Todos buscan lo que creen que es el bien. El delincuente cree que obtiene algo bueno con su delito y el hombre justo cree que lo obtiene por sus buenas obras. El empeño de todas las religiones, de la educación, la industria y la medicina es hacer el bien a la raza humana. Sin embargo, ¡qué efímero y variable es el concepto del bien que tiene la humanidad! ¡Qué insegura su posesión del bien, y qué vanos sus esfuerzos!
No ocurrió así con el Maestro. Cristo Jesús hablaba con autoridad. Actuaba con dominio. Sanaba con seguridad. Y dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Juan 8:31; Y agregó: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. 14:12; Detrás de su obra había un Principio invariable, una Ciencia poderosa. Cristo Jesús predijo la continuidad de su ministerio, la ampliación de su alcance, la universalidad de su aceptación final y la absoluta destrucción del mal.
Refiriéndose al segundo advenimiento de la verdad que enseñó y vivió, dijo que sería el Consolador el que traería a la humanidad la revelación completa que en ese entonces no estaba preparada para recibir, y advirtió a todos que debían estar alerta. Prometió que la humanidad podía experimentar ahora mismo el reino de los cielos y acentuó la necesidad de una estricta y fiel obediencia a los Diez Mandamientos y a los preceptos cristianos que él expuso.
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