¿Por qué debemos perdonar? ¿Por qué debemos perdonar a alguien que por ignorancia o malicia nos ha hecho daño?
El perdonar no sólo es saludable para una situación desagradable, sino que es imprescindible para fomentar el progreso espiritual. Es necesario que perdonemos porque es necesario que conozcamos al hombre como Dios lo conoce, como Dios lo creó — perfecto, recto y espiritual. El hombre no es ni mortal ni material. Cristo Jesús nos dio el ejemplo supremo de esta clase de perdón en el momento de su crucifixión. Estuvo dispuesto a perdonar a sus adversarios aun en medio del odio encarnizado demostrado contra él. Jesús entendía que el hombre real es espiritual, que está separado del mal y del odio. Sus palabras en el momento de la crucifixión: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Lucas 23:34; indican que no permitía que un concepto mortal acerca del hombre cambiara su punto de vista.
La base para perdonar es la gran verdad que Dios es Todo-en-todo y que nada existe fuera de Su creación. El hombre, en esta creación, es el reflejo enteramente bueno del perfecto Padre de todos.
La totalidad de Dios excluye toda pretensión de la mortalidad, de pensamientos carentes de inspiración o de amor. Puesto que Él es Todo, ningún mal puede ocurrir en primer lugar que tenga que ser perdonado. Dios, el creador perfecto, no hizo nada desemejante a Él. Toda sugerencia de que hay realidad aparte de Dios es completamente irreal.
El hombre de Dios no está creado de elementos materiales, ni está sujeto a pensamientos agresivos y malos. Éstos son irreales, ilusorios. Al comprender que el hombre es espiritual, jamás tocado por la mortalidad ni por el pensamiento material, no nos ofenderán las acciones desamorosas de los demás. Puesto que la materialidad no es parte del reino infinito del Espíritu, no existe ninguna mentalidad material que pueda ofender o ser ofendida. Todo lo que puede sentirse herido es una creencia falsa, un concepto falso de que el hombre es material y vulnerable. La Sra. Eddy declara: “En la misma proporción en que la materia pierde para el concepto humano toda entidad como hombre, se enseñorea el hombre sobre ella”.Ciencia y Salud, pág. 369.
Hace varios años trabajé para alguien que de pronto se volvió contra mí con gran malicia en un esfuerzo por cubrir un craso error que él mismo había cometido. Intentó culparme, aun cuando era obvio que yo era inocente. Mi resentimiento por esta situación se transformó en una abierta hostilidad que puso en peligro mi empleo, y empecé a tener agudos dolores de cabeza.
Hablé sobre esta situación con un Científico Cristiano de experiencia, siendo mi deseo principal liberarme de la enfermedad. En el curso de nuestra conversación surgió la historia de mi resentimiento en el empleo, y se me hizo ver claramente las razones científicas para perdonar.
Tuve que silenciar pensamientos vengativos y reemplazarlos con la comprensión de lo que es el hombre de Dios. En lugar de ver al hombre como un mortal intrigante, malvado y errado, tuve que verlo como la semejanza perfecta de Dios, incapaz de ofender o de equivocarse. A medida que esta forma de razonar se me hacía cada vez más clara, la enfermedad desapareció; y, como si eso fuera poco, mi jefe me recomendó para que se me diera un bien recibido aumento de sueldo y traslado.
El perdonar científicamente espiritualiza nuestro pensamiento de modo que cada vez somos menos influidos por un concepto material acerca de nosotros y de los demás. Nos damos cuenta de que jamás es necesario enojarnos ni justificarnos, porque estas actitudes le dan poder a la materia, a circunstancias materiales, a un concepto falso de la creación.
Cuando perdonamos científicamente, también olvidamos científicamente. No consideramos que un sentido falso de lo que ha sucedido sea digno de recordarse — y probamos que lo que es desconocido para la única Mente infinita en realidad no puede ser recordado. Vemos la totalidad del amor de Dios rodeando al hombre y logramos una convicción de que gracias a la Ciencia Cristiana podemos perdonar todo y ser bendecidos por ello.
