Es indudable que sí. Y la clave para esta demostración es tener un concepto correcto del hombre: comprender su naturaleza, origen, motivación y propósito. Este concepto verdadero es espiritual.
Los Diez Mandamientos asentados por Moisés son la base de la ética y-la moral. Divinamente inspirados, estos mandamientos constituyen el fundamento de la ley esclarecida y el orden moral. Su inequívoca declaración del monoteísmo — que hay un solo Dios y que Él es supremo — establece el criterio a seguir para toda conducta ética y moral.
Cristo Jesús dijo claramente que sus enseñanzas apoyaban la ley. Al revelar la totalidad y perfección del ser del hombre, Jesús cumplió con el verdadero propósito de la ley. El Apóstol Pablo rindió tributo a la ley espiritual cuando dijo: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Rom. 8:2;
Los esfuerzos por legislar la ética y la moral no han dado resultados definidos. El cohecho, la conducta contraria a los cánones profesionales, el robo, el ofrecer ventajas a ciertas organizaciones a cambio de dinero u otras garantías, no son poco comunes. Incluso los límites de velocidad en los reglamentos del tránsito, tan obviamente necesarios para la protección humana, se ven excedidos con frecuencia por quienes se rehusan a obedecerlos. Pese a que se da por sentado que la ética es absolutamente necesaria para la estabilidad y el progreso de la sociedad, el comportamiento contrario a la ética continúa. Las consecuencias caóticas del desorden son obvias.
Pese al mandamiento “No cometerás adulterio”, Éx. 20:14; la prostitución y otras formas de perversión sexual, incluyendo la homosexualidad, son una plaga social. En algunos países existen disposiciones que las prohiben, no obstante, continúan existiendo.
¿Por qué?
Debido a una interpretación errónea de la naturaleza del hombre. El fracaso puede imputarse directamente a un concepto mortal. Hombres y mujeres aceptan la creencia de que poseen tendencias que no pueden controlar pese a la educación, la ley moral, las restricciones legales, la persuasión religiosa y la razón. Los mortales se creen sujetos a influencias biológicas establecidas, a condiciones materiales, leyes genéticas y fuerzas hereditarias. Se creen dominados por las necesidades y las demandas del cuerpo y por la perpetua búsqueda de placer y goce en la materia. Por lo tanto, a menudo se encuentran bajo su dominio. Intereses comerciales, y a veces intereses criminales, aprovechan estas debilidades con seductoras invitaciones a la satisfacción, la distinción, el gusto, el refinamiento, e incluso con una falsa promesa de libertad y dominio. Nada dicen de la esclavitud impuesta por su aceptación desenfrenada.
Para el orgullo de los mortales y para la voluntad humana las restricciones parecen coartar la libertad, el derecho a la propia expresión y la necesidad de satisfacer las pasiones, deseos y ambiciones personales, aun cuando poco importe lo que ello pueda afectar a otros. Pero las Escrituras atribuyen a Dios, el Espíritu, el papel de creador. El hombre es presentado como la imagen de Dios. Esto significa que el hombre debe de ser espiritual, no material. Y en esto reside la base del enorme potencial de la humanidad para el progreso ético y moral. Un entendimiento de la naturaleza inmortal del hombre permite demostrar una ética y una moral más elevadas.
La evaluación espiritual y correcta de la identidad del hombre demuestra que éste no se encuentra sujeto a seducciones sensuales ni tradiciones mortales, sino que está humildemente subordinado sólo a su Hacedor. La desmoralización, el enviciamiento y la frustración son desconocidos para el hombre que Dios ha creado. Su gozo no proviene de la materia, sino que se encuentra en el Alma, Dios, y es parte natural de la herencia espiritual del hombre. La libertad no es frágil, sino genuina, expansiva, perdurable. El dominio del hombre no se puede pervertir, pues ennoblece, purifica y eleva. El potencial verdadero del hombre es infinito.
Esto no es un idealismo carente de sentido práctico. Las verdades espirituales son demostrables en la experiencia de todos los hombres. La demostración comienza con el honesto reconocimiento de la realidad de lo espiritual y la engañosa irrealidad de lo material, y con la aceptación de la norma expresada por Cristo Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48; Ésta es una norma básica en la Ciencia Cristiana.
