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Nuestra herencia de bien inconmensurable

Del número de febrero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos buscan lo que creen que es el bien. El delincuente cree que obtiene algo bueno con su delito y el hombre justo cree que lo obtiene por sus buenas obras. El empeño de todas las religiones, de la educación, la industria y la medicina es hacer el bien a la raza humana. Sin embargo, ¡qué efímero y variable es el concepto del bien que tiene la humanidad! ¡Qué insegura su posesión del bien, y qué vanos sus esfuerzos!

No ocurrió así con el Maestro. Cristo Jesús hablaba con autoridad. Actuaba con dominio. Sanaba con seguridad. Y dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Juan 8:31; Y agregó: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. 14:12; Detrás de su obra había un Principio invariable, una Ciencia poderosa. Cristo Jesús predijo la continuidad de su ministerio, la ampliación de su alcance, la universalidad de su aceptación final y la absoluta destrucción del mal.

Refiriéndose al segundo advenimiento de la verdad que enseñó y vivió, dijo que sería el Consolador el que traería a la humanidad la revelación completa que en ese entonces no estaba preparada para recibir, y advirtió a todos que debían estar alerta. Prometió que la humanidad podía experimentar ahora mismo el reino de los cielos y acentuó la necesidad de una estricta y fiel obediencia a los Diez Mandamientos y a los preceptos cristianos que él expuso.

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