La Sra. Eddy esperaba que un buen lector leyera como quien está conversando. Cuando pidió que se designara a alguien para leer su mensaje de dedicación de 1906, especificó que fuera “uno cuya voz es amplia, bien articulada, cuyo énfasis, pausas y tono sean como en los de una conversación — de acuerdo con las leyes de quien comprende el tema y lo hace llegar claramente al auditor”.Christian Science Sentinel, 5 de octubre de 1946.
En el intercambio de pensamientos, sentimientos, observaciones y opiniones, nuestras palabras cobran rapidez y lentitud, altos y bajos — con cierto enfoque directo, como si se tratara de una comunicación de persona a persona. Una conversación bien desarrollada incluye espontaneidad, una sensación de “justo en este momento se me ocurrió”. Un interlocutor contesta al otro y hay una variación natural en el ritmo de la conversación, de acuerdo con los pensamientos que se están expresando. Una conversación casi siempre es animada; formamos las frases espontáneamente y les damos énfasis a fin de comunicar lo que deseamos.
Por supuesto, existe una diferencia entre comunicarse con uno o dos oyentes que con veinte, cincuenta, cien o más. Para nuestra lectura en la iglesia deseamos un tono de conversación adecuado para abarcar un espacio grande. Debe contar con todos los elementos de una buena conversación, pero ha de tener un tono más digno y un poquito más de elocuencia y más energía.
Es algo así como cuando uno muestra una instantánea a dos o tres personas y éstas pueden ver bien los detalles en la fotografía, pero la instantánea tiene que ampliarse para que cien personas puedan distinguir esos detalles. Vemos, entonces, que al leer y hablar en público, cuanto más grande sea el auditorio tanto más grande tendrá que ser la ampliación.
Un auditorio numeroso requiere una disertación con una articulación más clara. Por supuesto, la pronunciación clara y bien articulada no debiera atraer la atención hacia sí misma por ser exageradamente precisa o dramática; por otra parte una disertación deslucida o descuidada tampoco será apropiada.
Hay varios niveles en el tono de una conversación hablada. Por ejemplo, probablemente usted diría “voy de compras” de una manera casual, como quien declara un hecho. No obstante, si dice: “Hoy es un día muy especial para mí, el día más interesante de mi vida”, lo dirá de manera más animada y mostrando más interés, más participación. Si se hallara rebosante de inspiración y gratitud a Dios por alguna buena curación recibida, diría: “Dios es mi Vida” con un profundo sentido de reverencia — con un nivel diferente de intensidad.
De igual manera, nuestra lectura tiene que asumir diferentes grados de participación e intensidad. En la Biblia, las historias, proclamaciones, exposiciones, cartas, oraciones, todas requieren un enfoque mental diferente, el cual resulta en un tono de voz diferente. Uno varía el tono, la pausa, el énfasis, la inflexión, el volumen, etc., a fin de compartir el mensaje adecuadamente.
Como lectores, no dramatizamos la experiencia, o sea, no nos convertimos en los protagonistas de la historia bíblica que leemos. Por el contrario, aportamos a la lectura un renovado sentido de lo que el autor escribió. En la medida que valoramos y nos compenetramos de estos pensamientos, compartimos el significado de lo que leemos, tanto su lógica como lo emocional de su contexto; de otra manera la lectura resulta fría e inanimada. Por ejemplo, si lee usted un salmo que alaba a Dios, su voz reflejará alegría. Si lee los acontecimientos que llevaron a la crucifixión, su voz reflejará el hondo significado de esos acontecimientos. De igual manera, la voz responde naturalmente cuando uno habla de alguna experiencia feliz o conmovedora.
Un buen medio de verificar cómo uno lee, es escucharse a sí mismo y hacerse estas preguntas: “¿Distinguirá el auditor si estoy leyendo o hablando?” Las dos formas debieran parecerle iguales. “¿Es mi lectura espontánea?” “¿He ampliado mi tono de conversación lo suficiente como para que alcance a todo el auditorio?”
[Del The Christian Science Journal de agosto de 1977]
