En el Medio Oriente, nació hace dos mil años un singular maestro, Cristo Jesús. Se ocupó de las irreducibles y finales verdades del ser y las demostró. Y en el laboratorio de su vida, y en la esfera más amplia del público en general, probó al sanar y al contender con los desafíos provenientes del mundo natural, la validez de lo que él sabía y enseñaba, tanto explícita como implícitamente.
No era él un instructor y demostrador común y corriente, pues la instrucción que impartió liberó a la gente de tal manera de las supersticiones mortales y la ignorancia, y de las limitaciones inherentes a éstas, que es conocido como el Salvador. Estaba impulsado por el Amor inmortal e informado por la Mente infinita. Hoy en día, nosotros podemos ser científicamente educados en la medida en que reconozcamos esto y nos movamos en la dirección que él indicó en sus enseñanzas y en su vida. Yendo directamente a la esencia del asunto, Mary Baker Eddy dice: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje eterno”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 18;
La educación científicamente basada incorpora esta verdad salvadora e inmortal: El hombre es uno con Dios como el efecto es uno con la causa. El carácter práctico de esta verdad se manifiesta a medida que desarrollamos una comprensión de los sinónimos que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) emplea para Dios — Vida, Amor, Verdad, Principio, Alma, Espíritu, Mente.
Supongamos que tenemos un empleo en una gran fábrica. Es posible que nuestro trabajo sea rutinario; digamos que trabajamos en una línea de montaje. Es posible que esta situación nos haga sentir anónimos, aburridos, frustrados. Y tales estados de pensamiento puede que se exterioricen en problemas físicos o domésticos. Mediante la Ciencia Cristiana podemos emplear una actitud salvadora. La Ciencia enseña que Dios es Alma y que el hombre — la idea del Alma — es uno con el Alma. El hombre expresa la inmortal singularidad del Alma. Este propósito de expresar la singularidad del Alma jamás puede ser corroído o arrancado de la idea por creencias de la manera material de vivir.
Nuestra genuina individualidad en la línea de montaje es el reflejo del Alma, y en la medida en que reconozcamos las inferencias de esta individualidad sostenida y coloreada por el Alma, haremos el trabajo con un grado de destreza notable y nos dará satisfacción hacerlo así, o bien, nos ocuparemos en un trabajo que nos sea más significativo. Cualesquiera que sean los aspectos negativos de nuestro empleo en particular, los superaremos a medida que seamos guiados por medio de la Ciencia hacia la comprensión de nuestro singular papel en el esquema del Alma. Nuestra unidad con el Alma es la base para demostrar más de nuestro ser verdadero.
Tomemos por caso a alguien que sienta que ha sido tratado injustamente por uno de sus padres en relación con otros hermanos y hermanas. Es posible que dicha persona sienta que mediante una actitud injusta ha sido privada de lo que por derecho le pertenece. La Ciencia Cristiana puede ayudarla a cambiar su pensamiento y su sentimiento de haber sido defraudada al reconocer su unidad inmutable con el Principio divino. Tendrá una base desde la cual demostrar la verdad científica del ser, y el problema se resolverá de alguna manera, tal vez de una manera que en el momento ni se imagine. El Principio, el origen de nuestra identidad verdadera, es el único gobernador de sus innumerables ideas y jamás las hace sentir desilusionadas o las deja sin amparo.
Cuando somos iluminados por lo que Jesús enseñó, salimos del cuadro de referencia de la mente mortal — en el cual parece que estamos clasificados como mortales no iluminados espiritualmente, pobremente educados (por decir lo menos) en cosas espirituales, y, por tanto, relativamente sin salvación — y vamos hacia la verdad y El Salmista acertadamente identificó la fuente de la verdad y las consecuencias salvadoras de comprenderla, al escribir: “Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día”. Salmo 25:5;
Desde el momento mismo en que empezamos a aceptar firmemente la Ciencia de la Verdad, esperando en ella “todo el día” — apartándonos de las pretensiones de los cinco sentidos corporales y dirigiéndonos hacia la omnipresencia de la Verdad — nuestro curso en la vida cambia para lo mejor. Nada es más liberador que darnos cuenta de que la restricción y la escasez que quisieran imponerse sobre nosotros son ilegítimas porque no tienen Principio, y que carecen de validez por no tener Mente.
A medida que empezamos a identificar al Principio divino como nuestro origen y a percibir nuestra unidad con el Principio, empezamos a gozar de iluminación científica y eficaz. Pese al valor esencial y práctico en esta época de las muchas formas de educación humana el hecho es que — tarde o temprano — la educación basada en la suposición de que el hombre es un mortal, que la materia tiene sustancia, que la vida es material, se verá que es insuficiente y carente de validez. La Sra. Eddy predice: “La educación del futuro será la instrucción en la Ciencia espiritual, opuesta a las ciencias materiales simbólicas y falsificadas”.Escritos Misceláneos, pág. 61.
El sistema educacional que tiene mérito es uno en el cual abandonamos lo más rápido posible nuestros conceptos equivocados mortales al mismo tiempo que aumentamos nuestra comprensión de la Verdad, la inteligencia y la realidad. La Ciencia Cristiana, que deriva sus conceptos primarios de la totalidad y bondad de la Verdad infinita, es el sistema educacional para nuestros días y para todas las épocas.
