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A dónde nos conduce la fidelidad

Del número de abril de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El sol asomó por encima de las escarpadas montañas. En la fresca y silenciosa mañana se oyó el crujido de una ramita al romperse. Con mirada curiosa la cierva circundaba nuestro campamento. Sus cervatillos gemelos la seguían de cerca. Parcía que instintivamente sabían que tenían cierta seguridad manteniéndose fielmente a su lado.

Esto fue para mí una lección. ¿Acaso no podemos, cada uno de nosotros, sentir una confianza muy especial y cierta seguridad cuando somos fieles? La fidelidad hacia el Amor divino es una cualidad hermosa y esencial. Es un paso que conduce hacia la realidad. Si aprendemos las lecciones de fidelidad en nuestra experiencia humana, creceremos en nuestro entendimiento de que el hombre creado por Dios es mucho más que fiel. Está unido a Dios eterna y firmemente. Pero podemos darnos cuenta de esta verdad perpetua únicamente cuando se dan algunos pasos preliminares indispensables. No podemos pretender entender la realidad de la relación perfecta e inseparable del hombre con Dios si no se llevan a la práctica las más sencillas lecciones de fidelidad en la vida diaria.

Al describir los pasos que hay que dar hacia el reino de los cielos, Cristo Jesús habló simbólicamente de la necesidad de aprovechar hasta las más pequeñas oportunidades para ser así bendecido más ampliamente. Esta devoción se gana el elogio: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” Mat. 25:23;

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