Todos buscan lo que creen que es el bien. El delincuente cree que obtiene algo bueno con su delito y el hombre justo cree que lo obtiene por sus buenas obras. El empeño de todas las religiones, de la educación, la industria y la medicina es hacer el bien a la raza humana. Sin embargo, ¡qué efímero y variable es el concepto del bien que tiene la humanidad! ¡Qué insegura su posesión del bien, y qué vanos sus esfuerzos!
No ocurrió así con el Maestro. Cristo Jesús hablaba con autoridad. Actuaba con dominio. Sanaba con seguridad. Y dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Juan 8:31; Y agregó: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. 14:12; Detrás de su obra había un Principio invariable, una Ciencia poderosa. Cristo Jesús predijo la continuidad de su ministerio, la ampliación de su alcance, la universalidad de su aceptación final y la absoluta destrucción del mal.
Refiriéndose al segundo advenimiento de la verdad que enseñó y vivió, dijo que sería el Consolador el que traería a la humanidad la revelación completa que en ese entonces no estaba preparada para recibir, y advirtió a todos que debían estar alerta. Prometió que la humanidad podía experimentar ahora mismo el reino de los cielos y acentuó la necesidad de una estricta y fiel obediencia a los Diez Mandamientos y a los preceptos cristianos que él expuso.
El Científico Cristiano tiene la certeza de que el segundo advenimiento ya ha llegado y que fue señalado por el descubrimiento de la Ciencia Cristiana en 1866, por Mary Baker Eddy — descubrimiento de la Ciencia en que se basaban las palabras y las obras del Maestro.
¿Qué es esta Ciencia? ¿Qué nos exige a todos nosotros? ¿Qué hace?
La Ciencia Cristiana es la revelación de que sólo hay una realidad del ser, a saber, la espiritual — un Ego, o Principio divino, un Dios expresándose eternamente a Sí mismo en incontables ideas espirituales. Dios es el actor. Él es el que se expresa, y el hombre es el reflejo de la acción de Dios.
En la demostración de esta relación divina la Ciencia Cristiana exige abnegación, en virtud de la cual lo humano cede paso a paso a lo divino, y el sentido material cede al sentido espiritual. La Ciencia nos exige que abandonemos la creencia de que nacimos en la materia y que la muerte nos sacará de ella. La muerte no es un puente hacia la Vida. La creencia en la muerte no es más provechosa que la creencia en la enfermedad. Sin embargo, el Científico Cristiano que resuelve un problema de enfermedad y reclama su curación emerge de la creencia siendo un mejor Científico Cristiano, un metafísico más esclarecido y un pensador más profundo. Del mismo modo, el Científico Cristiano cabal despierta del sueño de la muerte con un sentido más pleno de la Vida, una percepción más elevada de la Verdad.
La mente mortal debe renunciar a sus días de nacimiento y a sus días de muerte, y abandonar sus creencias en la herencia, el temperamento, la sensualidad, el temor, la rebelión y la ingratitud. La abnegación significa el abandono de todo lo que constituye nuestro sentido de experiencia mortal, y esto exige una vigilancia incesante. No podemos obrar desde dos posiciones distintas. Esta purificación del ser incluye el abandono de toda creencia en el mal — de toda creencia de que existe una mente aparte de Dios, una mente que tiene poder para proyectar pensamientos erróneos, manipular, mesmerizar, hipnotizar o desafiar el gobierno de Dios. El egotismo, la voluntad propia y el amor de sí mismo deben rendirse ante el único “Yo”, el Ego divino. Esto requiere humildad, y la humildad no es menosprecio de sí mismo, sino la entrega de sí mismo al único Ser, la única Mente — Dios.
En este trabajo, el reconocimiento de la Verdad necesariamente implica la negación del error, pues la afirmación de la totalidad de Dios debe ir acompañada de una convicción total. No hay lugar para transigencias. Mientras el mal arguye sus pretensiones, nunca nos encontramos en posición de poder decir: “Ahora he negado todo el error; he terminado con él. A partir de ahora sólo reconoceré la verdad y no me ocuparé de negar el error”. Esta posición no es correcta, pues necesitamos tanto la negación como el reconocimiento hasta que el error se acalle y tomemos posesión de la demostración.
Nadie puede renunciar al yo por nosotros. Nadie puede reconocer la verdad — o el error — por nosotros. Cada uno de nosotros determina lo que va a reconocer. ¿Reconoceremos el pecado, la enfermedad y la muerte; o la Vida, la Verdad y el Amor? Debe haber una negativa vigorosa del error y una aceptación positiva y gozosa de la verdad. Para alcanzar el objetivo de la demostración científica necesitamos humildad, convicción, perseverancia, tenacidad, obediencia y amor.
Ahora bien, todo esto es Ciencia, mediante la cual establecemos nuestra verdadera identidad y reclamamos así nuestra herencia individual de bien. Una herencia carece de valor hasta que la persona legítimamente establece su identidad mediante las pruebas que da.
