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Cristina y su visitante del verano

[Para niños]

Del número de febrero de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristina no estaba segura de que la visita de su tía iba a ser tan divertida como decía su mamá. Cristina, que acababa de pasar a segundo grado, todavía recordaba muy bien que el año anterior su tía Sara la consideraba una nena llorona y difícil de tratar.

Esta vez Cristina decidió que mostraría a su tía que ya no era una nenita — pasara lo que pasara. Pero ella no sabía que los albañiles iban a poner yeso a una pared el mismo día en que llegaba tía Sara. La pared que iban a arreglar era la del cuarto para las visitas, y eso significaba que Cristina tendría que compartir su dormitorio con su tía. “¡Oh no!” pensó Cristina.

— En tu cuarto tienes camas gemelas — dijo su mamá— así que no hay problema. Solamente coloca tu ropa en un lado del ropero y deja a tu tía dos cajones de la cómoda para sus cosas pequeñas.

Cristina iba a protestar, cuando se acordó de uno de los pasajes de la Biblia del cual habían hablado en su Escuela Dominical justamente la semana anterior. Comenzaba así: “Amaréis, pues, al extranjero”. Deut. 10:19; Tía Sara es mi tía, pensó Cristina, pero yo no la conozco muy bien, entonces, supongo que ella es una extranjera también. Tengo que hacerle sentir que es bienvenida.

—¿Qué tal me quedó esto? — le preguntó Cristina a su mamá cuando hubo terminado de mover casi todas sus chucherías de dos cajones de la cómoda.

— Muy bien — exclamó su mamá—. Por el momento lo pondremos todo en esta bolsa, y tu tía tendrá lugar para sus cosas.

Cuando llegó tía Sara había muchas actividades veraniegas. Mamá y papá, junto con Cristina y su hermano Tomás, llevaron a tía Sara a nadar en la piscina y jugaron croquet, hicieron un asado y vieron al equipo de Tomás jugar béisbol. Algunos días se quedaron en casa y tres vecinas amigas de Cristina vinieron a jugar.

Parecía que tía Sara realmente estaba divirtiéndose. Pero una noche a la hora de la cena estaba muy callada y parecía preocupada. Entonces les dijo lo que la afligía.

— Mi anillo con el diamante se ha perdido. Lo noté ayer y ya lo he buscado por todas partes.

—¡Oh, Sara! — dijo mamá—, tal vez lo guardaste en tu bolso.

— Siempre me quito los anillos en la noche y los guardo en el cajón. Ayer, después del desayuno, estaban tres amigas de Cristina jugando en el cuarto antes que yo me vistiera. ¿Crees que alguna de ellas se lo haya puesto y que se lo llevara consigo?

—¡Oh, no, tía Sara! — exclamó Cristina —. Mis amigas no harían tal cosa —. Quería llorar pero se contuvo.

— Te ayudaremos a buscarlo otra vez, — ofreció Tomás. Buscaron en el cuarto de Cristina, pero no lo encontraron.

Entonces la mamá les pidió a Cristina y a Tomás que salieran a caminar con ella. Dijo que necesitaban unos momentos de quietud — solamente los tres. Mientras caminaban, la mamá les recordó que de acuerdo con la Ciencia Cristiana, jamás se pierde nada, porque Dios, la Mente divina, llena todo el espacio, todo lo sabe, y todo lo ve. Parte de la definición acerca de Dios que da Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud es: “El que todo lo sabe, todo lo ve, que es todo acción, sabiduría y amor, y que es eterno”.Ciencia y Salud, pág. 587.

— Los hijos de Dios no toman lo que no les pertenezca — dijo Tomás.

— Y mis amigas son todas hijas de Dios — agregó Cristina sin vacilar.

— En realidad, nada se ha perdido ni nada ha sido robado — dijo la mamá—. Debemos estar agradecidos de que Dios lo gobierna todo y que nada en Su universo está fuera de lugar.

Ellos sabían que esta verdad se manifestaría, pero no quedaba mucho tiempo. Tía Sara ya tenía su boleto para regresar a su casa al día siguiente.

Esa noche Tomás, Cristina y su mamá buscaron nuevamente en el cuarto de Cristina. Después de buscar en el ropero y en todos los cajones una vez más, movieron la cama de tía Sara. Luego, sentados en el piso, muy despacio palpaban con las manos la alfombra que era muy afelpada. ¡Allí, metido entre la gruesa felpa de la alfombra, estaba el anillo!

La primera en tocarlo fue Cristina, y corrió a la sala donde estaba su tía Sara sentada en el sofá, tejiendo una manta. La mamá y Tomás la siguieron rápidamente, y se detuvieron detrás de Cristina mientras ella, llena de alegría, levantaba la mano.

Tía Sara tenía una mirada llena de asombro cuando se puso el anillo. Al darle las gracias a Cristina, dos grandes lágrimas rodaron por sus mejillas.

Pero los ojos de Cristina brillaban de felicidad como el diamante del anillo.

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