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Gravitar hacia Dios

Del número de marzo de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde una perspectiva terrestre, la ley de gravedad define la tendencia de los objetos de dirigirse hacia la tierra. Poca duda cabe de la utilidad de esta ley. Sin embargo, una ley superior gobierna a la humanidad: la ley de la gravitación hacia Dios, que nos lleva irresistiblemente hacia Él.

Todos estamos bajo la jurisdicción de esta ley y podemos aplicarla para elevar la calidad de nuestro pensamiento y nuestra vida. Leemos en el libro de Job: “Cuando fueren abatidos, dirás tú: Enaltecimiento habrá”. Job 22:29;

La creencia en un universo material gobernado por leyes materiales nos abrumaría, agobiaría y deprimiría con un pensamiento material y limitado. Pero nosotros podemos elevarnos por encima de esta falsa interpretación del ser cuando comprendemos nuestra naturaleza espiritual y verdadera como hijos de Dios y reclamamos la libertad para expresarla. Porque la Ciencia Cristiana revela, en las palabras de la Sra. Eddy, que “sólo hay una atracción real, la del Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 102;

Esta atracción real se nos manifiesta como el poder del Cristo, que eleva el pensamiento y revela que el hombre es un ser pleno de gozo, exento de pesadumbre y libre. Esta atracción real nos impulsa hacia Dios y hacia la demostración de la realidad espiritual, pues nos libera de elementos agobiantes como el temor, la voluntad propia, la resistencia al bien y la sensualidad.

Esta ley de la gravitación hacia Dios se basa en el hecho de que el hombre es inseparable de Dios — en la unidad indisoluble entre el Principio y su idea, el Alma y su expresión.

Cada uno de nosotros tiene ante sí un deber espiritual de expresar esta unidad resistiendo las atracciones materiales nocivas y poniendo su pensamiento en armonía con el Principio divino, la Mente. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, afirma: “Los mortales tienen que gravitar hacia Dios, espiritualizando sus afectos y propósitos, — tienen que acercarse a interpretaciones más amplias del ser, y obtener un concepto más acertado del infinito,— para poder desechar el pecado y la mortalidad”.ibid., pág. 265;

Cuanto mejor comprendemos las verdades científicas del ser, tanto más firme y serenamente podemos cumplir con nuestro deber de gravitar hacia Dios. En realidad, el hombre es siempre uno con Dios, y nuestra relación eterna con Él no necesita de ajustes o mejoras. La verdadera naturaleza del hombre, por ser enteramente espiritual, no incluye elementos materiales que puedan atraer la materia o el mal o ser atraídos por ellos. Su consciencia, que refleja lo divino, no conoce la atracción descendente de las fuerzas materiales. Reconociendo estas verdades, nosotros buscamos activamente la espiritualidad y nos alejamos del materialismo en todas sus formas.

La tendencia ascendente de nuestro pensamiento y de nuestra vida se fortalece en la proporción en que adquirimos “un concepto más acertado del infinito”. Este progreso, en realidad, no es tanto un proceso de aprendizaje como la revelación de lo que ya sabemos como reflejos de la Verdad. Pero para promover una comprensión espiritual genuina, necesitamos un deseo profundo de regeneración, expresado en la máxima obediencia y humildad.

En realidad, no existe una resistencia material que impida nuestra gravitación hacia Dios. Sin embargo, debemos estar alerta a la supuesta resistencia que indica la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Si consideramos la materia como inteligente y la Mente como buena y mala a la vez, todo pecado, todo supuesto dolor o placer material, parece normal, formando parte de la creación de Dios, e impide así nuestro adelanto hacia el Espíritu”.ibid., pág. 307;

Podemos defendernos contra la agresiva pretensión de normalidad del mal y su supuesto poder de atracción sabiendo que nuestra protección proviene de la ley espiritual que nos une a nuestro Padre-Madre Dios.

La falsificación de esta atracción verdadera nos asedia constantemente. Nos presenta un tentador despliegue de placeres materiales, calmantes y pociones prometedores de diversión, alivio, satisfacción y curación. Y, si fracasa en su tentativa fraudulenta, el impostor pretende desalentar, deprimir, engañar y destruir. Sin embargo, una cosa es cierta: Todo lo que concentre nuestra atención en la materia, el mal o la discordancia, o que aleje sutilmente nuestro pensamiento de Dios, la Verdad, tiene su origen en el diablo, o magnetismo animal. No proviene de Dios y, por lo tanto, es impotente.

Debemos orar diariamente, sabiendo que sólo estamos sujetos a la verdadera atracción. No podemos ser atraídos erróneamente ni atraer elemento alguno de mal que pareciera encontrar expresión a través de persona, lugar o cosa. Atraídos sólo por el bien, gravitaremos inevitablemente hacia Dios, el Amor divino.

Cristo Jesús describió este poder de atracción del Cristo, la Verdad, cuando dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Juan 12:32. Nosotros podemos seguir el ejemplo de Jesús de gravitar hacia Dios. Sus afectos y motivos fueron puramente espirituales. Sabedor de la pureza del hombre y de su unidad con el Padre, Jesús rechazó rápida y terminantemente las tentaciones del pecado y no toleró que la atracción material o la influencia negativa de la materia lo alejaran del Espíritu, Dios. Jesús gravitó hacia Dios con persistencia y firmeza, curando y bendiciendo a otros en el camino, hasta su triunfo final sobre la mortalidad en la resurrección y ascensión.

Solamente si dejamos de interpretar al ser, o la individualidad, desde el punto de vista del sentido personal podemos comenzar a comprender que somos impecables e inmortales, hijos perfectos de Dios, que Le reflejan en calidad infinita.

A medida que nos acercamos en pensamiento a este enfoque verdadero comenzamos a captar y demostrar nuestra independencia del temor, la limitación y las creencias médicas. La curación se produce en nuestra vida. Logramos la paz interior y el dominio, y gravitamos hacia Dios.

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