Nuestra capacidad individual para satisfacer las exigencias de la Ciencia, renunciar al yo, reconocer la Verdad y alcanzar nuestra identidad espiritual no es un esfuerzo laborioso de una mente humana que busca mejorarse. La demostración dimana del poder irresistible de la Verdad, siempre presente y activa en la consciencia humana. La Verdad disipa la ilusión del sentido y constituye la realización del bien en nuestra vida.
¿Qué hace la Ciencia Cristiana? Hace mucho más que poner a unos pocos individuos en condiciones de adquirir un sentido seguro de bienestar humano. Con su acostumbrada bella figura de retórica, la Sra. Eddy dice así en Escritos Misceláneos: “La renuncia a todo lo que constituye el llamado hombre material, y el reconocimiento y realización de su identidad espiritual como hijo de Dios, es la Ciencia que abre las compuertas mismas del cielo; de donde fluye el bien por todos los cauces del ser, limpiando a los mortales de toda impureza, destruyendo todo sufrimiento, y demostrando la imagen y semejanza verdaderas”.Escritos Misceláneos, pág. 185;
Pensemos en esto. ¡La Ciencia ha abierto al mundo entero “las compuertas mismas del cielo”! Ha abierto la puerta de la Verdad a toda la humanidad y nadie puede cerrarla. Por ser la revelación final del único Principio divino de la curación científica, carece de competidor y no tiene igual. Incluye a toda la humanidad: a todas las razas, naciones y lenguas y a todos los individuos y situaciones. Nadie está fuera de su radio ni más allá de su alcance. Dice a toda la humanidad: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Apoc. 22:17;
El pensamiento mortal percibe y reconoce con lentitud las corrientes celestiales, pero éstas existen y son irresistibles, vigorosas y serenas. Desde el comienzo de los tiempos el río de la Verdad se ha volcado en el pensamiento humano, evidenciándose en las maravillas del Antiguo Testamento, en el ministerio del Maestro y actualmente en el descubrimiento de la Ciencia Cristiana y la fundación de su Iglesia. He aquí el Cristo, la Palabra, la actividad de Dios revelándose a Sí mismo. La Ciencia ha abierto estas compuertas del cielo y la revelación que hace Dios de Sí mismo está anegando al mundo, disipando la ilusión de la materia. Los sentidos materiales no aceptan la Ciencia porque ésta trasciende lo que ellos pueden comprender; sin embargo, la Ciencia es verdad y transforma la consciencia humana. Su bendición se siente en todas partes.
El pecado, la delincuencia y el temor latente se deben rendir ante la verdad revelada; y cada hora la mente mortal se acerca más y más a su propia destrucción. El gobierno, la política, la religión, la medicina, e incluso las condiciones atmosféricas, deben rendirse ante la armonía de la Ciencia, la realización del Principio divino, el Amor, en la consciencia humana. Las instituciones del matrimonio, el hogar, la escuela y la iglesia son elevadas, fortalecidas, purificadas y bendecidas. Esta transformación continuará hasta que se destruya toda la materia y se establezca en la tierra la realización del Amor divino, el reino de los cielos.
No debemos temer la resistencia del mundo a la Ciencia Cristiana. La Ciencia del cristianismo se está volcando en torrentes e inundaciones de bien ilimitado — de salud y armonía — ahora mismo, en todas partes, con prescindencia de que la mente mortal la esté o no aceptando actualmente. A decir verdad, la mente mortal pretende defenderse de la espiritualidad, y con tal fuerza, que parecería que los hombres, en general, estuvieran resistiéndose poderosamente a su propio bien, erigiendo un gran dique de materialismo. Sin embargo, la apatía, la indiferencia o el antagonismo manifiesto a las cosas espirituales no pueden detener a la Verdad, y la inundación del bien continuará con prescindencia de que nuestros ojos estén cerrados o abiertos, hasta que se cumpla la profecía: “La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar”. Hab. 2:14. Por conducto del descubrimiento de la Ciencia Cristiana, las compuertas están totalmente abiertas, y nada puede detener ni hacer retroceder al torrente purificador.
Humanamente hablando, ninguna inundación es agradable mientras dura. Barre con todos los escombros que encuentra en su camino, sobrepasa barreras, destruye obstáculos y deja tras de sí el caos. Sin embargo, las inundaciones del cielo sólo dejan tras de sí el orden y la armonía del Cristo. La turbulencia y la agitación de nuestros días revelan que la Ciencia está expurgando todos los caminos del pensamiento humano, y he aquí, en lugar del caos, podemos ver la venida del reino de Cristo. A través de las compuertas abiertas del cielo el Consolador está demostrando a toda la humanidad la filiación del hombre con Dios — nuestra herencia de bien inconmensurable.
