Hoy en día se necesita una continua defensa en la que pueda confiarse — contra la calumnia, la agresión criminal, la enfermedad, la superstición, el ocultismo, etc. Solamente la Verdad absoluta proporciona una defensa infalible.
A la luz de la Verdad, la creencia común de que fuerzas peligrosas nos rodean, y que pueden atacarnos en cualquier momento, es claramente errónea. El verdadero ambiente no contiene ni una sola fuerza malévola de la cual haya que defenderse. En realidad, vivimos en el Espíritu divino. En el universo benéfico de Dios, Él es supremo, y no existe otro universo. Su presencia nos protege contra toda forma de maldad. De hecho, Su presencia excluye la existencia de la maldad, porque el mal no puede existir donde Dios está. El hombre es Su hijo amado, exento de todo accidente, radiaciones peligrosas, defectos hereditarios o congénitos y de decrepitud.
Estos hechos espirituales son, por cierto, contrarios a las apariencias. Bien puede uno preguntarse: ¿Se puede en realidad estar totalmente libre del mal? La percepción espiritual, impartida por Dios, la Mente divina, muestra que sí se puede. La Ciencia Cristiana proporciona los medios para probarlo, paso a paso, en la vida diaria. Muestra que el punto de vista del Salmista es verdadero: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. .. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. Salmo 91:2, 9, 10;
En realidad, toda existencia está gobernada por el Principio divino. Sólo puede haber un Principio, supremo, gobernando todo en armonía y continuidad. El Principio es Dios, la Mente divina, Espíritu, Alma, abarcando y constituyendo todo. Bajo el gobierno del Principio no puede haber ningún ataque ni vulnerabilidad. ¿Cómo podría el Principio atacar a su propia idea, o dar poder al ataque de una idea contra otra idea o tan siquiera tolerarlo? En la totalidad de Dios, el mal es una imposibilidad.
¿Qué es entonces lo que necesita defensa? Sólo la llamada mente humana, la cual tiene un sentido inseguro de los hechos espirituales. Vislumbra algo de la Verdad divina, pero todavía no ha abandonado los temores de un universo material. Todavía cree lo que sus propios sentidos físicos afirman. Este estado de pensamiento no requiere que se le condene, sino que se le sane. Pablo escribió: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará”. 1 Cor. 13:9, 10; Pero mientras creamos en la materia y en el mal, necesitaremos estar continuamente alerta para evitar ser engañados por creencias malas. Pero nuestro estado de alerta, como nuestra defensa, proviene de la inteligencia divina, que cada uno de nosotros expresamos por naturaleza.
El hecho es que eternamente estamos unidos a Dios, el Amor. Ninguna fuerza del mal acecha fuera o dentro del reino ilimitado de Dios, lista para dañarnos en un momento de descuido. Que el hombre esté libre de ataques es la consecuencia de la totalidad de Dios, el bien, la cual no permite que exista nada que pueda dañar o matar.
La bioquímica describe varios procesos por medio de los cuales se supone que el cuerpo humano se defiende de las enfermedades infecciosas. La salud se representa como si fuera una lucha continua entre los agentes de la inmunidad y la enfermedad invasora. ¡Qué parodia del orden divino de la armonía universal! La perfección del hombre es un hecho eterno.
Nos inmunizamos de creencias malévolas si prestamos atención al estatuto en el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy que dice: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado, — y justificado o condenado”.Man., Art. VIII, Sec. 6; Obedeciendo este requisito, uno se da cuenta de que la Mente divina proporciona nuevos medios de defensa. Y en tal defensa se puede confiar completamente.
Asimilando esta nueva comprensión de la totalidad de Dios, de Su bondad, y de Su presencia inmediata, comenzamos a despertar a la imposibilidad de una influencia o efecto malévolo; y así, el mal necesariamente comienza a desaparecer de nuestra vida. Paso a paso nos damos cuenta de que el Principio divino actúa continuamente y sin excepción, que el Amor infinito provee el único impulso y dinamismo, que el Alma identifica a toda la creación con la bondad divina, sosteniéndola dentro de la propia amplitud de la Deidad.
Contrarrestar el mal no es un proceso complicado; es el espontáneo reconocimiento — aun frente al sufrimiento más desalentador — de la integridad y totalidad de Dios. El Amor divino compele todo lo que sea aflictivo, desagradable y desemejante a Dios, a retirarse a su propio vacío, de donde le es completamente imposible atormentarnos o afectarnos en lo más mínimo.
En las Escrituras abundan declaraciones y pruebas claras de la totalidad y supremacía de Dios, y sus fundamentos se explican sistemáticamente en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Estas revelaciones de la Verdad hacen desaparecer las pretensiones de la existencia material. Aun cuando la Verdad se haya comprendido sólo parcialmente, el resultado es un mejoramiento del estado humano. El estudio diario y la asimilación de las verdades espirituales son vitales para la defensa propia.
Dios, la Mente divina, nunca abandona a Sus preciadas ideas. El hombre no es influido por un código genético contenido en moléculas ADN, como explican los bioquímicos. Su ser y su vida están determinados totalmente por la Mente, el Espíritu, el cual establece conformación explícita con la propia hermosura del Amor. En realidad, la materia no tiene control o influencia alguna. Este hecho fue demostrado irrefutablemente por Cristo Jesús al curar la ceguera congénita, la enfermedad crónica, y, sobre todo, en su propia resurreción y ascensión. Por medio de la revelación del Consolador que él prometió — la Ciencia del Cristo — la demostración de la misma Verdad se hace práctica para todos nosotros, como lo demuestran miles de ejemplos de curaciones.
Como escribe la Sra. Eddy: “En esta Ciencia descubrimos al hombre a la imagen y semejanza de Dios. Vemos que el hombre nunca ha perdido su estado espiritual y su eterna armonía”.Ciencia y Salud, pág. 548;
Cuando el pensamiento humano ha admitido la imposibilidad de cualquier condición material para producir sufrimiento, todavía puede tratar de atribuir la enfermedad o la caída moral a influencias mentales adversas, que actúan por medio del mesmerismo o hipnotismo. Puede parecer que tales influencias surjan de algún sistema organizado de falsa teología o filosofía, o sencillamente del odio, el temor, la envidia, la maldad. Pero ninguna acción o influencia tal, es posible bajo el Principio divino, el cual siempre está presente y siempre en acción.
La suposición de que están emanando o pueden emanar influencias malévolas de ciertas mentalidades, es un error. Es una negación de la totalidad y la unicidad de Dios, la Mente divina. No tiene fundamento en los hechos, es un repudio de la Verdad. Sencillamente no existe tal mentalidad, ni origen para la maldad, ni manera en la cual puede llegar a existir. La consciencia no puede ser torcida ni pervertida para que logre fraguar o trasmitir el mal, o se someta a él. Porque la única Mente es Dios.
El mal es absolutamente impotente e irreal. Cuando se le encara con el reconocimiento de la supremacía total de Dios, el bien, su irrealidad queda desenmascarada. La Sra. Eddy hace notar: “La creciente necesidad de confiar en Dios para que Él nos defienda contra las formas más sutiles del mal, nos hace recurrir a Él con menos reserva en busca de ayuda, y así viene a ser un medio de gracia”.Escritos Misceláneos, pág. 115.
