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[Original en alemán]

Después de la Segunda Guerra mundial encontré a una amiga cuya...

Del número de febrero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de la Segunda Guerra mundial encontré a una amiga cuya manera de ser atrajo mi atención porque había cambiado: ahora expresaba más amor. Cuando le pregunté la razón del cambio, me habló de la Ciencia Cristiana. Me dio la dirección del Comité de Publicación en la ciudad en donde yo vivía entonces. Puesto que había despertado mi interés, solicité algún material informativo allí. De esta manera obtuve mi primer ejemplar de la edición alemana del Heraldo.

En ese tiempo yo no buscaba liberarme de alguna enfermedad. Buscaba — y hasta entonces, en vano — una religión o filosofía por medio de la cual yo pudiera amar a Dios más inteligentemente. El estudio de la Ciencia Cristiana satisfizo mis anhelos y esperanzas, y me dio la respuesta a todas las preguntas que durante años me había estado haciendo. He llegado a comprender que Dios es “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, como lo enseña la Biblia (Salmo 46:1). Nunca dejaré de estar agradecida a Él por haberme guiado a la Ciencia Cristiana. También considero una gran bendición el que mi esposo también recurrió a esta Ciencia. Él ha tenido curaciones físicas y ha encontrado soluciones, por medio de la oración, a dificultades en el trabajo.

A través de los años han sido resueltos muchos problemas, y, aunque mi progreso fue lento, siempre he encontrado ayuda en la medida que he reconocido a Dios como el bien, como Verdad, Vida y Amor. Sané rápidamente de una terrible jaqueca con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana. No me di cuenta de esta curación hasta que estuve sin dolor por algún tiempo. Nunca volví a sufrir de este mal. Sané de resfriados y de angina con la misma rapidez.

Sané también de una quemadura causada por agua hirviendo al entender y afirmar que la materia no puede tener dolor y que yo moro en el Amor divino aquí y ahora. Este pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy vino a mi memoria (pág. 385): “Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”. El dolor disminuyó, y en poco tiempo las manchas rojas y las ampollas habían desaparecido.

Por medio de una clara comprensión de Dios y del hombre, aprendí a reconocer la diferencia entre una oración en la cual le suplicaba a Dios que hiciera algo por mí, y la oración de comprensión espiritual confiando en que el bien siempre está disponible, aquí y ahora; Dios siempre está presente.

Desde que me recuerdo, siempre había sentido gran temor al tener que presentarme frente al público. Cuando tuve la oportunidad de ejecutar el acompañamiento de los himnos que se cantaron durante la instrucción en clase, sentí otra vez gran timidez. Pero el temor no podía dominarme en el ambiente de la Verdad que nos rodeaba en clase. Mi temor desapareció. Desde entonces he estado completamente libre de él, y he podido responder a lo que se me pide sin ninguna clase de inhibiciones.

Durante muchos años me había angustiado la preocupación acerca de nuestra pensión de ancianidad, ya que a causa de la guerra habíamos perdido todo lo que habría garantizado suficiente seguridad durante nuestros años de jubilación. Llegué a comprender que la verdadera sustancia es espiritual. El hijo amado de Dios tiene sustancia verdadera; Dios es el origen de la provisión, y Su abundancia siempre está disponible para Su hijo — el hombre refleja la abundancia de ideas espirituales. Todo cambió en forma inesperada, y ahora miro hacia el futuro con felicidad y gratitud.


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