En el Medio Oriente, nació hace dos mil años un singular maestro, Cristo Jesús. Se ocupó de las irreducibles y finales verdades del ser y las demostró. Y en el laboratorio de su vida, y en la esfera más amplia del público en general, probó al sanar y al contender con los desafíos provenientes del mundo natural, la validez de lo que él sabía y enseñaba, tanto explícita como implícitamente.
No era él un instructor y demostrador común y corriente, pues la instrucción que impartió liberó a la gente de tal manera de las supersticiones mortales y la ignorancia, y de las limitaciones inherentes a éstas, que es conocido como el Salvador. Estaba impulsado por el Amor inmortal e informado por la Mente infinita. Hoy en día, nosotros podemos ser científicamente educados en la medida en que reconozcamos esto y nos movamos en la dirección que él indicó en sus enseñanzas y en su vida. Yendo directamente a la esencia del asunto, Mary Baker Eddy dice: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje eterno”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 18;
La educación científicamente basada incorpora esta verdad salvadora e inmortal: El hombre es uno con Dios como el efecto es uno con la causa. El carácter práctico de esta verdad se manifiesta a medida que desarrollamos una comprensión de los sinónimos que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) emplea para Dios — Vida, Amor, Verdad, Principio, Alma, Espíritu, Mente.
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