Heraldo.
En ese tiempo yo no buscaba liberarme de alguna enfermedad. Buscaba — y hasta entonces, en vano — una religión o filosofía por medio de la cual yo pudiera amar a Dios más inteligentemente. El estudio de la Ciencia Cristiana satisfizo mis anhelos y esperanzas, y me dio la respuesta a todas las preguntas que durante años me había estado haciendo. He llegado a comprender que Dios es “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, como lo enseña la Biblia (Salmo 46:1). Nunca dejaré de estar agradecida a Él por haberme guiado a la Ciencia Cristiana. También considero una gran bendición el que mi esposo también recurrió a esta Ciencia. Él ha tenido curaciones físicas y ha encontrado soluciones, por medio de la oración, a dificultades en el trabajo.
A través de los años han sido resueltos muchos problemas, y, aunque mi progreso fue lento, siempre he encontrado ayuda en la medida que he reconocido a Dios como el bien, como Verdad, Vida y Amor. Sané rápidamente de una terrible jaqueca con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana. No me di cuenta de esta curación hasta que estuve sin dolor por algún tiempo. Nunca volví a sufrir de este mal. Sané de resfriados y de angina con la misma rapidez.
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