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Sanidad de las naciones: tarea para todos

Del número de marzo de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hubo una época de mi vida en que cruzaba diariamente un puente entre Boston y Cambridge. Lo hacía caminando y casi siempre miraba y reparaba en las palabras del Apocalipsis inscritas en una de las vías de acceso al puente: “A uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”. Apoc. 22:2; Si bien la inscripción pudo haber sido elegida simplemente por su simbolismo (este puente une dos partes de una gran universidad), también pudo haber servido a través de los años para evocar en muchos estudiantes la idea de que no sólo el aprendizaje académico y la vocación subsecuente, sino que todo el impulso de su vida puede alcanzar su máximo significado sólo cuando su motivación es la de bendecir a los demás.

Hoy en día hay una necesidad inmediata para “la sanidad de las naciones”. Las pugnas para lograr el poder político y económico que han existido durante siglos, han sido aunadas por nuevas tecnologías capaces de destrucción masiva. El cambio en las estructuras de poder entre las naciones industrializadas más importantes, combinado con la inestabilidad de numerosas naciones que se han independizado recientemente, se suma a una situación que es difícil de seguir hasta para el más inteligente de los ciudadanos, y aún más difícil le es hacer comentarios constructivos al respecto. Sin embargo, nuestro destino común parece depender de las decisiones a que llegan los líderes de las naciones o de bloques económicos que ni siquiera conocemos individualmente. Entonces, ¿cómo podemos ayudar en esta altruista tarea de sanar a las naciones?

Primero, es necesario que nos preguntemos si queremos realmente ayudar a sanarlas. En lo recóndito del pensamiento de la mayoría de las personas está la idea de que es bueno ser altruista. Pero en medio de las preocupaciones del diario vivir ese concepto muy a menudo se queda allí —¡en lo recóndito del pensamiento! No obstante, la naturaleza de bien que nos gustaría para nosotros no es diferente de la que nos gustaría ver demostrada en toda la humanidad. Lo que reclamamos para nosotros — salud, actividad satisfactoria, compañerismo — es menester que lo reclamemos para todos. Lo que podemos reclamar legítimamente para nuestro país, tenemos que desear verlo igualmente manifestado en todos los países.

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