Mientras estudiaba en la universidad, el deseo de tener paz mental y curación física me impulsó a hablar con un capellán de la Ciencia Cristiana y su esposa. Durante dos años había admirado su constante alegría y su entusiasmo por la vida. Ellos me dieron un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y empecé a leerlo. Al principio no le encontraba sentido a mucho de lo que decía.
Desde niña yo había sufrido de ataques de epilepsia, y últimamente los ataques habían empeorado. Anhelaba estar libre de este mal, así que un día, al hablar con la esposa del capellán, le pregunté si la Ciencia Cristiana podía sanar las enfermedades. Su respuesta fue un inmediato y convincente “¡Sí!” Esto me animó a continuar leyendo Ciencia y Salud.
Empecé a aprender que Dios es enteramente bueno, y que el hombre Lo refleja. Mientras más claramente comprendía estas ideas, más se manifestaba el bien en mi vida.
Yo había abandonado la universidad, pero pude volver y terminar mi carrera. Esto me abrió las puertas de una profesión en el campo de la educación, en la cual pude realizarme y ser feliz. El hábito de fumar desapareció con facilidad al encontrar seguridad en un nuevo concepto de mi valer. Una relación llena de desavenencias y disgustos se convirtió en una donde se expresaban armoniosos sentimientos de mutuo aprecio y felicidad. El aprender que el hombre es una idea de Dios que puede expresar y experimentar sólo el bien, no dejó lugar para antiguas maneras de pensar que habían resultado ser destructivas para la relación.
Tuve estas curaciones poco después de haber empezado a estudiar la Ciencia Cristiana, y resolví ver la condición de epilepsia sanada de la misma manera. Pasaron varios meses de oración y estudio, sin evidencia alguna de curación, pero permanecí fiel a la verdad que estaba aprendiendo y amando tanto. Con la oración de una practicista de la Ciencia Cristiana, desaparecieron mis sentimientos de inaptitud y la renuencia a enfrentar los problemas diarios. Mientras más aprendía de Dios como la fuente de todo pensamiento y actividad verdaderos, más comprendía que mi herencia que provenía de Él incluía percepción, firmeza y serenidad, que me capacitaban para encararme a todo reto con éxito.
Me parecía imposible deshacerme del temor. Pero gradualmente aprendí a reconocer que yo era espiritual y en realidad perfecta, y a aceptar a Dios como el origen de esta perfección. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10), era un pensamiento que constantemente me acompañaba. Razoné que si Dios es el Amor que todo lo abarca, y la única causa, entonces el temor a una causa aparte de Dios no tiene base. Poco a poco pude ver el temor como una sugestión mental agresiva de que Dios no es Todo, y, por lo tanto, que no está siempre gobernando a Su creación. Me di cuenta de que la curación se haría evidente a medida que yo rehusara entregarme a pensamientos temerosos y en vez de eso aceptara la verdad de Dios y de mi relación con Él.
Una tarde llegó el punto decisivo al comenzarme una convulsión. En voz alta declaré una y otra vez que Dios es el único poder y que yo no tenía nada que temer. Justamente cuando iba a perder el conocimiento, la convulsión cesó repentinamente. Los síntomas desaparecieron. Fue como ver el primer rayo de luz en un amanecer.
Hubo una liberación gradual pero completa del temor, al persistir yo en vivir y amar la verdad diariamente. Encontré mi libertad, y la curación ha sido permanente.
En la historia de la curación del muchacho epiléptico por Cristo Jesús (ver Mateo 17:14—21), los discípulos preguntaron al Maestro por qué ellos no habían podido curar al chico. Parte de la respuesta de Jesús fue: “Este género no sale sino con oración y ayuno”. Para mí, esto ha significado rehusarme a creer en un poder aparte de Dios, y reconocer que el hombre existe ahora como hijo perfecto de Dios.
Con gozo ofrezco este testimonio como prueba de la constante operación de la ley de Dios del bien, que en verdad gobierna al universo. Ésta es la única ley a la cual el hombre puede estar sujeto. La instrucción en clase dada por un maestro autorizado ha plantado mis pies aún más firmemente en la Verdad, y una nueva comprensión de Dios y de mi unidad con Él aumenta diariamente.
Garland, Texas, E.U.A.