Christian Science (crischan sáiens) Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice: “El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta, — Dios perfecto y hombre perfecto,— como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 259;
En la proporción en que reconocemos esta verdad espiritual podemos descartar nociones preconcebidas respecto a las flaquezas mortales y comenzar a comprobar que nuestro potencial para demostrar una ética y una moral más elevadas no tiene límites. Debemos admitir que la naturaleza mortal no es la verdadera, que Dios ha dotado al hombre con pureza e inteligencia y que éstas son demostrables y susceptibles de ser traídas a nuestra experiencia, aquí y ahora, por medio de una devota dependencia de Dios.
Cuando nos alejamos con repulsión de las tendencias engañosas e hipócritas, las circunstancias humanas van perdiendo su poder para tentarnos. Al dejar de buscar la felicidad en el cuerpo, las influencias degradantes de la existencia mortal dejan de impresionarnos. La obediencia a la ley moral y espiritual comienza de manera natural a formar parte del comportamiento humano.
¿Por qué? Porque el reconocimiento devoto de que la justicia, la pureza y la obediencia son inherentes al hombre creado por Dios, resulta en que estas cualidades se tornen vitales para nosotros.
No basta con declarar que somos hijos de Dios. Tenemos que comprender lo que esto significa. Como es el Padre, así es el hijo; como es la causa, así es el efecto. Jesús razonó persuasivamente a este respecto: “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas”. Lucas 6:44; Tenemos que conocer a Dios como el Principio divino de todo el ser y del universo. Esto requiere la devota apreciación de lo que constituye la naturaleza del Principio.
El Principio no es una entidad fría. No es una autoridad despiadada. El Principio es Amor. Ambos términos son sinónimos de Dios. Y por cuanto el Amor es Principio, es inmutable e inagotable.
Y el hombre es la imagen misma del Amor. Expresa la fuerza del Principio juntamente con la ternura del Amor. Nuestra tarea consiste en reconocer el origen divino del ser del hombre, devotamente admitir que es inherente a nuestra individualidad y luego vivir de acuerdo con este modelo. Así aprendemos a amar las cualidades divinas y a desechar las falsas.
La norma de la perfección puede perfilarse como enormemente difícil en un comienzo. Bien puede parecernos no sólo carente de sentido práctico, sino imposible. Esto se debe sólo a que el testimonio de los sentidos materiales continúa afirmando que el hombre es falible. Se necesita paciencia y persistencia para demostrar la verdad del ser del hombre. Así como se necesita de paciencia y persistencia para criar una familia, obtener una educación, perfeccionar una habilidad artística o ganarse el sustento.
¿Qué elegiremos? ¿Andar a la deriva entre los conceptos mortales erróneos, o reconocer el potencial ilimitado del hombre como Dios lo conoce?
La coerción por sí sola no aporta la solución correcta, como claramente lo prueban las infracciones a las leyes vigentes. Pero el entendimiento espiritual y el anhelo espiritual pueden aportar, y aportarán, la solución. La gran necesidad es progresar en nuestra comprensión de la naturaleza y el carácter de lo Divino, de modo que descubramos que Dios no sólo es conocible sino que está siempre a nuestro alcance para ayudarnos a demostrar Su poder curativo y regenerador.
El anhelo espiritual es inherente a toda consciencia humana: es el hambre y la sed de satisfacción espiritual, el corazón anhelando paz, pureza, armonía y bondad. El anhelo espiritual se cultiva mediante la oración que nace de la abnegación propia: la afirmación diaria y silenciosa de nuestra coexistencia con Dios y la sincera y honesta negación de las pretensiones de la existencia mortal.
La Sra. Eddy escribe: “Dios es el creador del hombre y, puesto que permanece perfecto este Principio divino del hombre, la idea divina o el reflejo divino, es decir el hombre, permanece perfecto también. El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 470. He aquí la declaración de la naturaleza inmortal del hombre. Por ser el antípoda mismo del concepto mortal erróneo que la humanidad tiende a aceptar, el concepto verdadero sigue siendo la clave para la demostración de una ética y una moral más elevadas. Comprender esto y continuar cultivando el anhelo espiritual de expresarlo significa poner fin a la frustración y el desencanto humanos y realizar progresivamente el inagotable potencial espiritual del hombre.
Tú encargaste
que sean muy guardados tus mandamientos.
Con todo mi corazón
te he buscado; no me dejes
desviarme de tus mandamientos.
Salmo 119:4, 10
